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Liderazgo compartido vs. liderazgo con partido

¿Por qué la idea de estructuras verticales con un 'máximo líder' debería ser cosa del pasado?

Protesta del 11 de julio de 2021 en La Habana.
Protesta del 11 de julio de 2021 en La Habana. Jorge Luis Baños IPS

 

 

En un programa de la radio de Miami donde se discutía la supuesta ausencia de liderazgo en el exilio cubano y la oposición dentro de la Isla, interrumpí abruptamente a uno de los invitados con la siguiente exclamación: «¡Un momento, que yo soy un líder!». De inmediato recibí todo tipo de miradas, que iban en el rango de «¿qué se cree éste?» hasta, en el mejor de los casos, la típica expresión de condescendiente incredulidad. Tras unos segundos de silencio, un pecado capital es espacios radiales, rematé mi comentario agregando: «Claro que soy un líder. Todas las tardes, cuando llego a mi casa tras la jornada de trabajo, mis dos hijos salen corriendo a recibirme gritando ‘¡Papi, papi!'».

Reconozco que lo hice con premeditación, saña y alevosía, pero mi interés era precisamente ese, mover a la audiencia, especialmente a los doctos integrantes del panel, del escepticismo a la racionalidad. Porque la incuestionable verdad es que, de una forma u otra, todos somos líderes, para alguien o para algo, desde un equipo deportivo hasta un núcleo familiar. Sucede que en muchos casos estas lecciones del cotidiano vivir no se aplican a los procesos políticos, tan permeados por técnicas de mercadeo que nos intentan vender la imagen de líderes mesiánicos que rozan la frontera de lo sobrenatural. En ese sentido, algunas narrativas políticas se asemejan mucho a las religiones, en su afán de forjar una mística en muchos casos rayana al fanatismo. El comunismo es la máxima expresión de este pervertido discurso, al elevar el culto a la personalidad como raison de etat. La gran ironía del destino es que el mal llamado campo socialista cayó en la inmensa mayoría de los casos como resultado de la articulación de grandes movimientos de masas con una multiplicidad de liderazgos a todos los niveles.

Por supuesto que siempre existen personas que marcan pautas y estrategias, pero la idea de estructuras verticales con un «máximo líder» es cosa del pasadoHoy en día los movimientos se articulan en torno a estructuras horizontales de liderazgo compartido, y esta flexibilidad les permite operar con mayor eficacia y ser menos vulnerables a la represión. Más importante que el líder resulta la existencia de un tema específico y acciones coordinadas a nivel nacional, por lo que la fuerza no proviene de una persona, sino del cúmulo de participantes. Esto ha sido potenciado por las tecnologías modernas de comunicación, que permiten la interconexión de grandes números de personas sin necesidad de estar en el mismo lugar en un momento dado. La capacidad de realizar intercambios de experiencias por medio de Zoom, Telegram, u otras aplicaciones, entre líderes de diferentes comunidades del país, y hasta líderes de diferentes países, ha generado un cambio radical en las visiones y el ejercicio práctico del liderazgo.

En Cuba esto se hizo patente el 11J, cuando miles de personas se movilizaron en todo el país de forma cuasi simultánea sin ser convocados por ningún líder, de manera similar a lo sucedido en Perú un año antes en 2020, cuando el movimiento «Generación del Bicentenario» incluyó a universitarios, obreros, influencers, feministas, indígenas y hasta barras de aficionados al fútbol. Lo que hizo posible esta movilización fue una visión compartida, enfocada en una acción específica, con posibilidades concretas de ser ejecutada con éxito. Contar con un liderazgo amplio y diverso, en igualdad de condiciones, aumenta la cohesión del movimiento y reduce las posibilidades de la represión, al convertir en inoperante el hecho de encarcelar o eliminar a una persona. Las dictaduras siempre buscan singularizar a sus oponentes, para dividir y aislar a los movimientos, así que los líderes que inspiran a otros líderes son la base de los movimientos cohesionados, contrario al falso estereotipo que afirma que la cohesión proviene de seguir ciegamente a una persona. Mientras más abarcador y diverso es un movimiento, mayores son sus posibilidades de éxito. Además, al estar necesariamente basadas en el consenso, por la multiplicidad de líderes, estos movimientos estimulan el ejercicio de la democracia durante el proceso de lucha.

Solidaridad comenzó en Polonia con delegados de 36 sindicatos regionales, pero se ramificó con Solidaridad Rural, Solidaridad Estudiantil, artistas e intelectuales. Otpor, fundado en Serbia en los 90 por media docena de activistas, se expandió rápidamente por todo el país en virtud de su liderazgo multinivel en todas las provincias, con capacidad de operar de forma independiente en base a una visión del mañana aceptada y compartida por todos sus miembros. En la Revolución de los Cedros de los 2000, en el Líbano, no se conocen líderes individuales propiamente dichos, así como en Túnez, Egipto, Marruecos, y la mayoría de los países involucrados en la llamada primavera árabe en los 2010. El denominador común de todos estos procesos, y a la misma vez su hilo conductor en todas las épocas, en todas las latitudes y contra cualquier tipo de sistema de opresión, ha sido la articulación de una nueva forma de ejercer el liderazgo, apartado de las narrativas tradicionales. Si comparamos ambas visiones contrastantes, podemos notar que cuando una persona desplaza a otra persona de la cima del poder, el resultado es generalmente una nueva dictadura, mientras que cuando el desplazamiento proviene de la base, el resultado mayormente es una transformación radical (de raíz) de las estructuras sociales y políticas. Esperar o buscar líderes supremos en luchas pro democracia equivale a pretender ganar un combate retando a Mike Tyson a una pelea de boxeo.

En definitivas cuentas, todos somos líderes y, de hecho, ejercemos y proyectamos constantemente ese liderazgo en todas nuestras actividades cotidianas. Los animalistas, los rastafaris, los periodistas independientes, los artivistas, los cuentapropistas, los opositores políticos, etc., todos tienen un rol en articular esa visión de una Cuba plural que derrote la falsa unicidad que pretende la dictadura. Un poco en broma y bastante en serio, fue lo que traté de decir en aquella oportunidad a través de las ondas radiales. Todo liderazgo es cuestionable si no es capaz de conducir al bien común.

Quizás una de las definiciones más acertadas de la misión de los liderazgos compartidos, la brindó un comediante, Fred Allen, presentador e icono de la televisión en los Estados Unidos, cuando dijo: «Probablemente no sea el amor lo que hace girar al mundo, sino más bien esas alianzas de apoyo mutuo a través de las cuales los socios reconocen su dependencia mutua para el logro de objetivos compartidos y privados».

No hace falta un líder carismático, sino una visión compartida con espacio para todo tipo de carisma. Al asumir este rol con la responsabilidad debida, estamos erosionando uno de los más fuertes pilares de dominación del sistema.

 

 

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