Lo que los animales pueden enseñarnos sobre las alianzas
La naturaleza está llena de lecciones sobre el valor de crear alianzas, incluso entre actores muy diferentes, especialmente cuando comparten una amenaza común.

Como ecólogo del comportamiento, a veces imparto una materia sobre el surf y los tiburones en la UCLA. Aunque la mayoría de mis alumnos no practica surf, el ejemplo ilustra un punto pertinente sobre la supervivencia humana y el riesgo.
Cualquier riesgo de predación al que te puedas enfrentar surfeando solo se reduce a la mitad cuando surfeas con otra persona, explico, ya que puedes asumir que un tiburón, como máximo, se comerá solo a uno de ustedes. Surfear con dos compañeros reduce el riesgo a un tercio, y así sucesivamente.
Utilizo el ejemplo del surf no porque los tiburones maten a mucha gente –mundialmente se producen unos 64 ataques de tiburón no provocados al año–, sino más bien porque causa impresión. Prestamos atención a las cosas que pueden matarnos, sobre todo si es de forma sangrienta.
La idea importante que quiero que entiendan mis alumnos de ecología es la siguiente: cuando evaluamos y afrontamos riesgos, trabajar con otros y formar alianzas de cooperación nos sirve, especialmente en nuestra defensa contra los adversarios.
A medida que las alianzas cambian, en el nuevo orden mundial que está en formación –y que nuestra memoria colectiva sobre los costos de la guerra y los costos de los aranceles se desvanece–, debemos mantener la perspectiva sobre lo que la cooperación nos aporta.
Los humanos descendemos evolutivamente de una larga serie de antepasados no humanos que nos transmitieron lecciones sobre cooperación y colaboración. Mientras que algunos depredadores, como los lobos, los leones y los perros salvajes, son capaces de cazar presas más grandes de forma cooperativa, los ungulados (ciervos, cebras y gacelas) a los que se comen han evolucionado para formar grupos que les protejan de los depredadores. Pero para nosotros, y en muchas especies, la cooperación ha evolucionado lentamente y con dificultad. Vivir con otros requiere compartir recursos, del mismo modo que surfear con otros significa compartir olas. Aun así, muchos animales, desde peces de arrecife hasta grandes manadas de mamíferos, trabajan junto a otros a costa de obtener menos para sí mismos.
¿Por qué? Porque es más seguro. Si estás en un grupo buscando comida en una zona de riesgo, es más probable que alguien que esté contigo detecte a un depredador y te avise a tiempo; un individuo que busca comida en solitario tiene más probabilidades de ser sorprendido por un depredador y menos de escapar. En los casos en los que todo un grupo escapa junto, la confusión resultante puede dificultar que un depredador se centre en un solo individuo y consiga matarlo. Estudios también han demostrado que los individuos que buscan comida en grupo pueden dedicar menos tiempo a la búsqueda de depredadores y así pueden pasar más tiempo buscando comida. La cooperación proporciona seguridad y, a veces, más acceso a los recursos.
La defensa colectiva reduce los costos de cada actor –ya sea un ciervo, un delfín o un país– y, por tanto, los beneficia a todos. Si alguna vez has visto pequeños pájaros persiguiendo a un cuervo, o muchos cuervos persiguiendo a halcones, habrás presenciado el mobbing, una forma de este comportamiento. Muchas especies de aves han desarrollado vocalizaciones específicas para reclutar a otras que les ayuden a ahuyentar a los depredadores; estos sonidos de ritmo rápido, ruidosos, fácilmente detectables y localizables, se conocen como llamadas de acoso, y sabemos que funcionan. Cuando se oye a un ave acosar activamente a un depredador, otras suelen unirse a la persecución.
También observamos comportamientos de cooperación antidepredadores entre miembros de distintas especies. Mis colegas y yo estudiamos parvadas mixtas de aves amazónicas. Estos grupos están definidos por una especie centinela –los alcaudones, que emiten señales de alarma cuando detectan un depredador– a la que se unen otras especies que defienden territorios de otras parvadas mixtas. En su camino por el bosque, cada especie hace algo diferente. Algunas, como los hormigueros, se posan en lo alto y recogen insectos de las hojas. Otras marchan por el suelo comiendo hormigas.
Nuestro trabajo actual demuestra que los miembros de estas agrupaciones se proporcionan mutuamente información sobre cuándo es seguro buscar alimento, lo que permite a todos los animales buscar alimento más de lo que lo harían si no trabajaran en grupo. Este tipo de cooperación entre especies es una estrategia muy eficaz que ayuda a las distintas especies de aves a sobrevivir y prosperar. De hecho, según han demostrado anteriormente mis colegas, los territorios que defienden estas aves pueden mantenerse estables durante décadas.
Las alianzas cooperativas suelen ser difíciles de mantener. Los modelos teóricos demuestran que es esencial algún tipo de castigo si un miembro “deserta” o “hace trampa” y no cumple las normas o hábitos del comportamiento cooperativo. Al principio, los ecologistas del comportamiento pensaban que las estrategias de “ojo por ojo”, en las que se castigaba inmediatamente a los actores por deserción, eran la mejor respuesta. Por ejemplo, los impalas (un ungulado africano) se turnan para acicalarse los unos a los otros en lugares de difícil acceso, pero si uno de ellos deja de hacerlo, el otro no le corresponde y se aleja. Sin embargo, esta estrategia del ojo por ojo sólo funciona si se trata de juegos de cooperación relativamente cortos y puntuales. Muchos lazos y relaciones sociales son sustancialmente más largos, como los que se observan en los murciélagos vampiro que, tras establecer relaciones mediante el acicalamiento, pueden compartir una comida de sangre con un compañero de acicalamiento hambriento.
Cuando las asociaciones a largo plazo reportan beneficios, se mantiene cierto grado de tolerancia adicional hacia los tramposos (por ejemplo, “ojo por dos ojos”). Pero los modelos sugieren que, en algún momento, castigar o dejar de cooperar con un tramposo son las únicas opciones que le quedan a un miembro despreciado. Como sabemos por nuestro mundo humano, es más probable que toleremos más el mal comportamiento de parientes cercanos que el de personas no emparentadas. Pero en una alianza, la tolerancia ilimitada del mal comportamiento nunca es una buena idea.
Estas lecciones de la naturaleza deberían mostrarnos el valor de crear alianzas, incluso entre actores muy diferentes, especialmente cuando comparten una amenaza común. La cooperación nos hace seguros, y la seguridad que proporciona nos ayuda a prosperar. Nos irá mejor compartiendo las olas. ~
Este artículo se publicó originalmente en Zócalo Public Square, una plataforma de ASU Media Enterprise que conecta a las personas con las ideas y entre sí.
Forma parte de Cruce de ideas: Encuentros a través de la traducción, una colaboración entre Letras Libres y ASU Media Enterprise.