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Londres 1948. La Olimpiada de la Austeridad

Ilustración: Víctor Solís

De los Juegos Olímpicos los primeros que recuerdo son los de Helsinki 1952, ya tenía 13 años entonces. Pero en realidad lo que recuerdo sólo son dos cosas. Primero que nada las hazañas del checo Emil Zatopek. Nadie ha repetido la hombrada de ganar los 5.000 m, los 10.000 m y la maratón en una sola edición de JJ.OO.: no fue por casualidad que se ganó además el apodo “la locomotora humana”. Y la otra cosa que recuerdo es que en pleno franquismo puro y duro, el español Ángel León Gozalo ganó una medalla de plata. Fue en el tiro con pistola, y Gozalo era policía. Honni soit qui mal y pense!

[Conocí personalmente a Zatopek en los cursos de verano de la Universidad Complutense, en El Escorial 1992. Un día llegué para almorzar al comedor común, de largas mesas, y descubrí un asiento vacío a su lado. Me senté y me presenté formalmente a él y a su esposa, en alemán, y estuvimos platica que te platica, todo el largo almuerzo, y les conté de mi devoción de niño por sus hazañas. En un momento determinado su esposa adelantó la cabeza y me dijo con una sonrisa pícara: “Pero acuérdese también de que yo gané una medalla más que él”].

A partir de la de Helsinki seguí las Olimpiadas con auténtica pasión, y emociones contrarias a veces, como por ejemplo la del 68 en México, tras la matanza impune de Tlatelolco. Esos JJ.OO., con las hazañas de Bob Beamon (sus increíbles 8,90 m en salto largo), Dick Fosbury (creando un nuevo estilo de salto alto) y Jim Hines (rompiendo la barrera de los 10” en los 100 m llanos), fueron para mí el cénit de mi entusiasmo olímpico. Luego vino la tragedia de Múnich en 1972, que me tocó vivir muy de cerca, como redactor jefe del equipo encargado del programa olímpico de la Radio Deutsche Welle para América Latina. Y poco a poco, una Olimpiada tras otra, conforme más crecían la comercialización, la publicidad y la venta de imagen del país sede de los Juegos, mayor se fue haciendo mi desapego de los mismos.

Creo que puedo datar a posteriori mi ruptura total con ellos cuando el presidente Carter mandó (no conozco otro verbo aplicable en este caso) boicotear la Olimpiada de Moscú en 1980. El motivo alegado fue que la Unión Soviética había invadido Afganistán, lo cual me puso de relieve la doble moral de los Estados Unidos de una manera lancinanteel presidente Carter pasó por alto que los JJ.OO. de 1932 se celebraron en Los Ángeles, y que los marines gringos (perdón por el pleonasmo) habían invadido Nicaragua en 1927 y la mantuvieron ocupada hasta 1933.

He continuado viendo JJ.OO. porque siempre hay un cierto morbo en algunas competiciones. Pero las ceremonias inaugurales cada vez se me han ido haciendo más vomitivas, aunque se deslice en ellas algún que otro momento estelaren 1992, en Barcelona, al prender la llama olímpica un paralímpico, de un tiro con arco desde su silla de ruedas; en 1996, en Atlanta, cuando la llama fue prendida por Muhammad Ali; en el 2012, cuando Inglaterra le demostró al mundo que fueron y son los maestros de la música pop. Pero me negué en redondo a ver la autocelebración de la autocracia china en Pekín 2008 y la falacia brasileña en Río 2016.

Y de repente, por el azar de una lectura en un diario alemán, me enfrento al fenómeno de los JJ.OO. de 1948, en Londres, y me parece bueno recordar esa Olimpiada de la Austeridad.

* * *

Hay que poder imaginarlo. Londres en escombros y lamentando 30.000 muertos a causa de los bombardeos de la Luftwaffe. La infraestructura (fábricas, ferrocarriles, carreteras) en ruinas. Sólo un tercio de las casas tenía agua corriente y los alimentos estaban racionados (un huevo por semana debía bastar). Ni pensar en la construcción de nuevas instalaciones para los JJ.OO.el principal edificio aprovechable fue el estadio de Wembley, que a la sazón era un canódromo de propiedad privada, y en el que se emplearon 800 t de arena y ceniza para implementar las pistas de carreras. Y en ese escenario fantasmagórico, aprovechando otros viejos edificios para palestras (una instalación de defensa antiaérea como velódromo, por ejemplo), el Támesis para las competiciones de remo, y el Canal de la Mancha para las de vela, se celebró en Londres del 29.7. al 14.8. la Olimpiada de 1948, la primera después de la II.ª guerra mundial. Hace ahora 70 años.

Los 4.104 atletas —entre ellos 390 mujeres— de 59 países tuvieron que traer sus propias toallas, y muchos de ellos coser sus propios uniformes. Y en las escuelas hubo vacaciones adelantadas a fin de poder disponer de alojamientos para todos ya que era impensable construir una Villa Olímpica. Lo único que logró el primer ministro, el laborista Clement Attlee, fue una ración mejorada para los atletas, similar a la que recibían los obreros en la industria pesada y los estibadores portuarios, en vez de las 2.600 calorías diarias para el resto de la población.

Alemania y Japón, los dos países agresores y causantes de la guerra, no fueron invitados, lo que en el caso de Alemania no era nada difícil porque la República Federal y la RDA recién se fundaron en 1949, en el año de los JJ.OO. eran zonas de ocupación aliada. En cambio Italia, asimismo país agresor, sí fue invitada porque cambió de chaqueta en el último año de la guerra, exactamente igual a como hizo mediada la I.ª guerra mundial. Ahora bien: a los atletas italianos se les destinaron alojamientos distintos a los del resto.

