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Libros para conocer la mentalidad de Trump y aspirantes a autócratas, según Martin Baron

CÓMO SALVAR AL PERIODISMO Y A LA DEMOCRACIA DE SUS CRISIS, 3 / Tras la entrevista con el ex director de The Washington Post, por su libro 'Frente al poder', destacamos las lecturas que hizo para conocer mejor lo que se avecinaba y que ayudan a comprender el interés de algunos por erosionar la democracia

 

Portadas de algunos de los libros que leyó Martin Baron, ex director de The Washington Post, cuando Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos en 2017. /WMagazín

Presentación WMagazín El mundo afronta no solo grandes cambios del funcionamiento del planeta, sino también por parte de los políticos y sus líderes con acciones que erosionan la democracia, la convivencia, los derechos adquiridos por las minorías en los últimos tiempos, insisten en establecer ciudadanos de segunda y de quinta y buscan retorcer la realidad para sus propios beneficios, según varios libros. Uno de esos líderes que empezó a minar algunos principios, y a ser imitado por líderes de otros países, fue Donald Trump en Estados Unidos, cuando llegó a la presidencia en 2017. Según los expertos, son personas que piensan más en ellos que en el bien común mediante tics dictatoriales y autócratas. Esto los lleva a auspiciar una involución en sociedades que ha empezado a corregir sistemas heteronormativos milenario, en favor de la igualdad y el equilibrio entre todas las personas.

 

Martin Baron, ex director de The Washington Post, uno de los periodistas más prestigiosos e influyentes del siglo XXI, desenmascara parte de este proceso de derrumbamiento a través de sus memorias, Frente al poder. Trump, Bezos y The Washington Post (La Esfera de los Libros), cuando estuvo al frente del diario estadounidense, entre 2013 y 2021. En una entrevista con WMagazín, Baron analizó la coincidencia de las crisis de la democracia y del periodismo. En sus memorias, también revela con qué libros intentó conocer mejor el tipo de persona que iba a llevar la presidencia de su país. Lecturas que le sirvieron como periodista y como ciudadano ante los cambios del mundo.

El siguiente es un pasaje de Frente al poder y los libros que leyó Martin Baron:

 

Haz el trabajo y no la guerra

Martin Baron

Todo en Donald Trump, empezando por su campaña, nos decía que tenía maneras de autócrata. Cómo celebraba la violencia contra los manifestantes durante los mítines. Cómo procuraba deshumanizar a la prensa. Sus amenazas de utilizar el poder presidencial para castigar, e incluso encarcelar, a sus oponentes. Su lenguaje de odio y sus mensajes racistas subliminales o solo sugeridos. Las imágenes antisemitas de su campaña, que mezclaban el dinero, la corrupción, la globalización y el poder. Su desprecio por los hechos comprobables y ciertos, y por las reglas democráticas. Su imprudente e infundada afirmación de que las elecciones de 2016 estaban “amañadas” contra él… y su negativa, ya entonces, a aceptar los resultados si perdía. Cómo confundía el interés público con el suyo propio. El elogio a los mandatarios tiránicos, primera y principalmente a Vladímir Putin en Rusia, pero también a Rodrigo Duterte en Filipinas, a Abdelfatah al-Sisi en Egipto, a Kim Jong Un en Corea del Norte, a Recep Tayyip Erdogan en Turquía o a Viktor Orbán en Hungría

(…)

Cuando Trump asumió el cargo, sentí la necesidad de tener que informarme mucho más, de un modo que jamás me había ocurrido con ningún presidente entrante. Los medios se habían visto sorprendidos ante ese tipo de campaña presidencial. No estaban preparados. Yo pensé que tenía que prepararme para un nueva forma de asumir la presidencia. Todas mis lecturas se concentraron en el autoritarismo y en la manipulación de la opinión pública.

La lista:

It Can’t Happen Here (Eso no puede pasar aquí), la novela de Sinclair Lewis, de 1935: un presidente populista que anuncia el final de la democracia y acusa a los periodistas de ocultarse en “nidos de arañas” donde “traman todas sus mentiras”.

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En The Plot Against America (La conjura contra América), la novela de Philip Roth publicada en 2004, se habla de “haber conquistado el espíritu de la nación más grande del mundo ¡sin haber dicho ni una sola verdad!”.

 

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En The Origins of Totalitarianism (Los orígenes del totalitarismo), la obra maestra de Hannah Arendt, publicada en 1951, se habla de los líderes de masas que creen que “los hechos dependen exclusivamente del poder del hombre que puede inventarlos”.

 

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En The True Believer (El verdadero creyente), de Eric Hoffer publicada en 1951, se reflexiona sobre los movimientos de masas: “La eficacia de una doctrina no proviene de su significado, sino de su certidumbre”.

 

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En The Image (La imagen), el libro de Daniel Boorstin publicado en 1962, el autor destacaba la adicción de los medios de comunicación de masas a los “pseudoacontecimientos”. (Explica cómo el senador Joseph McCarthy ejerció “una fascinación diabólica y un poder casi hipnótico sobre los reporteros ávidos de noticias” al tiempo que “se construía una imagen en los titulares de las portadas de los periódicos”.

 

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Los medios eran “cofabricantes de pseudoacontecimientos” y “quedaron atrapados en su propia red”.) Neil Postman, en su libro de 1985, Amusing Ourselves to Death (Divertirse hasta morir), analizaba la política en la Era del Espectáculo: “Los líderes políticos no tienen que preocuparse mucho por la realidad, siempre que sus actuaciones generen una sensación de verosimilitud más o menos coherente”.

