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Legionarios y fascistas… ¡Ay, Carmena!

Sus cuatro años como alcaldesa de Madrid han sido casi un himno del riego, un ramillete de ocurrencias que convirtió a la capital en el mayor parking de patinetes jamás visto

Ella, como ‘La quince brigada’, luchaba contra los legionarios y los fascistas… ¡Ay, Carmena! Contra los moros no, que las cosas ya no significan lo mismo que en el 36. Desde que Manuela puso un pie en el Palacio de Correos, la democracia municipal reverdeció por todo Madrid con la fuerza de las pancartas de bienvenida a los refugiados y los enjambres de patinetes en el Barrio de las Letras.

Los cuatro años transcurridos desde su elección como alcaldesa de Madrid han sido, ¡Ay, Carmena!, casi un himno del riego. Los aspersores del buenismo irrigando los más grandes jardines en los que un político se haya podido meter jamás: desde una moneda que no llegó a acuñar, El Madroño, pasando por las normas de tránsito peatonal en Navidad hasta el mismísimo Madrid Central, ahora en la picota del PP, Ciudadanos y Vox. Su gestión fue casi como aquel mundo del ‘Cándido’ de Voltaire, pero en versión Chamartín… con todo y Florentino Pérez incluido.

Errejón, el niño del piolet, horneó magdalenas con la alcaldesa a espaldas de Pablo Iglesias, líder de un Podemos que ya no pudo

Tras 24 años del gobierno del PP en Madrid, Manuela Carmena asaltó el Ayuntamiento como la alcaldesa del cambio, en 2015. Lo hizo a bordo de una marca asociada al entonces efervescente Podemos, aquel partido nacido al calor de la Puerta del Sol y que ella misma despedazó al ir en una fórmula conjunta con Íñigo Errejón, el niño del piolet, aquel que cenó empanadillas y horneó magdalenas a espaldas de Pablo Iglesias, líder de un Podemos que ya no pudo.

Carmena llegó al cargo arropada por una variopinta lista de concejales, a cada cual más circense y esperpéntico. A muchos no les dio tiempo de prometer el cargo siquiera, como le ocurrió Zapata, el edil de los chistes contra los judíos que fue sustituido por Celia Mayer, una responsable de Cultura que llegó a su despacho pensando que Madrid era una prolongación del Patio Maravillas. Así acabó: relevada, por confundir a los carmelitas fusilados con falangistas.

Muchos de sus votantes enjugan una lágrima como si antes de Carmena la ciudad no hubiese conocido ni siquiera el alcantarillado

Así era el cambio de Carmena: aquel ramillete de ocurrencias y rectificaciones, pequeñas hecatombes revestidas de cursilería, moralismo e intrusismo que convirtió a Madrid en el mayor parking de patinetes jamás visto, mientras una gruesa película de orina y basura comenzó a recubrir la piel de la ciudad hasta petrificarla. Eso, pues: un estercolero con ciclovías del que ahora se duelen sus votantes, quienes apesadumbrados por el regreso de ‘las derechas’ a Cibeles, enjugan una lágrima como si antes de Carmena la ciudad no hubiese conocido ni siquiera el alcantarillado.

Desde las elecciones municipales del pasado 26 de mayo, en las que Carmena fue la más votada pero no la llamada a gobernar por falta de mayoría, la alcaldesa anda coja, pero como ella es asidua a las quebraduras y muletas, se apaña. Y aunque dijo que, de no poder repetir como alcaldesa, se retiraría… la cosa cambia. Como el San Reculando de Pedro Sánchez -según el santoral de Carlos Alsina-, Carmena enmendó la plana y asegura ahora estar dispuesta a intentar sumar, para así resistir la embestida de Almeida, sus legionarios y fascistas… ¡Ay, Carmena!

 

 

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