Leonardo Padura: «En Cuba faltan comida, combustible y electricidad, pero sobre todo esperanza»
El escritor cubano más reconocido publica 'Ir a La Habana', una autobiografía sentimental que recoge el alma de su ciudad y entreteje un demoledor alegato político de la decadencia de su país. "En cuatro años han huido de la isla más de un millón de cubanos, el 10% de la población"
Cuando Leonardo Padura (La Habana, 1955) era un niño beisbolero y mataperros -como se llama en Cuba a los que se pasan el día jugando en la calle- en su periférico y adorado barrio de Mantilla, cada vez que la familia debía ir a hacer una gestión o unas compras al centro histórico se decía «vamos a La Habana». Con estas palabras, Ir a La Habana (Tusquets) titula el escritor uno de sus libros más personales, una mezcla de autobiografía privada y profesional, relato de su educación sentimental y elogio de la que es su ciudad desde hace casi 70 años, que está tristemente entreverada del especial contexto político de una Cuba marcada, arquitectónica y moralmente por 65 años de Revolución.
«Es imposible desligar el desarrollo de mi vida, el hombre y el escritor que soy, del hecho de haber vivido en La Habana. Así que este libro es un viaje a la semilla, a mis orígenes mantilleros y a mi conocimiento paulatino de la ciudad, y también un reflejo de que sigo viviendo en la misma casa donde nací, de que tengo todavía ahí a mi madre, a quien con sus casi 97 años, sigo consultando constantemente cosas que no tengo muy claras», explica a La Lectura el escritor, que anda embarcado en viajes de promoción -Brasil, Francia, Alemania- que le traerán muy pronto a nuestro país. «Mi madre es una de esas fuentes que tenemos los escritores, que al final somos coleccionistas de memorias ajenas, para recordar todo aquello que se ha ido: personajes, lugares, épocas, anécdotas…».
Arquitectura política
En este recorrido temporal y sentimental por la ciudad de sus amores, Padura combina historias de época colonial o de La Habana de principios de siglo, «cuando quería ser la Niza del Caribe», con recuerdos de los años 50 -el Floridita de Hemingway, «que bebía uno tras otro daiquiris dobles sin azúcar, o el Tropicana de Nat King Cole- y las décadas posteriores bajo la férrea bota del comunismo. Barrios desaparecidos, como la populosa y colorida judería habanera comparten lugar con el hoy desnaturalizado Barrio Chino o con los lugares de correrías juveniles y universitarias del escritor en La Víbora -«de nombre venenoso y atmósfera siempre amable»- o El Vedado, el barrio que durante décadas aún mantuvo cierto pulso cultural, a pesar de que el cabaret Montmartre se convirtiera en el restaurante Moscú o de la decadencia de bares como el Pico Blanco, «último refugio de los músicos bohemios del filin habanero de los 50″.
«En La Habana muchos de los lugares que durante décadas fueron emblemáticos han sido sustituidos nada más que por un vacío»
Salpicadas entre sus reflexiones sobre la evolución de una ciudad en la que «los lugares emblemáticos han sido sustituidos nada más que por un vacío», el escritor critica varias veces el furor renombrador de la Revolución, un lenguaje eufemístico y patriótico destinado a borrar la identidad. «En La Habana, casi todas las grandes avenidas históricas tienen dos nombres. Por ejemplo, a la Calzada de la Reina, nombre colonial, se le puso después Avenida de Bélgica. ¿Por qué carajo? Si le hubieran puesto Avenida de Madrid, todavía…», bromea. «Las ciudades, como los idiomas, son organismos vivos y cambiantes, pero la gente suele ser refractaria a este tipo de imposiciones«.
Pero la política determinó (y determina) en Cuba mucho más que la planificación urbanística o los nombres de calles y edificios. Por ejemplo, Padura no pudo estudiar Periodismo por falta de plazas, pues el Estado decidió que ya había suficientes, y tuvo que entrar en la carrera de Letras. Un paso determinante para el futuro escritor que, sin embargo, terminaría igualmente ligado al oficio. «El periodismo, que ejercí durante casi toda la década de los 80 en Juventud Rebelde, periódico lógicamente del régimen –un castigo de «reorientación ideológica» por sus textos en la revista cultural El Caimán Barbudo-, me sirvió para conocer a fondo la ciudad, sus barrios y sus gentes», recuerda.
La memoria de la Revolución
Algunos de esos extensos reportajes, incluidos en este libro, le servirían después para sus novelas del ex policía «asquerosamente habanero» Mario Conde -de las que también se incluyen reveladores fragmentos-, como su investigación del Barrio Chino, capital en La cola de la serpiente, el mundo del bolero de los 50 en La neblina del ayer o la boyante ciudad modernista de principios de siglo de Personas decentes.
