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Lo que va del 2016

fotoElNacioanl

La institucionalidad venezolana sufre una paradoja monstruosa: quienes debieran, por tener el poder estatal, defenderla y protegerla, tienen 17 años destruyéndola, y quienes sí desean reconstruirla, los opositores, apenas tienen poco más de tres semanas rescatando a una de las instituciones fundamentales, el poder legislativo.

El régimen chavista, más allá de sus discursos sobre su carácter socialista, es en realidad profundamente reaccionario. Como afirma con gran acierto Isaiah Berlin en su biografía sobre Karl Marx –personaje muy nombrado pero seguramente no leído con seriedad por ninguno de los jerarcas chavistas-: “se es reaccionario cuando se avanza inevitablemente hacia un punto muerto, y no hay capacidad para evitar el caos interno y el desmoronamiento final, a despecho de los más desesperados esfuerzos por sobrevivir”.

Y en esa coyuntura infernal estamos. Ya nadie duda que estamos siendo testigos del derrumbe sin pausas de un régimen que combinó a raudales ignorancia, corrupción, ampulosidad idiomática y colectivismo; lo que nadie puede adivinar es el cómo y el cuándo se producirá el desmoronamiento de por lo menos su expresión gubernamental. El porqué es lo único que todos tenemos clarito. Salvo los responsables y los culpables. 

Un problema significativo que determina todos los escenarios es que, como afirmara el economista Orlando Ochoa en un muy interesante Foro organizado por el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro (sobre las perspectivas institucionales del 2016), «los tiempos de la política son hoy más lentos que los de la economía». La crisis socio-económica se ha transformado, como han señalado diversos actores nacionales e internacionales y ha destacado asimismo la Asamblea Nacional, en una crisis humanitaria.

Un dato importante es que gracias a las actitudes asumidas por la nueva mayoría, hay esperanzas de que en las mentes ciudadanas el conocido y tradicional antichavismo se vaya convirtiendo poco a poco en pro-oposición. Y eso es un hecho crucial: no se reconstruye un país, con tejidos sólidamente democráticos, a base de antis, se necesita que haya mayoría de pros. Y mientras los liderazgos democráticos se expanden, los chavistas se reducen dramáticamente. La bancada de la unidad tiene tareas simultáneas, tanto en el marco legislativo, como en la conducción de una transición democrática que supere el desorden previo, que ha durado 17 años, esencialmente autocrático. Dichas tareas confluyen en un deber ser que va más allá de lo material,  y que puede resumirse en una frase-objetivo: «humanizar el futuro». 

Otro problema que tenemos todos, no sólo el liderazgo democrático, es que dentro de los cuadros gubernamentales, o dentro del PSUV, no hay ni una sola alma dispuesta al menos a aparentar maneras democráticas. Nadie responde el teléfono rojo –por ahora- ni en Miraflores ni en el partido de gobierno. Y es que Chávez no quiso aprender, y mucho menos enseñar, una de las lecciones fundamentales de todo demócrata verdadero: saber perder el poder, y luego trabajar dentro de las reglas constitucionales para recuperarlo. A su contumaz conducta le viene al dedo una vieja oración del absolutismo germánico aplicada durante la represión de las protestas populares que, iniciadas en 1849 en Baden, al sur del país, se extendieron a otras regiones, a medida que los reclamos por libertad aumentaban: ”Gegen Demokraten Helfen nur Soldaten” (contra los demócratas solo ayudan los soldados). A las menciones de la tríada revolucionaria francesa “libertad, igualdad, fraternidad”, el chavismo respondió siempre, en palabras que recuerdan a las de Marx en su obra «El 18 Brumario de Luis Bonaparte», “guardia nacional, milicias, colectivos”.

 A pesar de la gravedad de la situación, no se viven tiempos de prudencia, de enmienda o de sensatez de parte chavista. Un actor identificado como posible puente de diálogo, acaba de dar una declaración increíble. El nuevo vicepresidente, Aristóbulo Istúriz: “El socialismo no ha fracasado porque no lo hemos construido”.  Es que son muchas las oraciones –insensatas, estúpidas, ignorantes- que hemos tenido que escuchar de estos señores cuya única habilidad parece ser la de saquear los bienes públicos y privados (la afirmación de la ministra de Salud, sobre cepillarse los dientes una vez al día, pertenece a cualquier antología de la idiotez); pero una que los descubre en su mayor orfandad ética y moral es la del encapuchado Jaua; una suprema burla ante la crisis humanitaria que se nos viene encima, y que va más o menos así: “no importa que escaseen los productos, porque tenemos patria.” Tal sentencia resume los contenidos e intenciones del más reciente difunto del régimen: el decreto económico madurista. A golpes de incompetencia, Maduro se está convirtiendo en una secta con un solo miembro. ¿Creerá de verdad que los ministros, los viceministros, la oficialidad que hoy ocupa centenares de cargos públicos, están dispuestos a inmolarse con él? El juicio al chavismo no terminó el 6D: apenas acaba de comenzar.

Hay que tener claro que solo un chavismo regenerado en socialismo democrático tiene cabida en una sociedad democrática. Bajo el paraguas constitucional, que nos debe cubrir a todos los ciudadanos, no caben las actitudes autoritarias.

Quienes añoran a una salida exclusivamente de uniforme deben tomar en cuenta que otros claros derrotados durante la jornada del 6D son la cultura de cuartel, del mando e imposición, la jerarquía sin méritos, la moralidad selectiva, y el latrocinio sin tapujos ni vergüenzas que ha convertido en una clase potentada a algunos miembros de la alta oficialidad criolla. Debe recordarse que la actual debacle que está llegando a su fin ha sido en gran medida liderada por un grupo de jóvenes oficiales que, traicionando valores esenciales, se alzaron el 4F de 1992. Esos traidores a la patria, que en su momento de mayor apogeo se creyeron dioses de la confrontación y de la guerra, buscan negar los hechos a la vista de todos, extraviado para siempre el sendero laberíntico hacia una tierra prometida donde los iba a llevar un conductor insensato hoy cada vez más memoria que realidad. 

Esos son los dilemas que vive la sociedad venezolana en estos comienzos del 2016: un chavismo que tuvo pretensiones eternas  luce agotado; no hay nadie que responda el teléfono rojo del gobierno; y la crisis ya no es solamente social, o económica, sino humanitaria, dentro de un caos de origen gubernamental inimaginable incluso en nuestra accidentada historia patria.

Un comentario

  1. Brillante y vasto “resumen político” del lapso transcurrido. Marcos Villasmil insiste en recordarnos la necesidad de poner por delante -en cualquier análisis o acción emprendida- una perspectiva humanística.

    “La bancada de la unidad tiene tareas simultáneas, tanto en el marco legislativo, como en la conducción de una transición democrática que supere el desorden previo, que ha durado 17 años, esencialmente autocrático. Dichas tareas confluyen en un deber ser que va más allá de lo material, y que puede resumirse en una frase-objetivo: “humanizar el futuro”. “

    Sólo anotaría que el factor autocrático se acuesta efectivamente en 17 años, mas lo relativo al “desorden previo” requiere precisarse, para su estudio, desde mucho más atrás. Justamente para entender lo que condujo a este desastre instalado por vía electoral. “Humanizar el futuro”, como sabiamente aconseja el articulista, implica primero que nada la objetiva memoria -y corrección consiguiente- de los desaciertos, omisiones e injusticias cometidas desde hace mucho rato.

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