Leila Guerriero: «El rol del periodismo es entender, incluso cuando duela»
Figura fundamental de la crónica actual en América latina, acaba de publicar Zona de obras; dice que los peores pecados de un periodista son la ignorancia y la ingenuidad
Esa pantalla diseñada para un único e incómodo espectador se ha convertido para esta artesana errante del periodismo en su cine más frecuentado. En la butaca del avión, mientras anda o desanda el camino de su última entrevista o conferencia, Leila Guerriero, ubicada a la vanguardia de su oficio como exploradora de universos vírgenes, se anticipa también a los estrenos de las carteleras. Atrás quedaron las sesiones de cine continuado en una sala de Lavalle donde alguna vez, en un mismo día, vio tres veces el Drácula de Francis Ford Coppola. Una nueva película integra su selecta lista de favoritas, una historia que reverbera en su arte y también en su estilo, profesional y humano: The End of the Tour, road-trip intelectual sobre el encuentro de un periodista con un ya consagrado David Foster Wallace, la voz que adoptó una generación en la hegemonía del grunge, el imperio de MTV y el nacimiento de los reality shows. En este relato de no ficción el autor maldito, quien puso fin a su vida en 2008, ronda, invoca y encarna una actitud vital: la humildad. Con una cita de Cesare Pavese sobre esta virtud y búsqueda abría Guerriero, tres años antes de que Wallace se quitara la vida, la puerta de Los suicidas del fin del mundo, un libro clave para entender esa suerte de Comala, ubicada en los ventosos páramos de la Patagonia. «Me sigue pareciendo un milagro que la gente lea lo que escribo», confiesa. Como un eco, «el último de Leila» -el último libro o artículo publicado- se difunde pronto cada vez que aparece una nueva crónica o texto, una noticia que llega hasta las redes sociales, ese sitio que tan poco seduce a esta cultora del encuentro real, de la posibilidad de escuchar con atención y de mirar a los ojos.
Algo está pasando con la crónica, pero la idea de boom tiene que ver con algo muy peligroso, vinculado al éxito o el suceso, y la verdad es que quienes nos dedicamos a esto somos personas pluriempleadas. Hay mucha gente queriendo hacer periodismo narrativo, hay avidez por talleres y muchas editoriales tienen una línea dedicada a no ficción, pero que no alcanza un nivel de fenómeno con características masivas. Martín Caparrós dice que la crónica es un género de los márgenes, por eso el periódico o los diarios no son el espacio para ella. El medio masivo nunca fue el lugar donde puede florecer. Siempre fue una cosa más de nicho.
La entrevista con Yiya Murano para mí fue clave. Obviamente nunca iba a confesar que mató a una persona, pero había algo muy perverso en ella. El juego que había que hacer ahí era mostrar su perversión a través de otro tipo de cosas: el modo en el que se expresaba, el hecho de estar todo el tiempo cambiándome el nombre (esa cosa psicópata de no registrar a quien tenés en frente) o de decirle a su marido, refiriéndose a mí, «Ella es nuestra», como una especie de araña que va tejiendo cosas alrededor. Por eso cuando yo desgrabo, desgrabo todo, hasta la aparente hojarasca, porque nunca sabés qué puede generar una situación narrativa interesante.
La crónica siempre fue literatura. Creo que el problema viene del pegoteo que se hace entre literatura y ficción. Tomás Eloy Martínez decía que el buen periodismo, cuando está bien hecho, es literatura. Un amigo me regaló la colección completa de The New Yorker en papel y algunos reportajes tienen tanta vigencia como La metamorfosis, de Kafka.
El peor pecado para un periodista es ser ignorante, ingenuo o cándido y debería siempre funcionar la humildad. Vos no podés ser más importante que la historia. Si el periodista se preocupa más en hacer lucir su pregunta o en lucirse él para contar una historia, hay algo que no está funcionando. Se es un vehículo para contar una historia y no el protagonista. También la humildad debe estar cuando investiga y reportea, porque aunque pueda tener la sensación de que lo conoce todo, siempre tiene que saber que habrá alguna parte de la realidad que le va a ser esquiva, en especial para escribir sobre el otro, porque la gente siempre tiene secretos.
La objetividad no existe. Cuando uno mira una realidad, lo hace con toda su carga cultural, política, social, con su pena, hasta con sus problemas de pareja. Pretender que un periodista sea completamente neutro y cuente algo como «la verdad revelada», me parece absurdo, pero eso no significa que sea deshonesto.
Siempre hay algo de autobiográfico en las crónicas. El solo hecho de elegir un tema y no otro dice algo de vos. Escribir sobre el bailador de malambo [su experiencia en el festival folklórico de Laborde está registrada en Una historia sencilla] decía algo de preguntas que me hago sobre la intromisión del periodista y de su relación con un entrevistado o incluso con preguntas más grandes: por qué alguien quiere algo con tanta potencia y se aferra a ese sueño, qué pasa cuando se alcanza lo que se quiere. No es autobiográfico en un sentido autorreferencial, pero sí creo que en los textos, incluso los escritos en la más radiante tercera persona, hay una mirada que sale de uno mismo.
Rodolfo Walsh se anticipó a los que creemos que estamos haciendo ahora con la crónica el gran invento nacional. Era un tipo que escribía estupendamente bien las dos cosas: ficción y no ficción. «Esa mujer» sigue siendo votado como el mejor cuento de la ficción argentina, y tiene textos que superan en modernidad a muchos de los que hoy estamos escribiendo periodismo.
No creo en el periodismo militante. Es como si dijeses que existe algo como el «periodismo publicitario». Si sos militante, significa que te alineás detrás de un líder y no le discutís nada, donde hay algo corporativo. El periodismo es un lugar de discusión, de cuestionamiento.
El rol del periodismo es el de entender, incluso cuando duele. Te podés encontrar con que el héroe de toda tu vida, al que tenés la posibilidad de entrevistar, es un pusilánime. A mí me pasó hace muy poco, pero no daré más detalles. Lo importante es que no se ejerza el rol de la venganza periodística: como un tipo me cayó mal, lo voy a demoler. Un periodista es más interesante cuanto más trabaje en contra de la comodidad. Si no, tu trabajo va a ser chatito, como vuelo de perdiz.
Salir a correr es un momento de mucha soledad, de desprendimiento del mundo, de prescindencia. Para mí, es muy parecido a escribir y mientras lo hago voy imaginando posibles columnas. Corro por mi barrio, que está lleno de talleres mecánicos, no tengo un circuito glamoroso. Lo único que no me anima a correr es el viento. Soy bastante climática y a mí el viento me crispa. Voy escuchando música. En mi iPod tengo desde Magnetic Fields, Radiohead o Eminem hasta a Miguel Bosé.
Leila Guerriero: Junín, 1967
Lejos de aquel cliché de que ser escritor es una instancia superadora a la de ser periodista, se presenta y define así: periodista. Voz y pluma fundamental para entender la crónica, comenzó en Página/30. Fue redactora de la nacion Revista y de Rolling Stone. Es editora de la revista mexicana Gatopardo. Publicó Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Plano americano y Una historia sencilla. Acaba de publicar Zona de obras (Anagrama)