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Leandro Area Pereira: Dos relatos

RETAZOS PARA UNA FICCIÓN 

A diez pasos de mí, no más,

sentada en la terraza de un café, una mujer pudiera estar allí.

Ya esto de por sí

constituye una historia

y por ello lo que además se agregue a este alegato pertenece al mundo

de las suposiciones y de los colmos, que siempre se complementan y encompinchan.

Y tanto es verdad espero lo que escribo, que mire usted que esperanzas y pesadillas suelen engendrarse en nuestras vísceras, y el cerebro lo es

aunque él lo niegue.

Pero conviniendo en que todo fuese fantaseado,

que espero no lo sea,

no por ello se debe desconfiar de lo narrado

al contarlo o leerlo,

al contrario, porque allí reposa aquella enfermedad curativa y contagiosa que llaman de la imaginación.

Hay otros elementos conjuntivos no menos atrayentes que tocan directamente a este caso

y a Ella muy en particular,

a Madame me refiero y con mayúscula, a la Diva de mis cavilaciones, que con ello lo que se busca es darle un toque afrancesado a estos enigmas, pizca de sal tan atinada que resulta a estos tinglados de las tortuosas pasiones, Edith Piaf, de un pasado novelesco que casi ya prehistórico Aznavour.

Miremos un detalle de mis observaciones, que sin fecha no valen, por ejemplo, a saber y luego de dos puntos.

Siendo un 23 de mayo a las 6 de la tarde

aproximadamente

de aquel martes de 1972 preciso y sin llover, sorbe de una taza, beso de sus carnosos labios, una suerte de infusión, té de jazmín digamos, lo que concluyo al ver el hilo que de la nada surge y que reposando sobre el borde del cuenco,

mientras el fragante vapor se desvanece en espiral al aire, se deja caer así no más, casi que flota en

papagayo, bajo el peso de un cartoncillo lívido en el que se divisa vagamente y borroso, de tan pequeño que es, emblema, sello o marca del producto.

El cuerpo de la apócrifa Dama mientras tanto

tan solo se deja sospechar

pues no se sabe de él a ciencia cierta en aquella postura de escalera en tres,

vertical, horizontal, otra vez vertical, cabeza, cadera, rodillas, pies, zigzag al que constriñe, como si de bisagra se tratara el cuerpo humano, la estructura quebrada de la silla.

Además se encuentra amurallada pero sola,

en contradicción de volúmenes y

entendimientos,

flanqueada como está

por los estorbos de una mesa envuelta en un mantel de faena a cuadros rojos, con el que distrae y atrae a los toros del vecindario, además de las sillas, que son en suma cuatro, sin nadie que se siente en ellas todavía excepto en la de ella,

que sirven, protegen, obstaculizan y definen a la vez el escenario donde se despersonalizan los cuerpos cercados asimismo por la efímera realidad, espacio-tiempo,

dándole primacía orientadora y subyugante a las facciones y al ajetreo de las manos de clientes y al correteo de mozos por sobre otros elementos del conjunto anatómico

como redondeces y matices, pesos y medidas,

y otras pinceladas de identidad definitorias no registradas en el juzgado, como el timbre de voz, para poner por caso.

Engañoso pues el escenario, proclive a espejismos y equívocos.

¡Qué peligro! ¡Qué suerte!

Además del rostro y de los ojos que son negros y dos,

sobresale la expresiva tensión de la mirada

que es incontable

como en un óleo en el que el pintor no reparó en los detalles de la vista pues mientras el mirar asoma una distancia, el ver es cuestión más bien práctico, de enfoque y precisiones, oftalmológico diríamos, que cuando escasea se remedia con cristales. Observar es distinto.

¿Será que espera a alguien? Vuelvo a Ella.

¿A si misma? El movimiento de cuello y espalda, su postura vital que es más que puro hueso y músculo,

incita a sospechar que es a un tercero, a menos que se lo invente como recurso defensivo frente a la soledad que es muy común

en este barrio, en este mundo y a esta hora,

según se colige de los últimos hallazgos

estadísticos de una compañía de renombre internacional muy prestigiosa.

Otros datos, dos puntos,

el ceño de la Dama

o de su porfiada invención,

que me la debe aunque pueda ser a la inversa,

persevera fruncido.

¿Será el sol de la hora, ángulos de la luz, la calima que respira en el ambiente seco, alergia?

Sin embargo pudiera ser también que la energía invertida en la espera,

que es tensa por

naturaleza, crispe el espíritu que se refleja

en la preocupación grabada de su frente,

en las arrugas que se muestran y que no logran ser disimuladas ni con el maquillaje aplicado, sea bien por apuro o por desgano, o calculada intención melodramática

o tal vez atribuible simplemente a la cada día más preocupante baja calidad del cosmético empleado con todas las implicaciones dermatológicas del caso.

