Lo que Orwell y Camus pensaban sobre el periodismo
“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”
George Orwell
“Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”
Albert Camus
Las biografías de Camus y Orwell presentan muchas similitudes. Ambos nacieron a comienzos del siglo veinte. Camus nació en 1913 y Orwell una década antes, en 1903. Los dos creían en el valor intrínseco de la persona, y rechazaban dogmas y dictaduras.
Los dos autores asumieron un compromiso social, pero desconfiaban de la izquierda totalitaria. Orwell nunca estuvo muy convencido del comunismo. Camus pasó por un proceso de desintoxicación más dramático. Ambos se enfermaron de tuberculosis. Esa fue la enfermedad que llevó a Orwell al sepulcro en 1950, mientras que Camus murió en un accidente automovilístico en 1960.
Sus vidas se apagaron a los cuarenta y seis años dejando un legado rico de literatura y pensamiento, aunado a un gran respeto intelectual y, en virtud de su disidencia, ninguno de los dos fue reclamado por ideología política alguna. También hicieron periodismo, lucharon por la libertad de expresión y reflexionaron sobre la naturaleza moral del oficio periodístico.
Camus: la rebeldía necesaria
Para el mes de noviembre del año 1939, la Segunda Guerra Mundial ha comenzado hace apenas tres meses y el joven Albert Camus cuenta con 26 años edad. El día 25 de ese mismo mes, se ha programado la publicación de un artículo suyo, El manifiesto del periodista, en la revista Le Soir Républicain. El artículo fue censurado en el último momento por las autoridades, ya que expresa la conciencia reflexiva de Camus respecto a la profesión periodística.
Aun así, se difunde en la ciudad de Argel en forma de volante. Seguramente esto pesa en la suspensión definitiva del diario, en enero de 1940. Felizmente, y a pesar de que el artículo cayó en el olvido, un ejemplar del volante fue recuperado por un investigador que lo encontró en un archivo nacional. Luego fue publicado por Le Monde en 2013.
Este artículo representa un poderoso alegato sobre la libertad de prensa y el deber que tiene el periodista para con la verdad. En el texto Camus advierte sobre las amenazas que se ciernen sobre el periodismo: la censura, la desinformación y la propaganda. Camus recomienda al periodista que se aferre a su espíritu rebelde y que mantenga la serenidad en un mundo convulso.
Camus se pregunta cómo un periodista puede ser libre frente a los abusos del poder, sus servidumbres y las censuras. Más allá de la libertad de prensa, está preocupado porque el periodista mantenga libre su espíritu. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo.
En su manifiesto define cuatro mandamientos del periodista libre: “la lucidez, el rechazo, la ironía, la obstinación”.
La lucidez
Camus nos advierte sobre la necesidad de no perder la cordura, no dejarse arrastrar por el abismo. “La lucidez supone la resistencia a las invitaciones al odio y al culto de la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, todo puede ser evitado”. Camus agrega: “un periodista libre (…) no publica nada que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en su poder (…)”.
El rechazo
Camus afirma la importancia de desobedecer la injusticia:
“Frente a la marea creciente de imbecilidad, es necesario igualmente oponer algunos rechazos. Todos los condicionamientos del mundo no harán que un espíritu limpio acepte ser deshonesto. (…) Es así que un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice. Esta libertad completamente negativa es, de lejos, la más importante de todas, si se la sabe mantener”.
La ironía
Camus cree que cuando no se puede decir una verdad en forma abierta, se la puede expresar con sutil humor:
“Lo que implica entonces que la ironía se vuelve un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. Completa la negativa en el sentido que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir frecuentemente lo que es la verdad”.
La obstinación
El periodista libre se mantiene firme ante la adversidad. “La obstinación es una virtud cardinal. Por una paradoja curiosa pero evidente, se pone al servicio de la objetividad y de la tolerancia”.
Camus considera que estas reglas son suficientes para que el periodista pueda mantener la libertad interior, aunque externamente la sociedad sufra la esclavitud. A partir de esa libertad interior, el periodista podrá cumplir su misión espiritual:
“Formar estos corazones y estos espíritus, despertarlos antes, es la verdadera tarea a la vez modesta y ambiciosa que le toca al hombre independiente. Hay que hacerlo sin pensar más allá. La historia tendrá o no en cuenta esos esfuerzos. Pero habrán sido hechos”.
Orwell: la amenaza del eufemismo ideológico
Orwell era un escritor maduro para el año 1946, fecha en la que publicó una novela que se convertiría en un clásico del siglo XX: Rebelión en la granja. Dos años después aparecerá su otra gran novela: 1984. Ese mismo año, Orwell redacta un ensayo que es una joya de lucidez: La política y el lenguaje inglés. Allí Orwell denuncia las prácticas que degradan la calidad del lenguaje, ya sea escrito o hablado, en los campos del periodismo y la política. Ese ensayo nos ayuda, sobre todo, a comprender el uso ideológico del lenguaje:
“En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. Cosas como la continuación del dominio británico en la India, las purgas y deportaciones rusas, el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón, se pueden efectivamente defender, pero sólo con argumentos que son demasiado brutales para que la mayoría de las personas puedan enfrentarse a ellas y que son incompatibles con los fines que profesan los partidos políticos. Por tanto, el lenguaje político debe consistir principalmente de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras”.
