Los demócratas no son vitalicios
En su reciente viaje a África, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, envió un mensaje muy claro a buena parte de los jefes de gobierno de dicho continente: “Nadie debería ser presidente de por vida.”
Si algo ha caracterizado a la región africana es tener presidentes cuyo objetivo fundamental pareciera ser atornillarse en la silla presidencial a costa de lo que sea. Y si hay alguien con alguna autoridad para recomendarles lo contrario es su colega norteamericano, porque en su país las reglas son muy claras desde la enmienda constitucional que permite una sola reelección presidencial, o sea que el máximo periodo de tiempo que se puede ejercer el cargo es ocho años. Además, no les estaba hablando un blanco con aspecto de funcionario colonial, sino el primer presidente norteamericano con ascendencia africana.
Obama se franqueó con sus colegas: “Creo haber sido un buen presidente. Todavía quedan muchas cosas que me gustaría poder hacer, y pienso que si fuera candidato en las próximas elecciones podría ganar, pero la ley es la ley y nadie debería estar por encima de ella.”
Como en una democracia nadie debe estar por encima de la ley, al menos formalmente, la moda más reciente en las parroquias latinoamericanas es reformar la ley –en este caso la constitución- para permitir la reelección, sea parcial o sea indefinida. Los únicos países latinoamericanos que hoy prohíben la reelección presidencial son México, Colombia (muy recientemente), Guatemala y Paraguay; y en estos dos últimos ha habido presiones y debates recientes con el fin de que se apruebe.
Y es que uno de los mayores obstáculos al progreso institucional africano – también, por cierto, al latinoamericano- es su accidentada historia de presidencias caudillistas, con presidentes-potentados que se han enriquecido en el poder (y han ayudado a sus familias, amigos, clanes, a enriquecerse), manteniéndose allí por años, incluso décadas, en regímenes calcificados.
La nefasta epidemia no hay que buscarla en los libros de historia o en las hemerotecas. Hace pocas semanas el presidente de Burundi promovió unas elecciones que lo reeligieron para un tercer periodo (lo cual ha generado toda una serie de protestas, al considerarse que al hacerlo violó tanto la constitución como un acuerdo de paz que había puesto fin a una devastadora guerra civil.) Mientras que en Ruanda, los legisladores aprobaron una reforma constitucional para permitir al presidente Paul Kagame un tercer periodo presidencial (al parecer los parlamentarios se inspiraron, para tomar una decisión tan errónea, en el apellido del presidente.) Igualito ha ocurrido en el Congo, con su presidente Denis Sassou-Nguesso. Asimismo, el gobierno de Burkina Faso colapsó hace un año cuando las calles se vieron inundadas por las protestas populares ante la intención del presidente Blaise Compaoré de extender su presidencia, que tan sólo ha ejercido por 27 años. Y para seguir tales ejemplos, en la llamada República Democrática del Congo hay preocupación porque el presidente Joseph Kabila está viendo cómo darle la vuelta a la limitación constitucional que prohíbe más de una reelección, al buscar retrasar la elección presidencial, prevista para el próximo año. Kabila tiene por lo demás la dudosa característica de ser miembro del selecto club de dinastías continentales en las que hijos de jefes de Estado toman el poder directamente de sus padres y perpetúan mandatos familiares que se prolongan décadas, como también han hecho Faure Gnassingbé en Togo y Ali Bongo en Gabón.
Sigamos con los argumentos de Obama que, dirigidos a los africanos en un discurso ante la Unión Africana, son sin embargo perfectamente aplicables a Latinoamérica: “Nadie debería ser presidente de por vida, ya que tu país está mejor con nueva sangre y nuevas ideas. Soy todavía un hombre bastante joven, pero sé que hay otros con nuevas energías y conocimientos cuya llegada será positiva para mi país.” (…) “Cuando un líder trata de cambiar las reglas a mitad del juego para permanecer en el cargo, arriesga la aparición de inestabilidad y conflicto, como hemos visto en Burundi, y esto es a menudo sólo el primer paso en una senda peligrosa; en ocasiones se oye a un líder decir “bueno, soy la única persona que puede mantener la unidad nacional.” “Si eso es verdad –prosigue Obama- entonces tal líder ha ciertamente fracasado en la construcción de su nación.”
Algunos de sus oyentes, que ya estaban muy emocionados con sus palabras, gritaron y celebraron ruidosamente al oírle decir: “no entiendo por qué algunos líderes no se retiran, especialmente cuando ya han acumulado mucho dinero.”
Como recordaba una nota reciente del New York Times, casi la mitad de los poco más de 50 países que forman la Unión Africana tienen presidentes, primer ministros o monarcas que han estado en el poder más tiempo que Obama, algunos por décadas. Además de los países y jefes de gobierno ya mencionados arriba, Teodoro Obiang ha gobernado Guinea Ecuatorial desde 1979 (el decano de todos, con sus 36 años); Robert Mugabe ha controlado el poder en Zimbabue desde 1980; José Eduardo Dos Santos, en Angola, también desde 1980; Paul Biya ha gobernado Camerún desde 1982; Yoweri Museveni dirige Uganda desde 1986; Omar Hassan-al-Bashir ha estado sentado en la silla ejecutiva de Sudán desde 1989. No pueden olvidarse tampoco Idris Déby en Chad (desde 1990), Isaías Afewerki en Eritrea (desde 1993) y Yahya Jammeh en Gambia (arrancó su mandato en 1996; si nos guiamos por los promedios de sus vecinos, el muy fornido Jammeh, con sólo 19 años mandando, apenas está comenzando a calentar el brazo en el cargo). Por supuesto, la respuesta de algunos de los reyes-presidentes al presidente norteamericano no se hizo esperar, clamando algunos que nadie puede venir a darles lecciones, y que Obama desconoce «las especificidades de cada país.«
Yahya Jammeh
Ya en 2009, en una vista a Gana, Obama había hecho una afirmación similar: “África no necesita hombres fuertes. Necesita instituciones fuertes.” Lo mismo debería decir si viniera por estas tierras latinas.
Y es que en ninguna democracia la presencia de los hombres en las instituciones políticas debe ser vitalicia. Lo único vitalicio debe ser el entramado institucional, que sin embargo requiere reacomodos, revisiones, mejoras, adaptaciones.
Y si las palabras de Obama no fueran suficientemente convincentes, veamos los testimonios vergonzosos, los ejemplos fallidos dejados por dos caudillismos cuasi-vitalicios que han sembrado la destrucción y el desastre en sus sociedades: en África, Robert Mugabe, y en América Latina, los hermanos Castro.