Leer a Montaigne para aprender a vivir y a pensar por uno mismo
Andrés Amorós propone la lectura de los Ensayos del filósofo francés, en una edición seleccionada y prologada por André Gide.
Michel Montaigne (1533-1592), uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos. Fue filósofo, escritor y humanista del Renacimiento, autor de los Ensayos y creador, por lo tanto, del género literario conocido en la Edad Moderna como ensayo. La selección de los Ensayos. Páginas inmortales que tiene en catálogo la editorial Tusquets —elegida y prologada por de André Gide (1869-1951)— no ha perdido actualidad como todos los grandes clásicos.
El prólogo de Gide propone un reto: el de leer a Montaigne en «crudo» sin «la estopa que obstruye un poco los Ensayos e impide a menudo que lleguen a nosotros como dardos».
Montaigne hizo un viaje por Italia y Austria, fue alcalde de Burdeos y se retiró a su castillo, dedicándose a vivir y a escribir. La mayoría de los expertos coinciden en que está al nivel de Cervantes, Shakespeare, Erasmo y Pascal.
Ensayos es su única obra, en la que sienta las bases del género literario. Acoge cualquier variedad de temas, partiendo del «yo», de lo que «opino yo». Marañón, que era un gran ensayista, tituló Ensayos liberales. H. Bloom dijo que Montaigne era «el más clásico de los modernos, el más moderno de los clásicos».
El principal problema que presenta el autor francés para el lector común es que sus escritos son muy largos. Sin embargo, no hace falta leerlo completo. De ahí, la virtud de la antología que esta semana recomienda Andrés Amorós.
Ideas básicas
La importancia enorme del YO: ¿egoismo? Decía Unamuno que más bien era yo-ismo. Este es el único tema decisivo. No cambia lo esencial del ser humano: «Cada hombre lleva la forma entera de la condición».
En cuanto al método, hay una frase muy famosa en Francia que lo resume: «Que sais-je?» Eso es lo que hacía Montaigne: escepticismo, espíritu crítico, búsqueda de la verdad, sinceridad (pero con cautela, como Cervantes). Quiere describir, no moralizar, someter todo a juicio. Cree que el ser humano es un columpio constante, variable, con contradicciones.
Montaigne escribe con un estilo natural, sencillo. «A veces me dejo ir demasiado, a fuerza de querer evitar el artificio y la afectación», decía. Reflexiona mucho sobre la muerte porque, aseguraba, es lo único para lo que no estamos preparados, no tenemos experiencia).
También apuesta por disfrutar de todo con moderación: «Gozo de la vida el doble que los demás»; «la excelente mediocridad»; «sabiduría alegre y civil». «Amo la vida tal como Dios ha querido concedérmela».
Defiende la universalidad. Se ríe de sus contemporáneos que viajan para buscar lo mismo que han dejado atrás: «No viajo para buscar gascones en Sicilia».
Su lección fundamental es que lo más importante para un ser humano es aprender a vivir: «La más fundamental de las ocupaciones». «Nuestra obra maestra: vivir de forma adecuada».
Sainte-Beuve hizo uno de los mejores resúmenes de su figura: «Haciendo su propio retrato ha sido el mejor pintor de la mayoría de los hombres». Caerá simpático o no; se estará de acuerdo con unas cosas o no, pero da el brillo deslumbrante de la inteligencia, de pensar por uno mismo.
Montaigne: Páginas inmortales, selección y prólogo de André Gide, Barcelona, ed. Tusquets, 177 págs. ISBN: 84-7223-668-4.