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Lo que Bernie Sanders debió declarar sobre socialismo, totalitarismo y Cuba

Hay dos maneras de malinterpretar los comentarios de Bernie Sanders en una entrevista de «60 Minutos» que salió al aire recientemente. Cuando el presentador, Anderson Cooper, le pidió que explicara su alabanza hecha hace años a los logros del régimen de Fidel Castro en Cuba, Sanders dijo: «Nos oponemos mucho a la naturaleza autoritaria de Cuba. Pero, ya sabes, es injusto decir simplemente, ‘Todo es malo’. Cuando Fidel Castro asumió el cargo, ¿sabes lo que hizo? Impulsó un programa de alfabetización masivo. ¿Es acaso algo malo, aunque Fidel Castro lo haya hecho?»

Una forma de interpretar estas declaraciones es decir que Sanders ha sido finalmente expuesto como el coco socialista que el Presidente Donald Trump y el contendiente demócrata Michael Bloomberg han estado invocando, y que, si es elegido, Sanders destruirá el modo de vida americano a favor del totalitarismo de estilo soviético. Esta ha sido la reacción predecible de la derecha. El corolario predecible de la izquierda fue en cambio decir, en efecto, que Sanders tiene razón: Cuba tiene el mejor récord de educación en América Latina, así como de atención médica universal.

Pero luego hubo una tercera reacción. La escritora Ana Simo respondió a la entrevista con un comentario de dos palabras en Facebook: «Estupidez moral«. Otra escritora, Achy Obejas, comentó, » . . . Y ahí va Florida. . . «Al otro lado del mundo, la artista Tania Bruguera se bajó de un avión en Milán, donde está montando un espectáculo, y me dijo por teléfono que «vi las noticias y pensé, Oh, Dios mío.»

No eran expresiones de alegría. Ninguna de estas artistas es un ideólogo de derechas, las tres son claramente progresistas, abiertamente lesbianas y potenciales votantes de Sanders. Las tres son también cubanas. Simo huyó de las purgas homofóbicas de Castro cuando era joven, a finales de los sesenta, aterrizó en París y más tarde se trasladó a Nueva York. Bruguera divide su tiempo entre Nueva York, los viajes internacionales y La Habana, donde su trabajo ha sido censurado y ha sido arrestada por su arte y su activismo. Obejas llegó a los Estados Unidos con sus padres cuando era una niña, en 1962. Me dijo por teléfono que no se considera a sí misma socialista, aunque sus creencias políticas probablemente encajen con la etiqueta. Pero, dijo, «Es otra cosa muy distinta considerar votar por alguien que piensa que un lugar que causó tanto dolor a mis padres no sólo está bien, sino que es ejemplar en algunos aspectos».

Simo y Obejas son refugiadas del totalitarismo, al igual que yo. Al hacer sus comentarios, Sanders se metió en el hueco que separa a la izquierda nacida en Estados Unidos de los que vinimos de países totalitarios. Los regímenes de los que huimos hicieron lo posible por desacreditar el marxismo, el socialismo y las ideas de la izquierda en general. En gran medida, tuvieron éxito. Cuando era niña, mis padres creían, y me enseñaron, que el intento de construir un estado de acuerdo con los ideales marxistas – o, en realidad, cualquier intento de crear una sociedad en la que todos contribuyeran lo que pudieran y recibieran lo que necesitaran – estaba condenado a producir una distopía totalitaria. Anhelábamos escapar a una tierra gobernada por la maravillosa y, nos parecía, natural unión del capitalismo y la libertad.

En los EE.UU., algunos de nosotros comenzamos el largo viaje hacia una visión más complicada del capitalismo. En el otro extremo de este viaje estaba la comprensión de que el capitalismo y la democracia pueden no ser una pareja hecha en el cielo, y la hipótesis, apoyada por el ejemplo de las democracias sociales occidentales, de que las ideas socialistas pueden dar lugar a una sociedad más libre y más justa. Estos descubrimientos sugerían que las ideas socialistas pueden y deben ser desacopladas de la pesadilla totalitaria de nuestro pasado, de hecho, que esos regímenes totalitarios, lo que sea que hayan escrito en sus consignas, tenían muy poco que ver con esas ideas.

Tanto Obejas como Bruguera me dijeron que la referencia de Sanders a la campaña de alfabetización de hace sesenta años (para la cual las madres de ambas se ofrecieron como voluntarias) fue particularmente dolorosa. Obejas explicó lo distante que está de la realidad cubana contemporánea, que está plagada de escasez de maestros y médicos. Al igual que la Unión Soviética, la sociedad cubana está profundamente estratificada. Se trata de sociedades esencialmente explotadoras: cada una no es más socialista que la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud o la ignorancia es la fuerza.