«Estoy sufriendo un pertinaz proceso de invisibilización, mis tres últimas novelas no se han publicado en editoriales cubanas»
Esa labor periodística que fue el sustrato del escritor actual -Padura publicaría su primera novela, Fiebre de caballos, en 1988- no estuvo exenta tampoco de encontronazos con el omnímodo régimen. «Siempre estaba en el filo de la navaja, pues mi periódico era el órgano oficial de la Juventud Comunista y encima estaba la oficina de Prensa del Partido. Teníamos unos murales donde se ponían cada semana moralejas buenas y malas, y recuerdo que un artículo que escribí sobre el barrio de El Calvario estuvo en ambos lados. En el bueno, por su calidad literaria, y en el malo porque decía que era un pueblo olvidado. ‘La Revolución no se olvida de ningún pueblo, me dijeron’. Así de desquiciante era«, rememora.
El control y la censura, «que siguió existiendo», se fueron suavizando con el tiempo, tras una gran represión en los 70 y la gran crisis de poder que trajo en los 90 el Periodo Especial -la caída del comunismo global privó a Cuba de casi todo-, una época de libertad para el escritor, que cimento con su Tetralogía de las Cuatro Estaciones al personaje de Conde. En esos terribles años 90, narra Padura en este libro, «se inició una muy evidente degradación física y espiritual de la ciudad, que se va volviendo más caótica, más oscura, más marginal, más deteriorada», y que él, ya asentado internacionalmente gracias a Tusquets, pudo narrar con «una gran libertad».
Invisibilización, represión y emigración
Libertad que comportaría un precio, claro, cuyo pago le ha llegado especialmente en los últimos años. «Estoy sufriendo un pertinaz proceso de invisibilización del régimen: no salgo en los periódicos ni en televisión, apenas me entrevistan. Hasta ahora siempre había pequeñas ediciones, pero mis tres últimas novelas no se han publicado por editoriales cubanas», explica el autor. «Afortunadamente, existen las redes sociales e internet, y también una práctica en la cual los cubanos estamos entrenados desde el siglo XVI: la piratería«, ironiza Padura, quien reconoce: «Es doloroso saber que en las librerías de cualquier país de lengua española puedes encontrar mis libros, menos en el mío«.
«Se está viviendo la mayor ola migratoria de la historia de Cuba. Más de un millón de cubanos, el 10% de la población, ha dejado la isla desde 2020»
Este lamento se une a la oscuridad que acompaña los últimos capítulos de Ir a La Habana, que, como bromea Padura, podría cambiarse por «Irse de La Habana. Tras lo terribles que fueron los 90, donde todo el mundo pensaba que la solución era irse, ahora vivimos un momento todavía peor. Se está viviendola mayor ola migratoria de la historia de Cuba. Imagínate que en los últimos tres o cuatro años, sólo a Estados Unidos han entrado más de 800.000 cubanos. Y si se suma los que están en México esperando, los que han venido para acá, para España -cerca de 200.000, los que se han ido a Brasil o Uruguay… Más de un millón de cubanos, el 10% de la población, ha dejado la isla desde 2020«.
La emigración es el único camino, toda vez que lasgrandes protestasde estos últimos años, precedidas por el auge que alcanzó el Movimiento San Isidro, demostraron que toda aspiración de cambio no entra en los planes del régimen. «Es muy sencillo decir desde fuera que hay que cambiar las cosas, pero un enfrentamiento frontal con el poder se ha demostrado imposible. Ya no es sólo la represión policial, sino la judicial«, advierte Padura. «Alguna de las personas de aquellas manifestaciones masivas, por romper un cristal de una tienda, fue juzgada y condenada a 10 años. Y nadie va a salir a la calle a gritar sabiendo que te pueden meter 10 años de cárcel. Las reglas del juego han quedado claras«.
Un futuro incierto
Para el escritor, el punto crítico llegó con el gobierno de Trump y la pandemia de covid. «Faltan otra vez los alimentos, el combustible y la electricidad, pero sobre todo, falta la esperanza, y esta es la gran diferencia con los 90. La estructura económica cubana ha demostrado ser inoperante, ineficiente, y la gente ya no cree en ningún ideal trasnochado ni en la posibilidad de cambio«, asegura. Tanto es así que en esta nueva ola migratoria «no sólo se van los jóvenes y preparados, sino gente de mi edad, amigos de toda la vida, lo que me va dejando una sensación de soledad, de ajenitud con la ciudad y el país«.
«Nadie va a salir a la calle a gritar y protestar sabiendo que le pueden meter 10 años de cárcel. Las reglas del juego han quedado claras»
Ajenitud es un concepto clave en las últimas páginas, donde Padura reflexiona sobre cómo su amada Habana es cada vez más «una ciudad extraña, a veces hostil, incluso. Hay códigos que se me van escapando, comportamientos ajenos a los que conocía. Por eso, pregunto mucho, trato de hablar con gente joven para que me digan cómo piensan, cómo ven las cosas, para tratar de mantenerme lo más cerca posible de esa realidad social y citadina de la que escribo«.
Porque lo que tiene claro el escritor es que, si no se ha marchado ya, ahora no va a ir a ningún lado. Y que, aunque sea, como dice Conde «un nostálgico de mierda», va a seguir retratando La Habana como lleva haciendo casi cinco décadas. «¿Cómo va a ser en el futuro? Ni idea. Pero mientras pueda resistir, seguiré escribiendo«.-