Llorarás, Llorarás
¿ Cómo y cuándo terminará la pesadilla roja? Es la pregunta obsesiva que todo venezolano demócrata se hace diariamente al despertar. ¿Cuál será el episodio final? ¿Cuándo llegará el fin de este suplicio? De esta manera de vivir acorralados en medio del horror de una realidad cada vez más cruel y un simulacro oficialista cada vez más cínico.
Nadie lo sabe. Ni los astrólogos ni los politólogos. Nadie puede decir con un mínimo de certeza cómo terminará este capítulo amargo de la historia nacional. Igual que nadie pudo predecir la manera como terminó la pesadilla del comunismo soviético. Que se desplomó sólo. El capitalismo no lo invadió. Ni las masas enardecidas salieron a la calle a derrocarlo. Fue una caída lenta y suspendida. Como la de una pluma de ganso.
A continuación, abruptamente, igual que un castillo de naipes, se derrumbó todo el bloque oriental y en el mundo entero celebramos la imagen de los alemanes felices echando abajo el muro de Berlín. También la de los rumanos iracundos ajusticiando a Ceaucescu, casualmente llamado Nicolás. Y a su esposa.
Pinochet, el hombre de la Caravana de la muerte, salió fue a fuerza de votos. Por un plebiscito. Los chilenos no tuvieron que echar ni un solo tiro. Igual la dictadura argentina. Que murió de agotamiento cuando un día de 1983 los militares empachados de sangre decidieron convocar a elecciones y permitir el retorno de la democracia.
Para que cayera Somoza, en cambio, fue necesaria una larga y cruenta guerra en la que miles de nicaragüenses entregaron sus vidas. Los venezolanos de 1958 echaron a Pérez Jiménez con un levantamiento al mismo tiempo militar y civil. Y unas cuantas muertes. Bastantes.
El oficial tachirense que había urdido, como Chávez en 1992, los golpes de Estado de 1945 y 1948, no hizo resistencia alguna. Agarró sus maletas cargadas de dólares y se fue volando por el cielo de Caracas vía Dominicana en donde lo aguardaba su carnal Rafael Leonidas «Chapita» Trujilllo.
La de Fujimori fue mediática. La oposición peruana estaba desanimada y todos creían que faltaban muchos años para salir del creador de la metodología chavista de ejercer el poder desde el antifaz de la democracia que edulcora la fealdad del rostro dictatorial. Pero un video del segundo de a bordo, el pervertido Vladimiro Montesinos, sobornando a un diputado opositor, le arruinó el mandato. Encendió la mecha. La gente apedreó por días La Casa de Pizarro y terminó sacando al tiranillo hoy aún en prisión en la misma cárcel en donde encerró a centenares de sus adversarios.
Hay que aceptarlo. No hay recetas. Las metodologías para sacarse de encima tiranías, dictaduras, dictablandas o democraduras, en fin, totalitarismos de izquierda y derecha, son muy diversas. En Venezuela no sabemos como será el capítulo final. Por los momentos huele a referendo. Pero el chavismo se resistirá. Porque aún no ha muerto. Aunque tampoco está realmente vivo.
Como algunos pacientes terminales, sobrevive entubado. La respiración artificial se la dan los jueces amorales del Tribunal Supremo de Justicia, la roloéviva que preside el Consejo Nacional Electoral, el logorreíco ministro de la defensa y las fuerzas armadas convertidas en tristes y grises guardias pretorianas.
Pero un paciente con respiración artificial igual puede durar años. Toco madera y busco inspiración en los filósofos de la salsa. Enciendo el ipod y encuentro dos respiros en la voz entrañable de Héctor Lavoe. El primero dice: «Todo tiene su final/nada dura para siempre/ tenemos que recordar/que no existe eternidad«. En el otro: «Pronto llegará el día de mi suerte/ se que antes de mi muerte/ seguro que mi suerte cambiará».
Lo creo. Ese día nadie saldrá volando con una maleta repleta de de dólares. En la era de Internet los dólares son digitales y hace mucho, los que eran de todos los venezolanos, volaron por el espacio virtual a las alforjas de los rojos rojitos.
Suena otra canción. «Bien caro tendrá que pagar todo mi sufrimiento/ Llorarás y llorarás/sin nadie que te consuele«. La voz electrostática de Oscar de León.