Los 70 años de Isabelle Huppert, catedral de la historia del cine
El talento no tiene edad, y la actriz francesa, que película tras película ha construido una carrera monumental, es prueba de ello.
Foto: Marilla Sicilia/Mondadori Portfolio via ZUMA
Se puede ser precoz y genio a los quince años como Rimbaud o maduro y genial como Michel Tournier, que a los cuarenta y tantos publicó su primera novela. El talento no tiene edad. Isabelle Huppert es la prueba irrefutable de ello. Este 16 de marzo la actriz francesa cumple 70 años y la prensa internacional asegura que su personaje en La syndicaliste (2023) es uno de sus mejores trabajos. Desde su debut en 1972, a los 19 años, en Faustine et le bel été, no ha dejado de filmar. Prolífica e imparable, Huppert ha construido palmo a palmo, personaje tras personaje, película tras película, una carrera monumental, catedral de la historia del cine.
Obertura
Para entender la dimensión de su obra –aunque los actores son apenas los zagales de una región llamada cine, algunos de ellos, muy pocos, han creado un territorio propio– se puede hablar de categorías que, por supuesto, resultan útiles, pero también insuficientes. Es posible estudiar su filmografía de manera cronológica: por ejemplo, los años setenta, en los que interpretó a la adolescente precoz, todavía vestida como una chiquilla con una playera de Mickey Mouse, de Les Valseuses (1974) –donde se le quemaban las habas por dejar a su familia para irse con unos vagos– y también a la inocente muchacha de La encajera (1977), película de Claude Goretta que introduce a Huppert al gran público, a la que abandona su novio a causa del desprecio de las clases cultas hacia las menos preparadas.
También podría hacerse de nuevo el recuento de los directores con los que ha construido vínculos creativos únicos. Siete películas con Claude Chabrol –la primera, la parricida Violette Nozière (1978), inaugura su parentela de mujeres contradictorias, tan fuertes como vulnerables–, también siete con Benoît Jacquot –la más reciente es Par coeurs (2023), que documenta los ensayos de El jardín de los cerezos de Chéjov–, y tres con Michael Haneke. En 1981 Huppert declaró a Cahiers du cinéma que quería encontrar a “su” Von Sternberg; ella fue sin duda la Marlene Dietrich de Chabrol. En Haneke, diría yo, encontró a su Bergman.
De igual forma quizá sirva polemizar sobre sus mejores películas. Para la historia, Isabelle Huppert siempre será la rota profesora de piano de La pianista (2001) y la resentida y chismosa –y letal– empleada postal de La ceremonia (1995). Y quizá la poderosa y perversa mujer violada en Ella (2016), la comedia negra de Paul Verhoeven. Pero dirá el lector: ¡cómo olvidar cuando hizo Malina (1991) de Werner Schoreter y literalmente lo incendió todo! ¿Y por qué dejar fuera a la conquistadora francesa en África que se niega a aceptar su derrota en Materia blanca de Claire Denis (2009) o a la desorientada turista en Corea, a la que una escritora le inventa destinos, en la deliciosa comedia metafísica de Hong Sang-soo En otro país (2012)?
Quizá me estoy adelantando sin antes confesarme. La primera vez que vi a Isabelle Huppert en el cine –en la barroca comedia musical 8 mujeres (2002) de François Ozon–yo no sabía quién era. Cuando vi La borrachera del poder (2006) me asombró cuánto cambiaba sin realmente cambiar, yo nunca había visto algo así: con el pelo amarrado en un chongo o unos guantes, se transformaba, se convertía en una variante del mismo personaje; era ella misma y otra a la vez; contradicción que es complemento. Desde entonces ver sus películas se convirtió en un rito. Para entender la importancia de Huppert como mito del cine, quizá valdría la pena verla a través de un acercamiento. Propongo un zoom más bien personal.
La ceremonia. A solas con Isabelle
Isabelle Huppert baja las escaleras de piedra de la casa virreinal convertida en hotel. Una visión en rojo: cabello pelirrojo, pecas rojas, boca roja, chamarra de piel roja. Camina con la altivez con que Madame Bovary rechaza a Charles en el baile del marqués, con el delicioso mentón levantado y sin embargo apuntando al piso de la casona en la que retumban sus pasos, como si estos fueran un báculo para marcar el tempo. Desaparece en el pasillo que culmina en un portón. Luego de unos minutos llaman al primer reportero.
