Democracia y Política

Los antitaurinos

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El grupo inicial de los antitaurinos, los llamados animalistas, me produce una enorme pereza intelectual. Parecida a la que me causan esas modelos desnudas para protestar, dicen, contra el negocio de las pieles. De las pieles más caras, en exclusiva, mientras lucen en la página siguiente al desnudo el bolso de moda hecho con animales vulgares que no merecen sus desvelos. Como los antitaurinos que pasan de los insultos a los aficionados en los aledaños de la plaza de toros al filete, o al marisco cocido vivo, en el restaurante de la esquina.

Después del filete o del marisco, viene su consabida retahíla sobre la diferencia entre matar a un animal «por diversión» y matarlo para la alimentación humana. Como si el atracón de marisco o el filete con patatas fritas fuera primera necesidad. Si, en ese punto, la sensación de vergüenza ajena por el nivel del debate no te ha consumido, puedes tener la inmensa paciencia de explicar al antitaurino tu respeto por la posición coherente en contra del uso y consumo humano de animales en cualquier caso, aunque no la compartas. Con el problema de que es altamente improbable que localices un antitaurino de esos, que te entienda siquiera en ese punto, de ahí que no haya concentraciones de animalistas delante de los mataderos, de las zapaterías, de los restaurantes, de las granjas de pollos, de los laboratorios farmacéuticos y de una larguísimo etcétera que no cabe en esta columna.

Pero el problema se agrava cuando, como ha dicho Sebastián Castella en su magnífica carta a los medios, «los antis se han introducido en la política y en otros ámbitos», «en nombre de una presunta corriente animalista que no encierra más que una persecución política e ideológica». Cuando los antitaurinos se mezclan con los independentistas que odian España, con los antimonárquicos, y con esa extrema izquierda intolerante que quiere borrar del mapa todo lo que considera conservador y de derechas. Se reunieron todos en San Sebastián la semana pasada. Explicarles a estos grupos la nula relación entre la pasión por el toreo y las ideologías es una pérdida de tiempo. Como la pretensión de que entiendan el componente artístico fundamental del toreo. Lo suyo es un fanatismo vulgar, primario, feroz.

Y lo tremendo es que ese fanatismo ha llegado a muchas instituciones políticas, ahora también a ayuntamientos relevantes. Y aún más, goza de una notable capacidad de presión social, en buena medida por el peso del ecologismo en tantos ámbitos que se mezcla o es mezclado con todo lo anterior. Y frente a todo eso, lo de siempre, el miedo de la sociedad respetuosa y tolerante a una respuesta contundente. Y la tendencia a asumir esa intolerancia, como el caso de una conocida presentadora de televisión que retiró de sus redes sociales sus fotos en una corrida de toros por las críticas recibidas. «Veo que estamos muy acobardados y eso no está bien», también ha escrito Castella que es un valiente dentro y fuera de los ruedos.

Ha tenido que venir un francés a explicarnos lo que debemos hacer. En España, en esto como en otros asuntos donde los extremistas campan a sus anchas, callamos y nos escondemos. La defensa de la fiesta es una cuestión de libertad y de derechos, como puso de relieve la gran portada de este diario con el Rey Juan Carlos en Illumbe. A toda plana, con orgullo y sin complejos, que es como se defiende la libertad.

2 comentarios

  1. Bueno, no es que los antitaurinos se hayan insertado en la política -obviamente que así es- sino que han entrado en ella para equilibrar cargas, porque después de todo quienes allí entraron hace décadas fueron los taurinos, que buenas ayudas de dinero reciben del Estado y de las CCAA españolas. De manera que juego igual no es trampa, porque si unos reciben un dinero proveniente de los impuestos de todos los ciudadanos, entonces es legítimo discutir ese aporte. Eso se llama política, y además democracia, porque si por un lado históricamente se ha votado a partidos con programas de gobierno que promueven la tauromaquia, ningún demócrata debe sorprenderse si en algún momento la mayoría vota a quienes no la apoyan. El resto es ruido e insulto de parte y parte, que son cosas muy distintas al trabajo serio de convencimiento de uno y otro bando para continuar o abolir esa actividad.

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