Sobran por supuesto otros razonamientos que explicarían la actitud de la Dama en cuestión, si es que ella al fin existe,  que poco importa a estas alturas de nuestras pesquisas, casi pariente ya,

que reparando en ellas

pudieran ser entendidas

por el objeto de nuestras indagaciones, es decir Ella,

o por otros que nos observan, ya que nadie es inmune a estas contrariedades, como fisgoneos, invasiones, vigilancias, galanteos, seguimiento, espionaje, dependiendo de los estados por los que atraviesa la mente que a fin de cuenta todos tenemos una y es frágil, voluble, selectiva, psiquiátrica.

Pero lo que también mariposea de tan común y no convence, aunque si te pones a ver tal vez sea cierto, es la machacada presunción científica según la cual todos escondemos algún secreto engrasado de culpa y por lo tanto, a manera de escudo

protector, algunas presas, el humano ni se diga, por instinto de conservación,

pretenden distraer al atacante con una actitud en apariencia desprovista de miedo, como si no estuviera pasando nada en rededor, lo cual dependiendo del botín, atacante y demás circunstancias como el hambre, los ruidos, el deseo, la orientación y velocidad de las circunstancias y la suerte en persona, tanto la buena como la mala, pudieran ser definitorias del desenlace.

Pero sucede de repente a todas estas que mientras más me enredo y desfallezco en estos menesteres del espíritu

que intentan explicarla a Ella o a su hipótesis,

en momento infeliz de mi descuido imperdonable,

aunque previsible dentro de libreto tan trillado, sin darme cuenta, aprovecha para dejar de estar allí.

Desapareció, se fue, se dio a la fuga, no existo.¿Existió? Se esfumó, se deshizo, dejé de ser.

Pagado y olvidado la persigo entre las multitudes, inconsolable sin ver por fin su cuerpo imaginado que si de espaldas me la vuelvo a encontrar ni pendiente de aquello.

Puede, supongo nuevamente, que esté buscando ahora lugar distinto, a otro fisgón igual o superior a mí,

complementario de sus planes, para esperar o huir, ser vista, asediada,

detrás de esos lentes de sol que la acompañan,

tan italianos ellos y de marca impagable, que incitan irremediablemente a los romanticismos de película muda.

 

 

 

 

Monólogo sobre el amor y otros menesteres

 

Ahora que lo preguntas en mitad de la nada, fíjate que no se me había ocurrido proponer soluciones conciliatorias a interrogantes disyuntivas para dar explicación a aspectos cruciales de nuestras vidas que en apariencia disímiles guardan tan altos grados de afinidad que hasta me atrevería a decir de concordancia.

Pero dadas las circunstancias de escases de recursos, lo caro que cuesta hilvanar preguntas y respuestas por separado, y tomando en cuenta que el tiempo es oro y la autoestima frágil en estos ciclos que se cumplen cuando el país se cae, al final resultan, lo reconozco, mis apreciaciones exageradamente aventuradas, dolorosas, inútiles y enfermizas más bien.

Y considerando por otra parte lo azaroso y egoísta de los asuntos personales que aquí tratamos, lo cual en todo caso si así fuera no nos sustrae de responsabilidades por muy esclavos que seamos de adentrarnos en tales extravíos mezquinos del espíritu de forma mesurada y objetiva, he preferido el camino que acostumbran las obsesiones poéticas e inútiles que ni falta que hace mencionar esto último, por redundante y conocido desde tiempos pretéritos.

Démosle sin demora pues rienda suelta a los caballos a riesgo de enredarnos y no salir de estos matorrales incómodos y morales que para eso se hizo el pensamiento y al fin quizás terminemos comprobando que estaban equivocados aquellos que sostienen aún que lo mejor es el peor enemigo de lo bueno. Evasores de impuestos, eso son lo que son.

En resumen, si te pones a ver, sería más lógico o cómodo atestiguar, para quitarle drama a los eventos, que en el fondo lo tienen y cómo pero estorba, que nuestro primer encuentro fulminante, el del amor, fue producto de la casualidad, seamos prudentes, y no razón de fuerzas irrebatibles. ¿Será posible tan concluyente afirmación a la luz de los hechos?

O en todo caso para sintetizar o reducir y esquivar en su complejidad administrativa tales sucesos, pudieran ser clasificados bajo el rótulo de “asuntos ocurrentes” o “eventos que ya estaban escritos” o “imprecisos” o “casos por resolver” o “prescritos” o “como te provoque”, que no es que tú no hayas tenido parte en el asunto, culpa nunca jamás de los jamases, lejos de mí para contigo, a pesar de los hechos, acción que no sea noble. ¡Y qué más da que suenen de nuevo las campanas!¡Qué regresen los tiempos aquellos de la alquimia!