Pero tal es el poder del marco de ideas de la Guerra Fría -y tal es el poder de la propaganda soviética- que el desacoplamiento del totalitarismo del socialismo no se ha producido en la cultura política norteamericana. Tanto la derecha como la izquierda siguen creyendo esencialmente que la Unión Soviética y su satélite, la Cuba de Castro, eran estados socialistas. En la derecha, esto ha significado equiparar las ideas con la pesadilla totalitaria. En la izquierda, ha llevado a borrar o minimizar la pesadilla.

Sanders fue culpable de minimizar, e incluso idealizar, estos regímenes cuando habló de Cuba a principios de los ochenta, y de la URSS, después de su visita a ese país en 1988. Su encaprichamiento con la Unión Soviética era comprensible y perdonable. Visitó el país en el momento en que la perestroika se ponía en marcha; fue un momento de apertura y autocrítica sin precedentes en la sociedad soviética, y Sanders describió este estado de ánimo de manera elocuente en una conferencia de prensa posterior a su viaje. Tal vez lo más importante es que Sanders era entonces el alcalde de Burlington, Vermont, no un funcionario federal o un candidato a un cargo nacional. Si quería ser embaucado, era su derecho y su elección personal.

Al tomar esta decisión, Sanders actuó de una manera que ha sido característica de algunos miembros de la izquierda norteamericana, que pasan por alto los crímenes de los regímenes totalitarios como si fueran notas a pie de página de una historia mayor, o simplemente chistes. Esta tendencia está tipificada por uno de los bares literarios de Nueva York, el KGB Bar, donde me he perdido el lanzamiento del libro de algún amigo o su lectura porque, como siempre tengo que explicar, no puedo verme pasando tiempo allí, como tampoco puedo verme bebiendo en un bar llamado, digamos, el S.S. («No es de ninguna manera pro-soviético«, me aseguró recientemente un amigo. Imagínese, amigo lector, explicar un nombre nazi de esa manera.)

De manera similar, imaginen a Sanders diciendo que los nazis eran espantosos pero que tenían grandes programas de prevención del cáncer. Tal declaración sería objetivamente cierta. También sería desmesurada, porque la naturaleza del totalitarismo es robar a cada uno de sus súbditos su voluntad, su dignidad y su humanidad. (Sanders, cuya extensa familia sufrió mucho en el Holocausto, ciertamente entendería esto.) Que una persona que ha sido tan abusada también haya sido protegida del cáncer, o enseñada a leer, no entra en una categoría de cosas buenas o incluso «no malas». «Sí, nos enseñaron a leer y escribir», me dijo Bruguera por teléfono. «Y luego nos prohibieron leer lo que queríamos y escribir lo que pensábamos.» Dijo que ha escrito a la campaña de Sanders para pedirle poder ir y hablar de Cuba; hasta el martes por la tarde, no había recibido respuesta. (Yo también me puse en contacto con la campaña para hacer comentarios y no he recibido respuesta.)

Lo que Sanders pudo y debió haber dicho es que el totalitarismo, el más horrible de los inventos del siglo XX, es uno de los mayores crímenes contra la humanidad. Pero ello no debería desacreditar las ideas de bienestar común y justicia básica que componen el socialismo. El totalitarismo puede convertir en arma cualquier ideología; el socialismo no es más esencialmente totalitario que el capitalismo es esencialmente democrático. Esto habría sido a la vez verdad de hecho y verdad de la política que Sanders ha adoptado.

En su lugar, durante una asamblea transmitida por CNN el pasado lunes por la noche, Sanders dobló sus alabanzas al programa de alfabetización de Castro de hace 60 años. Luego, agregó, «China es otro ejemplo. Es un país autoritario, cada vez más autoritario. Pero, ¿puede alguien negar – quiero decir, los hechos son claros – que han sacado a más gente de la pobreza extrema que cualquier otro país en la historia?» Casi podía oír el jadeo colectivo de muchos votantes chino-americanos, que también están de mi lado ante esa gran brecha insalvable. Es como si Sanders no se hubiera dado cuenta de que todas estas cosas buenas que cita -alfabetización, medicina pública, acceso a la cultura y al transporte público, y ser sacado de la pobreza- son buenas porque crean las condiciones para la dignidad humana, que es precisamente lo que el totalitarismo destruye.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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ENLACE A LA NOTA ORIGINAL:

 

BERNIE SANDERS, SOCIALISM AND TOTALITARIANISM IN CUBA

 

 

 

 

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