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Lección austral

¿Qué hubiese pasado de haber podido competir en aquel torneo y alguno, o todos, sus rivales se hubieran negado a jugar con él?

Desde las antípodas, le ha llegado a la arrogante Europa, madre de la democracia, dueña de imperios, cuna del saber, una lección sobre el Estado de derecho. Australia, elegida en su día por los ingleses como cárcel para encerrar a sus mayores delincuentes, acaba de recordarnos algo que estábamos olvidando: que nadie está por encima de la ley.

Su Gobierno y su Corte Federal, o Tribunal Constitucional, han rechazado por unanimidad las alegaciones de Novak Djokovic contra la decisión del ministro de Inmigración de retirarle el visado de entrada al país por razones de salud y orden público, lo que le impide participar en el Open que hoy comienza y que esperaba ganar, como ha hecho ya en nueve ocasiones.

Su reacción ha sido mostrarse «profundamente decepcionado» y aceptar la sentencia. Qué remedio le quedaba, pues reclamando podría empeorar su situación, cuando ahora se investigan sus errores o mentiras durante las últimas semanas. Aunque el peor castigo está por venir si, según las normas, no puede pisar suelo australiano durante tres años, que puede ampliarse al suelo norteamericano, francés e inglés, escenarios de los grandes torneos.

En una palabra: Novak Djokovic ha destrozado su carrera de tenista como el kamikace que corre en dirección contraria en una autopista, creyéndose su dueño. Parte de la culpa la tienen sus padres, que le comparan con Espartaco e incluso con Jesucristo, y su país, que, a falta de héroes, le ha elegido a él.

El mensaje que hubiera lanzado Novak Djokovic de haberse salido con la suya sería «si eres lo suficiente rico y famoso para pagarte los mejores abogados, puedes violar las normas y las leyes no sólo de tu país, sino también las de los demás». Algo peligrosísimo en un mundo y en un momento como el que vivimos, en el que vale todo para obtener lo que se desea, empezando por la mentira y terminando por el desprecio de la vida ajena.

¿Qué hubiese pasado de haber podido competir en aquel torneo y alguno, o todos, sus rivales se hubieran negado a jugar con él, alegando el riesgo sanitario que corrían con alguien no vacunado al otro lado de la red? Un dilema que van a tener el resto de federaciones allí donde intente competir, aunque lo más grave es que el número uno del mundo no parece haber pensado en ello. A tales extremos llega el endiosamiento, uno de los grandes vicios actuales: no ver a los demás.

 

 

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