Más recientes:

 

 

On Tyranny (Sobre la tiranía), el breve pero potente bestseller del historiador Timothy Snyder, publicado en 2017 (“La posverdad es prefascismo”).

 

 

How Democracies Die (Cómo mueren las democracias), escrito en 2018 por los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (“Deberíamos preocuparnos (1) cuando un político rechaza, de palabra u obra, las reglas del juego democrático; [2] niega la legitimidad de sus oponentes; [3] tolera o alienta la violencia; o [4] da a entender que tiene la voluntad de coartar las libertades civiles de los oponentes, incluidos los medios”.)

Los autores de Cómo mueren las democracias describían cómo un demagogo que viola las reglas y las normas democráticas puede provocar que otros hagan lo mismo, erosionando aún más el sistema. Concretamente, citaban a un medio de comunicación que, sintiéndose amenazado, “puede abandonar la contención y los principios profesionales”. Buena parte de la prensa estuvo tentada a hacerlo.

Y durante este tiempo, mientras observaba cómo las mentiras de Trump tenían encandilados a tantos americanos, leí Humbug: The Art of P. T. Barnum (Patrañas: el arte de P. T. Barnum), la biografía de Neil Harris publicada en 1973: se asegura que Barnum decía: “Cuanto más grande es la patraña, más le gusta a la gente”.

Todos estos libros retratan a personas que se parecen a Trump. Anticipan a un político capaz de azuzar miedos y odios con una retórica que supuestamente va contra las élites. Documentan cómo la prensa podría revelarse impotente e incapaz a la hora de hacer rendir cuentas a un hombre así… e incluso promoviendo los intereses del autócrata aun cuando esa no fuera su intención. Estos libros presagian cómo la verdad puede acabar pisoteada con muchísima facilidad.

(…)

Ya el 6 de enero de 2018, Trump se sintió impelido a defender su equilibrio psicológico, diciendo de sí mismo que tenía un “carácter muy estable”. Lo dijo en medio de una barahúnda de tuits en los que reaccionaba contra un libro que acababa de salir, Fire and Fury, de Michael Wolff (Fuego y furia: en la Casa Blanca de Trump), que arrojaba dudas sobre la estabilidad mental del presidente. No era un tema nuevo. A lo largo de la campaña presidencial y a medida que se iba poniendo cada vez más nervioso por la investigación sobre Rusia, fueron surgiendo preguntas sobre si la extraña conducta de Trump podría explicarse como un trastorno psicológico. A medida que la conducta de Trump se iba haciendo más errática —estrambótica, en realidad— durante el proceso de impeachment en 2019, las preocupaciones aumentaron notablemente.

Y dos pasajes de Frente al poder sobre las mentiras de Donald Trump y sobre el periodismo:

 

 

“Tres periodistas que componían el equipo de comprobación de datos (Fact Checker) en el periódico habían estado rastreando cada declaración falsa o tergiversada que había hecho Donald Trump desde que juró como presidente. En octubre de 2020, las mentiras se sucedían a un ritmo tan vertiginoso que el equipo tuvo que decirles a los lectores que era incapaz de seguirle el ritmo al presidente. En la recta final de la campaña, los alegatos falsos de Trump se contabilizaban a más de cincuenta diarios. El 11 de agosto consiguió el récord con 189 falsedades (alcanzando el récord histórico de 503 falsedades el 2 de noviembre). En el primer año de su presidencia, había promediado unas seis mentiras al día; luego pasó a dieciséis en 2018, veintidós en 2019, y treinta y nueve diarias en 2020. Durante la pandemia, cuando Trump encontró razones suplementarias para mentir, añadió 2.500 falsedades relacionadas con el coronavirus a lo largo de un año. Al final de sus cuatro años como presidente, las mentiras y embustes ascendían a 30.573.

Esa cifra, por sí sola, por muy asombrosa que pueda parecer, no capta adecuadamente todo lo que estaba pasando. Un país necesita la verdad como un ancla para mantenerse firme. Trump estaba soltando el ancla. ‘El impacto de sus embustes no está solo en su número, sino en las exigencias cada vez mayores que nos plantean’, como explicó el periodista Carlos Lozada, del Post, en su libro What Were We Thinking (¿En qué estábamos pensando?), de 2020. ‘Primero se nos pidió que creyéramos mentiras concretas. Luego, que adaptáramos la realidad a nuestras preferencias políticas. Después, que aceptáramos solo lo que el presidente certificaba como verdad, sin importar el asunto o cuán a menudo cambiaba de opinión. Tras esto, teníamos que sostener que no hay nada realmente cognoscible, ni aceptado generalmente.Y finalmente, se nos pidió concluir que, aun existiendo una verdad, era irrelevante. Las mentiras no importan, solo importa el hombre que las profiere”.

(…)

“La verdadera objetividad, en cualquier caso, no significa nada de eso. Lo que significa realmente es esto: como periodistas, no podemos dejar de obsesionarnos con llegar a conocer la verdad… o, para utilizar un término menos altisonante, la ‘realidad objetiva’. Y conseguirlo exige tener la mente abierta y utilizar un método riguroso. Debemos fijarnos más en lo que no sabemos que en lo que sabemos, o en lo que creemos que sabemos. No deberíamos empezar nuestro trabajo dando por hecho que conocemos las respuestas; tenemos que buscarlas y encontrarlas. Tenemos que ser oyentes generosos y aprendices entusiastas. Y deberíamos ser justos. Y, en este punto, incluyo la obligación de ser justos con el público: informar directamente y sin miedo de lo que sabemos que ha ocurrido”.

 

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