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Los chilenos desafían el toque de queda y los disturbios dejan al menos tres muertos

En la tercera jornada de movilizaciones por el alza del precio del metro, el Gobierno de Piñera informa que hay 716 detenidos, 241 por no respetar el toque de queda

Pese a que el Ejército decretó toque de queda en Santiago y Valparaíso con el objeto de controlar las protestas violentas que estallaron el jueves en protesta por el alza del metro, miles de chilenos desafiaron a la autoridad militar y política la noche del sábado y madrugada de este domingo. El ministro del Interior, Andrés Chadwick, ha informado este domingo de dos mujeres fallecidas y un herido de gravedad, con el 75% del cuerpo quemado, tras el saqueo de un supermercado en el municipio de San Bernardo, al sur de la capital. Un hombre murió en el centro de la ciudad, también por un incendio que se produjo durante un saqueo a un local comercial. Además, el Gobierno ha indicado que 716 personas se encuentran detenidas, 241 de ellas por no respetar el decreto que impide la circulación y que estuvo vigente entre las diez de la noche y las siete de la mañana. En un operativo militar en una zona popular del sur de Santiago, en tanto, resultaron heridas de gravedad otras dos personas.

Los disturbios continúan este domingo. Se han producido saqueos y enfrentamientos con la fuerza policial en diferentes ciudades del país. El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ha informado de al menos 22 personas víctimas de uso abusivo de la fuerza. Los helicópteros sobrevuelan desde anoche Santiago de Chile, controlado por unos ocho mil militares. En este momento, otras cuatro regiones del país —Valparaíso, Biobío, Coquimbo y O’Higgins— se encuentran en estado de emergencia, que implica restricciones a la libertad de traslado y de reunión a los ciudadanos.

No está claro si el toque de queda se ampliará para la noche de este domingo en la capital y en el resto de las ciudades donde se han registrado incidentes violentos. En el puerto de Valparaíso hubo ataques a comercios y a estaciones de metro, y la sede de El Mercurio de Valparaíso —el periódico de mayor antigüedad en lengua castellana— fue incendiada. En todo el país se vive una situación compleja. Algunas aerolíneas han cancelado sus vuelos, supermercados y centros comerciales han decidido cerrar por razones de seguridad, mientras se registran cortes de luz y la gente busca comercios abiertos para abastecerse de alimentos.

La última vez que se había decretado el toque de queda en Chile fue en 1987, en los últimos años de dictadura de Pinochet (1973-1990). A diferencia de entonces, la ciudadanía parece no tenerle temor a la autoridad militar. Quienes lideran las protestas son menores de 30 años, que no vivieron el régimen militar, señalan los analistas. Cuando a las 10 de la noche comenzaba a regir el toque de queda en la capital, cientos de personas seguían manifestándose en las calles pacíficamente con cacerolazos, incluso en zonas acomodadas de Santiago, como Providencia, La Reina y Las Condes. En paralelo, las protestas desbordaban diferentes lugares del país: saqueos de supermercados y grandes tiendas, donde la gente robaba tanto alimentos como electrodomésticos.

Las medidas que pueda tomar el Gobierno de Sebastián Piñera este domingo serán cruciales. Aunque el presidente anunció anoche que suspendería el aumento del pasaje del metro —de 800 a 830 pesos (1,13 a 1,17 dólares)— y que convocaría una mesa de diálogo “amplia y transversal” para encontrar respuestas a “demandas tan sentidas como el costo de la vida” de la ciudadanía, no parece cercana una solución al conflicto. El lunes, día laboral, se pondrá a prueba el funcionamiento de una ciudad que luce destrozos importantes: el metro de Santiago, orgullo de los chilenos por su orden y buen funcionamiento, presenta daños que llegan a los 300 millones de dólares, según han informado las autoridades. Cerca de 2,8 millones de usuarios lo utilizan diariamente y todavía resulta impredecible el funcionamiento de una ciudad con enormes dificultades de transporte.

Las protestas han marcado un punto de inflexión para toda la política chilena, que no ha sabido ni interpretar ni canalizar el descontento que ha emergido en forma de manifestaciones desde 2006 en adelante.

 

 

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