Los cínicos de la desigualdad
Sumarse al carro del combate contra la desigualdad es unirse a los que quieren más intervencionismo gubernamental en nuestras vidas
No es la primera vez que se ve a un político gritar contra la desigualdad en defensa de la ‘clase obrera’, y luego irse a pasar el trago a un restaurante de lujo. Juan Carlos Monedero no es capaz de innovar ni siquiera en eso. Tampoco es nuevo que un político ni-ni como Errejón recurra a los tópicos que su “gabinete de ideas brillantes” le han preparado para criticar el confinamiento de zonas sanitarias madrileñas. El recurso a la demagogia más pueril, al populismo para memos que se pretende transversal, creador de patrias y rellenador de significantes vacíos del que hizo gala el ex podemita, tuvo su respuesta en Almeida: “Ganas 100.000 euros, Iñigo”.
El discurso de la desigualdad es la trampa de los cínicos. Mientras estos charlatanes hablan de desigualdad, y no de pobreza, pueden esconder que viven como millonarios. El propósito es que no se critique su estilo de vida, sus propiedades inmobiliarias, sueldos e inversiones, el servicio doméstico que gastan o los coches que conducen; incluso que se perdone que vacacionan en lugares de lujo, como Alberto Garzón. Si reconocieran que el problema es la pobreza y no la desigualdad, la denuncia moral por su comportamiento y patrimonio les sería insoportable.
Sin respeto a la propiedad, al fruto del trabajo, a la vida, que es el primer patrimonio, y a sus manifestaciones materiales e intelectuales, no hay democracia
La desigualdad es la artimaña moral de los ingenieros sociales. La propiedad, por mucho que nieguen los contaminados de progresismo, es el fundamento de la libertad, de los derechos individuales, y del sistema democrático. Sin respeto a la propiedad, al fruto del trabajo, a la vida, que es el primer patrimonio, y a sus manifestaciones materiales e intelectuales, no hay democracia. Nunca está de más recordar que este sistema se funda con el propósito de contener la arbitrariedad del poder y salvaguardar así la libertad del hombre.
Sin embargo, los ingenieros sociales, que no solo están en la izquierda, ojo, sostienen que hay que luchar contra la desigualdad a través del Estado como mecanismo ‘corrector’. ¿Corregir el qué? Cuando se habla de corregir es que está en marcha un proyecto político para transformar la sociedad y que hay algo que no encaja. ¿Le han preguntado a usted alguna vez por ese proyecto global transformador, o tenemos a unos ‘clérigos’ que lo imponen? No perdamos el oremus: el Gobierno no está para corregir a la sociedad, sino al revés. Es la sociedad la que debe controlar a los gobiernos para impedir la invasión en la vida privada.
La izquierda habla de igualdad
Cuando esta izquierda habla de desigualdad está diciendo que va a reglamentar, prohibir, tasar, imponer y requisar, acopiar fondos para repartir entre quienes consideren conveniente. No está pensando en combatir la pobreza, que es el verdadero problema, sino en estatizar la economía y la sociedad. Quieren que Estado y Sociedad sean la misma cosa. Y cuando son la misma cosa se acabaron los frenos al Gobierno y terminó la libertad.
No se deje engañar. El socialismo en cualquiera de sus variantes ha sido históricamente el gran creador de pobreza. Aun así, los socialistas actuales, da igual si es la versión ecologista, la feminista, la transversal o la ortodoxa, dicen que la próxima vez que lleguen al poder lo conseguirán, sí, que crearán riqueza y la repartirán. Esto solo lo pueden creer los feligreses de una religión secular contraria a la razón, o los que viven de propagar esas ideas.
Quien mejor ha combatido la pobreza en el mundo ha sido el libre mercado, siempre. Es la ‘mano invisible’, porque si la del Gobierno es demasiado visible, ahoga. Claro que los ‘niveladores’ de hoy, los igualitaristas que, por ejemplo, quieren abolir la herencia para tener un país menos desigual, creen que basta con ahogar al rico para que respire el pobre. Y a eso lo llaman ‘justicia’ cuando quieren decir ‘ajusticiar’. Ese odio hace que el socialismo se haya convertido en otra manera de llamar al resentimiento. No hace falta más que ver la ira con la que hablan los portavoces de Podemos y Más País.
La izquierda sabe que el socialismo no combate el pauperismo sino que lo crea, pero reconocen que es capaz de robar la propiedad de todos y repartirla a su gusto
En realidad, sumarse al carro del combate contra la desigualdad es unirse a los que quieren más intervencionismo gubernamental en nuestras vidas, y sacrificar su libertad para que el Estado piense y actúe por él. Una cosa muy distinta es luchar contra la pobreza. Es en esto en lo que triunfa el libre mercado, en las fórmulas capitalistas para crear riqueza y que se reparta espontáneamente atendiendo al mérito, al riesgo, al esfuerzo y al trabajo. Este es el círculo real del crecimiento de la economía que los socialistas no quieren ver.
La izquierda se escandaliza con este cambio del lenguaje -sustituir el combate contra la desigualdad por la lucha contra la pobreza- por una sola razón: saben que el socialismo no combate el pauperismo, sino que lo crea, pero reconocen que es capaz de robar la propiedad de todos y repartirla a su gusto. Ahora todo encaja.