En 2015, Huppert fue la invitada de honor del Festival de Cine de Morelia. La ciudad michoacana, con su imponente catedral de cantera rosada, me regaló una de las mejores experiencias como reportero. Aún no hablaba francés, por eso cuando la agente de prensa me confirmó la entrevista con Isabelle preparé mi cuestionario en inglés. Media hora antes de la cita, me enfilé hacia el lugar indicado. El sol y mis nervios estaban insoportables.
Luego de esperar un rato y de platicar con la intérprete encargada de apoyar a los reporteros –que desquitó sus ansias de hablar diciéndome que le habían dicho que Isabelle es bastante ruda en las entrevistas–, me llamaron. Iba a ser el primero en entrevistarla. Me sorprendí porque en estas cosas no importa a qué hora llegaste, sino para qué medio trabajas.
Isabelle está sentada en una mesa de filigrana de hierro en un gran patio que cruzo para alcanzarla. Veo su sonrisa breve, marca típicamente huppertiana, en la que alarga los labios y luego los impele con sensualidad hacia afuera. Tengo quince minutos para entrevistarla. Primera pregunta: ¿De qué manera el trabajo de los actores puede ser una forma de creación? Isabelle no deja de mirar hacia el portón donde un grupo de gente vigila la entrevista. ¿Qué hacen esas personas ahí?, ¿quiénes son? –dice casi para sí misma– Esas personas se tienen que ir antes de empezar. Imposta la voz y se dirige a una mujer al otro lado del patio: ¿Qué hace usted aquí? Su respuesta es inaudible. Ya se va, dice la intérprete. Muy bien. ¿Quiénes son?, me pregunta Isabelle.
¿Puedes repetir la pregunta, por favor?, dice. ¿De qué manera…? Espera, ¿qué está haciendo?, ¿está tomando fotos? Creo que no, le digo. Pero aun así me pide que vaya a decirle a esa persona que salga del patio. De nuevo deslizo la pregunta. El aire que sale de su boca genera un ruido gutural de sorpresa, se ríe un poco, diciéndome que se trata de una pregunta difícil. Difícil actuar para Godard en Salve quien pueda (la vida) (1980) y Pasión (1982) o ser la abortista traicionada de Un asunto de mujeres (1988), pienso. Disculpe, usted es la intérprete, ¿verdad? Me gustaría que nos dejara solos, resulta confuso para mí… Perdóneme, lo prefiero así. A solas Isabelle y yo, en el patio virreinal, por fin comienza la entrevista.
Sus manos son casi transparentes, delicadas como las hostias de la comunión que sólo un sacerdote tiene derecho a tocar, las usa para apostillar sus respuestas, pero sin movimientos excesivos. Han pasado más de quince minutos. Alguien abre una de las hojas del portón e interrumpe la ceremonia. Creo que está contando el tim, dice, haciendo una cara burlona, abriendo un poco la boca, confundiendo el ‘temps’ francés con el ‘time’ inglés. Ni bien llega la mensajera de la agente de prensa, le dice que nos vamos a tomar otros minutos.
Disculpa tantos inconvenientes, dice. Le muestro la revista para la que trabajaba en ese entonces, le sorprende encontrar un artículo sobre Elfriede Jelinek. Cerca de despedirnos me acuerdo de Greta Garbo, que no daba autógrafos. Le pido que firme mi cuaderno. For Carlos. Amitiés, Isabelle Huppert. Solo al final le digo you’re the world’ s greatest. Me sonríe. Salgo. Veo la otra catedral.
Himno
La trayectoria de Isabelle es imposible de reducir en simples categorías. Me gustaría hacer una taxonomía poética, por colores, vestuario, maquillaje o paisajes. O agrupar las películas en las que ha cantado o aparecido desnuda. Incluso sería interesante pensar en los filmes que rechazó: Una canta y la otra no (1977) de Agnès Varda, Amor perfecto (1996) de Catherine Breillat o Funny games (1997) de Haneke. También habría que abordar su trayectoria en los escenarios y los miles de retratos que le han hecho todos los genios de la fotografía como Henri Cartier-Bresson o Peter Lindbergh.
A sus 70 años, ¿qué le falta por hacer a Isabelle Huppert? ¿Hasta dónde más podrá llegar? Sólo en una de sus películas recientes, Las promesas (2021) –en la que interpreta a una mujer de la política local francesa al final de su carrera–, se vislumbra un dejo no de cansancio sino de reflexión. El futuro de Isabelle Huppert es un misterio que se canta con un aleluya prolongado –pues el talento no tiene edad– y que celebra a una de las mejores actrices de la historia. ~