Por qué cómo explicar en sano juicio, de manera ordenada, coherente, rigurosa, creíble, demostrable, confiable, contrastable, que en el primero de los casos que aquí tratamos, el del enamoramiento contundente, precisamente ocurrió en ese día, fecha y hora, instante, lugar y circunstancias aditivas, en apariencia al menos propiciatorias, alineados los astros, las estrellas y todos los planetas y demás, como si fuera un crimen que la casualidad acometía sin destrezas adquiridas previamente, en el que se encontraran tus ojos con los míos en ángulo equilátero perfecto y con la luz propicia y cronómetro ajustado de parpadeos puntuales, para que nuestros cerebros y demás glándulas suprarrenales a través de un muy largo proceso aprendido de perfeccionamiento bio-genético, no exento de los errores estadísticos previsibles que confirman la regla, quedarían tanto ellos como nosotros, ya que cada quien camina su camino, irremediablemente prendidos el uno del otro sin conexión previa de cuerpos o de amigos comunes u otros elementos de juicio sociológico, además de lo desconocido y espirituoso, que si te pones a ver también son bienes y de todos y merecen ser incluidos en la tómbola celeste de nuestros avatares.

Y que luego otra vez, años luz, segundo caso, por razones distintas pero afines en la similitud de pormenores que las conciernen, perdona el yo dolido, subjetivismos propios al sujeto que contaminan el objeto y el método de nuestros padeceres, después de tantos siglos parecía de vida conyugal, por esas casualidades de una llamada telefónica, supuestamente equivocada, a las tres y diez de la mañana, madrugada antes bien, hora de dormires o farras, de gatos y ladrones mejor, nos despertara de nuestro lecho cálido, primero a ti que a mí sobresaltada y levantaras inmediatamente de allí tan vaporosa, en resorte y eléctrica a preparar café, y entonces me asaltara la duda que carcome cual vicio insoportable.

«Que ya no puedo conciliar más el sueño» exclamaste, y yo que empiezo a verte e imaginar y oír tus pasos, a tímido explorar y comenzar a sentir en la distancia que se abría a oscuras, tus movimientos torpes, desconocidos e inéditos, confieso a darme cuenta.

Cosas tuyas, apuntaste en tu defensa para salvaguardarte de una acusación que nadie hacía, en un crujir de maderas oscuras que un peso agresivo y ajeno provocaba en un batir extraño de ambas manos que intruso en ti operaba, tú que siempre fuiste tan etérea y sutil al momento de revolver el azúcar en la taza que debía ser sosegado, ondulado, elegante, según sostiene si no recuerdo mal la tradición oral y gestual de tu familia.

Tan correcta pues que debías ser y lo eras además en posturas, desplazamientos e inclinaciones, y más aún en esas horas hechas para el sexo, los enfermos o los velorios, y no para llamadas equivocadas, conste ahora, a las tres y diez de madrugada exacta, minutos para gallos y traiciones más bien, que la sorpresa, ella la que no siente, no se anda con horarios ni agendas ni se frena en remilgos y escrúpulos ante posibles consecuencias cardiovasculares de pronósticos a veces fulminantes.

Y ni se diga de esas tan poco convincentes inflexiones guturales tan suyas y no tuyas, de ella o de él me lo imagino pero cómo saberlo, copiadas entre trajines e intercambio de sudores recientes. ¿Imitación del otro, coloraturas de tercero, territorios novísimos?

«No es más que un furor de garganta,» me dijiste sin verme, «aire acondicionado», impostaste. ¿Este agregado aparatoso fue por la turbación al pronunciar el término «furor»?

Fueron palabras tuyas, suyas, vuestras, edulcoradas en un carraspeo falsario, imitando una irritación de las amígdalas, un descuido mental, traición de tú secreto, resbalón de neuronas que oído y acentuado en la penumbra de lámparas y despertares mal habidos en vahos de café adquiere precisión y fidelidad cruel e inusitada de puñalada en cámara lenta por la espalda, trapera dirían los entendidos, parecida en su profundidad y alevosía inocentes a la huella que deja en ciertos párvulos la desnudez de una maestra robada a la casualidad, en el descuido de una puerta indebida que el viento es el que sopla sin saber que el deseo y la memoria se buscan, necesitan.

No sé si me distraiga en los eventos y el detalle escabroso, pero a fin de cuentas algunas casualidades guardan semejanza con sus desenlaces siempre simétricos que para qué decirte, una burla a la tradición más rancia que conlleva la relación entre causas y efectos que lo insólito muestra como tú y yo, lo nuestro, en cualquiera de esas dos fechas tan distintas a las que hago alusión en estas páginas en el que el peso del destino me encaminó y a ti también, todo bien calculado y amarrado hacia nuestro perverso futuro de destrozos que hoy te consigno por escrito en este encuentro con copia fiel y pública para quien pueda interesarse en asuntos tan frívolos y vanos como el amor perdido de aquellos que de verdad se amaron y hoy ni prójimo siquiera.

 

 

 

 

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