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Los días contados de Díaz Canel

Díaz Canel será el chivo expiatorio a quien el sumo sacerdote castrista sacrificará, para intentar lavarle, una vez más, la sangrienta cara a la dictadura.

Dentro de toda la exaltación e inmensa tristeza que hemos vivido todos los cubanos en estas últimas dos semanas —tanto en la Isla como en la diáspora—, hoy he visto una publicación en Twitter que me ha hecho pensar en lo ocurrente que siempre ha sido el pueblo cubano, pero también en el futuro de su actual dictador, Miguel Díaz Canel.

El simpático tuit decía “los cubanos le cambian el apellido al gobernante: pasó de Díaz Canel a ser ‘Días Contados’”. La carcajada fue inevitable, de la misma manera que me produjo mucha alegría pensar que el pueblo, a pesar de la sangrienta represión de estos últimos días, no ha perdido las esperanzas de liberarse de sus verdugos.

Imaginé a un Díaz Canel arrastrado por la muchedumbre hasta una inmensa guillotina alzada en medio de la Plaza de la Revolución, el pueblo vitoreando, el brillo de la cuchilla, luego el chasquido y la cabeza rodando. Así sucesivamente visualicé otros cuerpos arrastrados, otros golpes de la guillotina, otras cabezas, imágenes que me recuerdan que los autores intelectuales del genocidio cubano cometido a partir de 1959 no ha sido este títere de turno.

La escena es horrorosa, sí. Por unos minutos participé en una barbarie incuestionable y nauseabunda. No me reconozco, pero así de inmenso es el odio que han sembrado en nuestro corazón y así de rabiosos y oscuros emanan nuestros pensamientos. Han sido sesenta y dos largos años llenos de crímenes y de impunidad. Lo justo es que pagaran y más justo aún es que pagarán en manos del pueblo. Nos los merecemos, lo necesitamos. A los monarcas, la historia nos enseñó, les cortan la cabeza los siervos.

Pero esa imagen catártica que me ayuda a librarme un poco de los demonios que me habitan, a lidiar de alguna manera con el trauma que arrastro tras veinticinco años de dictadura comunista, no creo sea lo que sucederá. A Díaz Canel, me dice una amiga sabia, “le están haciendo una cama que ni el mismo se imagina”.

El mundo entero vio amanecer a una Cuba militarizada el pasado lunes, un fuerte despliegue policial por toda la Isla donde el enemigo era el pueblo. Cientos de imágenes han sido compartidas en las redes sociales y transmitidas en programas de televisión donde agentes de la policía, tanto uniformados como vestidos de civil, reprimen a los cubanos. Lo han visto a él, al “puesto a dedo”, en plena televisión nacional exhortando a las “masas revolucionarias” a arremeter contra los protestantes; haciendo un llamado a una guerra fratricida que no es más que la vieja táctica con la que se intenta encubrir el genocidio de estado. Diversas imágenes nos llegan de las palizas; las ejecuciones en frente de familiares —incluidos niños—; el maquiavélico reclutamiento forzado de jóvenes, muchos de ellos menores de edad, para convertirlos en esbirros de su propio pueblo y en carne de cañón.

A la dictadura se le ha caído la careta como nunca antes, y no porque sean estas imágenes novedosas, no nos olvidemos de los tristes y violentos días en torno al éxodo de El Mariel o al espeluznante hundimiento del remolcador 13 de Marzo, sino porque la tecnología ha permitido que sea captado y divulgado el horror, una y otra vez. Díaz Canel, sin embargo, ha sido el rostro de la represión. Ni los Castros ni el generalato, los verdaderos dueños del país y del pueblo esclavizado, han salido en público a dar las órdenes. Se han mantenido en las sombras orquestando la masacre, pero no quieren pasar a la posteridad como los grandes dictadores y asesinos que son. Además, todavía están pensando en el futuro, en cómo mantenerse en el poder, en cómo perpetuar la dinastía. No pueden ser sus rostros los que se asocien al genocidio, por más que todo el mundo sepa quienes son. Ellos han entendido muy bien el poder de las imágenes y de la propaganda; se mantendrán ocultos durante las próximas semanas y el tiempo que dure la represión y la fuerte presencia policial en las calles.

Díaz Canel seguirá siendo “el malo de la película”. A él se le achacarán todas las medidas económicas arbitrarias que se han tomado durante la pandemia. Esas medidas que lejos de intentar aliviar la profunda crisis que atraviesa el país, sólo han sido diseñadas para llenar sus arcas, sin importarles dejar a una población ya pobre en la indigencia. También se le va a inculpar el bochornoso manejo de la pandemia, el total abandono de una población ya hambrienta y enferma a un virus que puede ser mortal, más aún, cuando no hay recursos que permitan ofrecer la atención médica necesaria. Por último, se le atribuirán las escenas de represión que han contrariado al mundo en estos últimos días. No necesariamente se va a hablar de esto en la esfera pública, la dictadura nunca lo admitirá, pero es probable que un rumor de “arriba” invada las calles: alguien, posiblemente el próximo dictador de turno, se horrorizó con todo lo acontecido porque entiende que a nuestro pueblo aguerrido no se le puede tocar. Mentiras como estas son las que tratarán de decirnos porque les urge reinventarse, tratar de legitimar a la Revolución y su presencia en el poder.

Díaz Canel será el chivo expiatorio a quien el sumo sacerdote castrista sacrificará, para intentar lavarle, una vez más, la sangrienta cara a la dictadura.

 

Déborah Gómez es escritora y catedrática de Español.

 

 

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