Orwell está convencido de que esa decadencia no es producto de un proceso natural. Estamos en la capacidad de corregir nuestro pensamiento y propone una vía para salir de la esclavitud ideológica.
“Las palabras y las expresiones necias suelen desaparecer, no mediante un proceso evolutivo sino a causa de la acción consciente de una minoría. La defensa del lenguaje inglés implica más que esto, y quizás es mejor empezar diciendo lo que no implica”.
Es muy importante el diagnóstico que hace Orwell sobre el estado del lenguaje. Declara la decadencia del idioma. Atribuye la causa de esa decadencia al deterioro económico y social, pero, a la vez, el efecto se puede convertir en causa. Hace uso del concepto de lo que luego se llamará la causalidad circular del pensamiento sistémico. La decadencia del lenguaje empeorará la situación de la sociedad. Esto lo ilustra con una imagen sencilla e impactante: “Un hombre puede empezar a beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar por completo porque bebe”.
Orwell descubre que existe una relación privilegiada entre un particular tipo de lenguaje y un particular pensamiento político, los cuales comparten el mismo tipo de decadencia. Orwell no cree que este fenómeno se reduzca a la ideología de derecha o de izquierda, sino que más bien es un fenómeno generalizado del pensamiento.
“El lenguaje político —y, con variaciones, esto es verdad para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas— está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento”.
Orwell señala los dos grandes pecados del lenguaje de su época: las imágenes trilladas y la falta de precisión. Si se recurre a imágenes trilladas es porque no estamos percibiendo el objeto de forma intensa y porque no somos conscientes de nuestras propias emociones.
Se puede decir que la falta de precisión se hace a costa del significado. Orwell afirma: “Tan pronto se tocan ciertos temas, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece capaz de emplear giros del idioma que no sean trillados; la prosa emplea menos y menos palabras elegidas a causa de su significado, y más y más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado”.
Con su agudeza intelectual, revisa todo tipo de material periodístico y, al final, identifica cuatro grandes problemas.
1. Metáforas moribundas. Son las que no se crean expresamente para iluminar alguna zona compleja de la realidad, sino frases hechas y repetidas que alguna vez tuvieron un sentido concreto y lo han perdido.
2. Operadores o extensiones verbales falsas. Son frases que reemplazan a un verbo simple y fácilmente entendible en el idioma llano. Una complicación innecesaria del lenguaje que solo sirve para estirar las oraciones o hacerlas más vagas.
3. Dicción pretenciosa. Es el abuso de adjetivos rimbombantes, el abuso de citas de autoridad o la inclusión insistente de palabras latinas, griegas o francesas.
4. Palabras sin sentido. Son frecuentes en la crítica cultural y académica, en las que se utilizan términos que suenan muy bien pero su significado es ambiguo.
Orwell quiere que no seamos utilizados por el lenguaje, con toda su carga de prejuicios y manipulación ideológica. Para evitar eso, debemos desarrollar nuestro propio entendimiento y apelar a nuestra claridad moral, de forma que pongamos al lenguaje a nuestro servicio. Esto se logra al pensar desprejuiciadamente y al ser un observador cuidadoso del entorno.
“Lo que se necesita, por encima de todo, es dejar que el significado elija la palabra y no al revés. En prosa, lo peor que se puede hacer con las palabras es rendirse a ellas. Cuando usted piensa en un objeto concreto, piensa sin palabras, y luego, si quiere describir lo que ha visualizado, quizá busque hasta encontrar las palabras exactas que concuerdan con ese objeto”.
La valentía de pensamiento del periodista libre
De acuerdo a Bertrand Russell, el pensamiento es subversivo y revolucionario. Por eso el ser humano teme al pensamiento más que a cualquier otra cosa en el mundo. Esta idea subyace en la concepción de periodismo de Orwell y de Camus.
Cuando se piensa de forma consecuente, se piensa en términos de principios éticos, y eso siempre es incómodo para los poderes establecidos.
El pensar por cuenta propia implica una buena cuota de valentía individual, pues para decir una verdad se puede incomodar a mucha gente.
Un periodista libre se opone a toda forma de ideología o de opresión. Denuncia cualquier forma de lavado de cerebro, y es lo suficientemente valiente para someter a escrutinio sus propios prejuicios.
Toda esta labor del pensamiento la lleva a cabo en nombre de una gran compasión, vale decir, de una gran empatía por sus semejantes, la cual le permite identificarse con el dolor del mundo.
En conclusión, podemos inferir que Orwell y Camus suscriben la idea de Benito Juárez cuando dice que “la emisión de las ideas por la prensa debe ser tan libre como es libre en el hombre la facultad de pensar”.