Lo importante es no ser cursi
«Ha quedado claro que el gesto del presidente no era una muestra genuina de vulnerabilidad. Ha sido otra cosa: una estrategia cínica de manipulación»
Estos días de adhesiones incondicionales y martirios colectivos y cursilería rampante son indistinguibles de Las noches de Ortega, el programa satírico de Juan Carlos Ortega en la SER. Ortega es el mejor analista de ese mundo cultural cursi de poetas y escritores que esconden su sectarismo con voz melosa y apelando a los «afectos».
El mundo de la cultura se activa fácilmente en semanas así. Siente especial predilección por el peronismo y por los excesos emocionales. Pero los estándares están especialmente bajos. Todos somos siempre susceptibles de caer en la seducción de un líder carismático, hasta los más racionalistas. Pero en el caso de Sánchez, el carisma es inexistente. Lo que se produce, entonces, es un mecanismo de proyección: sus fieles ven en él lo que desean ver, no lo que realmente existe.
«El clímax de esta cursilería de baja estofa es la carta que escribió Almodóvar cuando se enteró de la dimisión-que-luego-no-fue de Sánchez»
De lo contrario resulta inexplicable que un producto literario de tan baja calidad, y con tan poca capacidad de evocación, como la carta de Sánchez haya desatado tanta histeria entre sus fieles. «Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también». Es una frase adolescente, falsamente poética, de alguien que lo intenta demasiado. La carta en general es un compendio de lugares comunes. Pero para su consumidor, el ciudadano sobrepolitizado que tiene una relación parasocial con su líder, es un contenido elevadísimo. Algunos hablaban incluso de su valentía a la hora de afrontar sus emociones. Un presidente vulnerable, en contacto con sus sentimientos.
El clímax de esta cursilería de baja estofa es la carta que escribió el cineasta Pedro Almodóvar cuando se enteró de la dimisión-que-luego-no-fue de Sánchez. Dice que se echó a llorar tras enterarse de la noticia. Un autor sutil y sofisticado como Almodóvar, capaz de explorar la ambigüedad de las emociones y las relaciones humanas (tengo películas menos favoritas del manchego, pero es indudable que se trata de un autor brillante), postrado ante las manipulaciones emocionales baratas y falsarias de un líder endiosado y cursi. Lo único que explica esa adhesión es la ideología, que mata el arte.
¿Qué pensará hoy Almodóvar sobre la carta de Sánchez, ese «gesto que nos muestra a un hombre brutalmente herido y roto»? Es fácil. Pensará lo mismo, o al menos en la misma dirección. Sí, ha quedado claro que el gesto del presidente no era una muestra genuina de vulnerabilidad, un acto espontáneo de amor por su mujer. Ha sido obviamente otra cosa: una estrategia cínica de manipulación individual (¡ha usado a su mujer como ariete!) y colectiva. Pero da igual. La ideología lo explica todo. El problema de la política española es también un problema literario.