[Hubo, dato curioso, un alemán que sí participó en los Juegos de Londres. El prisionero de guerra Helmut Bantz impresionó tanto a quienes le vieron realizar ejercicios en la barra fija, que los ingleses lo contrataron como entrenador de su equipo de gimnasia].

Los laboristas habían ganado las elecciones de 1945, derrotando al premier de la victoria, Winston Churchill. El pueblo inglés intuyó bien que un gobierno que gana una guerra no sea tal vez el más adecuado para ganar la paz. De manera que Clement Attlee, con un gabinete de auténticas estrellas de la política y la economía (sir Stafford Cripps, Ernest Bevin, Aneurin Bevan), gobernaba haciendo frente a las exigencias derivadas de unas condiciones objetivas muy desfavorables. Por lo mismo, se negó a invertir dinero fiscal en el evento olímpico y el COI tuvo que recurrir a la iniciativa privada: así, las tiendas y las empresas podían hacer publicidad usando el logo de los cinco anillos en sus escaparates y vitrinas, o en anuncios comerciales, por la módica suma de 250 £ (unos 7.500 $US al cambio actual), y la BBC compró los derechos de transmisión por 1.000 £ (± 30.000 $US). Peanuts!, diríamos hoy.

Además, los Estados Unidos asumieron todos los gastos de alimentación de sus 300 atletas (aerotransportándola en los B–27 de su ejército), Dinamarca envió 160.000 huevos, Irlanda 20.000 botellas de agua, Hungría 20.000 limones, Argentina un cargamento de espaguetis y carne de res, la China de jengibre, y Holanda de queso (claro está), amén de 100 t de frutas, Noruega y Finlandia regalaron la madera para los pisos de las canchas de basket, y Suiza los aparatos para las pruebas de gimnasia. Todo el mundo aportó lo que pudo, empezando por una legión de voluntarios, que desde entonces nunca han faltado en las siguientes Olimpiadas.

* * *

El día de la inauguración, la llama olímpica (algo menos puntual que Phileas Fogg) llegó al estadio 13” más tarde de lo previsto, y al día siguiente la oficina de correos de Wembley expidió 66.000 cartas y postales, estableciendo así el primero de los records que se batieron en Londres. La heroína indiscutible de los Juegos fue una sencilla neerlandesa, Fanny Blankers–Koen, que arrambló con cuatro medallas de oro (100 m y 200 m lisos, 80 m vallas y relevos 4×100) y fue rebautizada como “el ama de casa volante” y “the Flyng Duchtmam”, emparejándola con su compatriota más célebre, el holandés errante. Ni que decir tiene la tempestad de vituperios que hubiese despertado ese mote (“el ama de casa volante”) en estos tiempos de corrección política al santo botón.

Y además de las hazañas de la neerlandesa, el inglés Jim Halliday, que fue prisionero de los japoneses y enflaqueció hasta quedar en sólo 30 k en el campo de concentración, ganaría bronce en levantamiento de peso. Y el húngaro Károly Takács, que perdió el brazo derecho al estallar una granada en unas maniobras militares, ganó oro disparando con la izquierda en tiro rápido a 25 m. Y una bisnieta de Victor Hugo, la francesa Micheline Obermeyer, ganó dos oros (lanzamiento de peso y de disco) y un bronce (en salto alto). Y la India festejó la recién adquirida independencia, ganando contra su ex metrópoli la final de hockey sobre hierba. Y por primera vez hubo medalla de oro para una afroamericana de los USA, Audrey Coachman, en salto alto, medalla que le entregaría nada menos que el rey Jorge VI, quien había sido uno de los más embanderados para que Londres fuera sede olímpica, pese a todo.

Valga añadir el dato nada baladí de que los JJ.OO. todavía estaban abiertos nada más que a los aficionados, con lo cual, por ejemplo, se perjudicaba al fútbol inglés, al italiano, al español, que eran Ligas profesionales. Y para redondear el cuadro, no faltó la nota melodramática: en el equipo checo femenino de gimnasia, la atleta Eliska Misáková enfermó de poliomielitis y falleció el día que comenzaban las pruebas por equipos. Sus compañeras, entre ellas estaba su hermana, lucharon por ganar el oro y dedicárselo in memoriam; y lo consiguieron.

11 países iberoamericanos (siendo debutantes Venezuela y Puerto Rico) participaron en estos JJ.OO. de la Austeridad. El argentino Delfo Cabrera ganó la prueba reina, la maratón, en la meta del estadio de Wembley. Y el Perú su primera medalla de oro olímpica, con Edwin Vásquez Cam en tiro de pistola libre a 50 m. Y también México estrenó oro en Londres, por partida triple, en las pruebas hípicas, con el teniente coronel Humberto Mariles Cortés (oro en salto individual y por equipos) y el capitán Rubén Uriza Castro (oro por equipos, amén de plata en salto individual).

A nada más que tres años del final de la II.ª guerra mundial, en esas condiciones tan precarias, y en una ciudad en escombros, Inglaterra terminó vendiendo el inventario y distribuyendo los alimentos sobrantes a instituciones benéficas, así como parte de lo recaudado por la venta de 250 millones de estampillas de una emisión especial. Por su parte el COI tuvo un superávit de casi 30.000 £ (unos 450.000 $US actuales), y el coste total del evento fueron ± 30 millones €. Los siguientes JJ.OO de Londres, en el 2012, costaron 500 veces más. Y también esto, también esto hay que poderlo imaginar.

 

Ricardo Bada
Escritor y periodista, residente en Alemania desde 1963. Editor en ese país de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Cela, y autor de Don Enrique, la única antología integral en castellano de la obra de Heinrich Böll.

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