Los estudiantes y el elefante
El sistema educacional cubano no está concebido para formar ciudadanos libres e independientes, sino para fabricar individuos dóciles
Hay muchas imágenes de la Cuba de los últimos 60 años que resultan chocantes incluso para el que ha crecido en ella y debiera haberse acostumbrado ya. Pero no es fácil habituarse a esas imágenes que tienen algo de antinatural. Una de las peores es la de niños de la enseñanza primaria que participan en actos de repudio o en su variante light, los desfiles políticos multitudinarios.
O en un simulacro de ese tipo de marchas en que los alumnos, guiados por el director y los maestros, salen de la escuela a la calle en bloque —portando carteles, disfrazados de trabajadores y coreando consignas—, le dan una vuelta a la manzana y entran de nuevo a la escuela.
Si uno le pregunta a un niño de diez años qué es la Constitución, o qué son la Ley Helms-Burton, el socialismo o el imperio, lo más seguro es que no tenga ni idea o que se limite a repetir alguna frase explicativa que le han inculcado, y luego siga jugando sin la menor preocupación.
Podríamos pensar que a los pequeños no les afecta mucho la incesante programación ideológica, pues la inocencia infantil es más fuerte que toda esa palabrería absurda. Pero cuando crecen se pueden ver entonces los efectos del largo entrenamiento: la doble moral, la indefensión aprendida, el síndrome de Estocolmo, todos esos males del cubano del último medio siglo.
Cuando crecen se pueden ver entonces los efectos del largo entrenamiento: la doble moral, la indefensión aprendida, el síndrome de Estocolmo, todos esos males del cubano del último medio siglo
Aunque no resulten los androides que pretendió el plan maestro y no terminen siendo, al menos muchos de ellos, autómatas de obediencia absoluta, sí se vuelven personas simuladoras, que en privado maldicen al Gobierno y luego, para no marcarse, desfilan en una plaza el 1 de mayo.
Como antes sus maestros, siguen ellos sin conocer el verdadero significado de aquellos palabrones vacíos. Pero ya no importa: son vocablos para ser solo pronunciados, no para ser asumidos. Los niños repiten, igual que sus educadores, el concepto de revolución de Fidel Castro como una serie de términos confusos sin nexos con la realidad.
Puras palabras cuyo significado no hallaremos en ningún diccionario. Nadie sabe con exactitud qué quiere decir “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, “revolución es no mentir jamás” o “yo soy Fidel”. Y es que ni siquiera esos maestros repetidores pueden explicar racionalmente el lema escolar “Pioneros por el comunismo, ¡seremos como el Che!”
Porque no hay que pensar en el sentido que pueda tener un eslogan cualquiera. Basta con repetirlo o llevarlo escrito en un cartel. “Yo soy Fidel” significa, valga la contradicción, que Fidel Castro es Dios y por tanto nunca podré ser como él. Pero los dogmas religiosos no son razonables.
Si hay una crisis de valores, no importa. Lo que no puede manifestarse es una crisis ideológica. De ese modo, ante la miseria moral, el Gobierno pretende que la familia comparta con la escuela el papel formativo de los educandos, a pesar de que lo que más comparten familia y escuela es precisamente una grave falta de civismo.
Los padres no pueden enseñar al niño nada que contradiga los dogmas de la Iglesia castrista. De hecho, la instrucción a cargo del Estado es obligatoria y los padres no pueden educar en la casa
Y, sin embargo, los padres no pueden enseñar al niño nada que contradiga los dogmas de la Iglesia castrista. De hecho, la instrucción a cargo del Estado es obligatoria y los padres no pueden educar en la casa. En Guantánamo, hace unos días, dos pastores fueron condenados a prisión por practicar homeschooling y atentar contra “la correcta formación” de sus hijos.
El sistema educacional cubano no está concebido para formar ciudadanos libres e independientes, sino para fabricar individuos dóciles. Pueden faltar maestros, pueden estar muy deterioradas las aulas y los padres tendrán que ayudar a la escuela en muchos aspectos, pero lo que no puede fallar nunca es el catecismo revolucionario y el culto al inmortal Comandante en Jefe.
Aun cuando el estudiante pasa a la universidad, e incluso cuando se gradúa y practica la enseñanza, tiene que seguir obedeciendo y evitar toda actitud independiente. La estudiante Karla Pérez militaba en el opositor movimiento Somos+ y la profesora Dalila Rodríguez no hacía activismo, pero era hija del defensor de los derechos religiosos Leonardo Rodríguez Alonso y amiga del pastor Mario Félix Lleonart. Ambas fueron expulsadas del sistema educativo.
El escritor Slawomir Mrozek publicó hace muchos años, en la Polonia comunista, el cuento “El elefante”, sobre un maestro que, tras explicarles detalladamente cómo era ese animal, llevó a sus alumnos al zoológico para que lo vieran frente a frente.
Pero los encargados del parque —para ahorrar dinero y teniendo en cuenta que el pesado animal se movía poco—, decidieron comprar uno inflable. Cuando los estudiantes acudieron a ver un “elefante de verdad”, sopló de pronto el viento y se llevó por el cielo al gran animal como si fuera un globo. El trauma vivido cambió la existencia de aquellos muchachos.
Los estudiantes de primaria que realizaron aquel simulacro de marcha por el Primero de Mayo no se hubieran desilusionado tanto. Ya saben muy bien que lo que les dicen y les hacen decir en la escuela tiene muy poco que ver con la realidad.