Llegó la hora de Lenín Moreno, pero ¿lo dejará gobernar Rafael Correa?
Credit Rodrigo Buendia/Agence France-Presse
QUITO — Rafael Correa se niega a retirarse. Ha pasado casi un mes desde que le entregó el poder a Lenín Moreno, pero quiere seguir en el juego. En Twitter, donde el expresidente tiene un bastión de más de tres millones de seguidores, sigue confrontando. También escribe columnas de opinión, o más bien pontifica en El Telégrafo, el periódico público que hasta ayer respondía a un partido único —Alianza País—, pero que hoy está dejando ver una veta correísta.
En su primera columna, que ya suma más de 110.000 visitas, critica que la nueva presidencia haya nombrado una comisión para investigar la corrupción y que pida “ayuda” a la Organización de las Naciones Unidas, sacrificando “la soberanía y la institucionalidad del Estado”. Al final pide confiar en “el nuevo país”, aquel que él cree haber forjado durante su década de gobierno.
Es indiscutible que Correa tuvo un liderazgo fuerte, pero el país lo despidió el pasado 24 de mayo. ¿Es pertinente entonces que le haga demandas a su sucesor? Por ahora, que se sepa, Correa no tiene ningún cargo. Es el presidente vitalicio del Alianza País, sí, pero este es un cargo nominal, que surgió en la última asamblea del movimiento. ¿Por cuánto tiempo seguirá su sombra en el Palacio de Carondelet?
La retahíla de tuits que publica a diario muestran que todavía le quedan ganas de seguir mandando en el país, pero también desnudan la división dentro del partido de gobierno. “¡Qué lástima que desde ciertos funcionarios del Ejecutivo, autoridades de control y hasta jueces, se esté siguiendo el discurso de la oposición (…) El frente externo no me preocupa, sí el interno, donde, por torpeza o deslealtad, se habla de marcar ‘distancia’ con mi gobierno. Mientras tanto, Alianza País calla. Sólo se han escuchado voces valientes desde la Asamblea”, escribió el exmandatario la semana pasada.
¿Quiénes son los torpes y desleales? Está claro que los dardos son para al grupo de morenistas que empieza a consolidarse en el Ejecutivo, al tiempo que los correístas se atrincheran en el Legislativo. Además pide que Alianza País ponga la casa en orden. A ese llamado acudió la secretaria ejecutiva del movimiento, Gabriela Rivadeneira, quien puso a circular en redes sociales la fotografía de una feliz reunión de la vieja guardia del movimiento con Lenín Moreno, el 12 de junio y sin más testigos que los que aparecen en la selfie. Rivadeneira agregó un mensaje a la foto de los varones sonrientes: “Juntos fortaleceremos la unidad, lealtad y coherencia del proyecto político”. Un detalle a tener en cuenta: Moreno y Correa fueron etiquetados en la imagen, pero ninguno la retuiteó.
El cambio de gobierno en Ecuador hace recordar el aparatoso quiebre de la relación entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe en Colombia quienes, a pesar de trabajar en el mismo gobierno, terminaron en aceras opuestas. Santos fue clave en la reelección de Uribe para un segundo periodo. Formó un partido político alrededor de la figura de Uribe y como pago fue nombrado ministro de Defensa. Luego ante la imposibilidad de una segunda reelección de Uribe, Santos buscó y ganó la presidencia en 2010, pero al poco tiempo de alcanzar el poder empezó la relación de diferencias y odios que arrastran hasta hoy.
Santos desarrolló una agenda propia. No solo se acercó a gobiernos que no eran del agrado del expresidente Uribe, como el de Venezuela, sino que también nombró a los opositores del uribismo como ministros y persiguió a los funcionarios uribistas. Luego pactó negociar la paz con las Farc y vino el divorcio político definitivo. Uribe se convirtió en el más feroz opositor de la gestión de Santos y minó todo el proceso de paz con la guerrilla. “Santos traicionó su promesa de seguir nuestra política”, dijo Uribe en una entrevista concedida a un diario español en 2014, titulada “Santos miente y traiciona”.
Moreno, en sus primeras horas como presidente, también mostró una agenda propia. Se quitó de encima los pesos pesados del correísmo y nombró en su gabinete a profesionales con experiencia en el mundo privado y sin militancia política. También eliminó la rendición de cuentas semanal televisada, la Sabatina, que había sido utilizada por Correa como paredón para ejecutar mediáticamente a opositores y periodistas.
Uno de los hechos más simbólicos es que los nuevos ministros de Estado han vuelto a recibir a los periodistas, algo que en un momento del correísmo estuvo prohibido.
La popularidad de Moreno fue al alza a inicios de junio, cuando la fiscalía reveló parte de la lista de los funcionarios sobornados por Odebrecht entre 2007 y 2016, periodo que coincide con el gobierno de Rafael Correa. La famosa lista de Odebrecht dejó al descubierto los nombres de personas próximas al correísmo, como Ricardo Rivera, tío y colaborador cercano del vicepresidente Jorge Glas —que estuvo con Correa y ahora repite en el cargo con Moreno—.
El anterior régimen protegió a Rivera. Cuando el Departamento de Justicia de Estados Unidos destapó el escándalo de Odebrecht, en diciembre pasado, y los rumores se dispararon, el entonces secretario jurídico de la Presidencia de Ecuador, Alexis Mera, aseguró que el familiar del vicepresidente estaba limpio: “No podemos destruir la honra de las personas si no tenemos pruebas”, dijo Mera.
Moreno fue muy cauto en sus declaraciones tras las primeras detenciones. En uno de los pocos comentarios que hizo por Twitter, señaló: “No nos detendremos en nuestro propósito de lograr un país cada vez más honesto”. Correa, en cambio, reclamó el crédito en la operación anticorrupción que según él ya había empezado en su periodo. “Es ingenuidad extrema pensar que el trabajo se hizo en una semana”, escribió en la red social. Pero lo cierto es que las detenciones se concretaron durante la primera semana de Moreno en el poder.
¿La corrupción será la piedra de tranca entre Correa y su sucesor? ¿Correa se sentirá traicionado por Moreno? El expresidente mantuvo hasta el final la tesis de que su gobierno tenía las “manos limpias”, y durante sus últimos meses en la presidencia apenas “sacrificó” a un funcionario, Alecksey Mosquera, quien fue ministro de Electricidad de 2007 a 2009, y fue detenido en abril pasado. Correa reconoció que su ministro había recibido un millón de dólares de parte de Odebrecht, pero prefirió no hablar de corrupción sino de “un acuerdo entre privados”. Esto porque los primeros indicios señalaban que el funcionario recibió el dinero cuando ya salió del gobierno. Sin embargo, ahora se sabe que el dinero se pagó en 2008, en la mitad de su gestión, y que estuvo durante tres años, en un paraíso fiscal, a nombre de una tercera persona.
La lista de Odebrecht amenaza con ser larga y hay indicios de que no solo la constructora brasileña pagaba sobornos para obtener contratos en Ecuador. Parece que Moreno quiere dejar que los poderes públicos operen independientemente para que puedan castigar a los corruptos. Esto es una novedad después de 10 años en los que Correa controló esos poderes con mano de hierro.
Pero hay que darle tiempo a Moreno y dejar a Correa en el pasado, con la etiqueta bien visible de expresidente. Debemos dejarle claro que es un expresidente ignorando sus tuits y columnas, apagando la bocina propagandística correísta. Debemos hacerle saber que, como en un juego de mesa, ya pasó su turno. Si quiere volver a jugar, debe esperar y dejar sus fichas sobre la mesa.