Los Goya, inocua caja de resonancia
«Larga y aburrida, la ceremonia repite año con año todos los clichés de los Oscar, a los que imita mientras los desprecia y viceversa»
Los Javis y Ana Belén, durante la gala de los Goya. | RTVE)
En los confines del imperio romano, a orillas del Mar Negro, o en el desierto de Libia, en un coliseo inhóspito y minúsculo, unos gladiadores contrahechos sueñan con estar en Roma delante del César, y con sus trajes de hojalata retan eufóricos a desdentadas fieras de corral. La presencia de un senador romano al que le han llenado a las alforjas del ego para garantizar su presencia hace rabiar de alegría a los espectadores, cuyas manos sangran de tanto aplaudir. Así vi los Premios Goya. Larga y aburrida, la ceremonia repite año con año todos los clichés de los Oscar, a los que imita mientras los desprecia y viceversa. Pobre Sigourney Weaver, carnada de esta ceremonia caníbal.
El acto, de unas tres horas y media, se puede analizar en tres planos diferentes: la justicia o no de los premiados, la ceremonia como espectáculo y el valor de los mensajes emitidos. De los premiados, me llama la atención que dos enormes artistas como Víctor Erice (‘Cerrar los ojos’) e Isabel Coixet (‘Un amor’) se hayan ido con las manos vacías, salvo el premio como actor secundario a José Coronado en la película de Erice. También me sorprende que la película que arrolló, ‘La sociedad de la nieve’, no se llevara el Goya a mejor guion adaptado. Los que hemos leído el libro y visto la película sabemos el colosal trabajo que hay detrás. Eso sin traer a escena el famoso apotegma de Buñuel: se puede hacer una mala película de un buen guion, pero no una buena película de un mal guion.
Tristísimo me parece también que haya que cumplir más de cien años para recibir un Goya honorífico, como Juan Mariné, que ni siquiera pudo recibirlo en persona. Al menos dio pie a las elocuentes palabras de José Sacristán: efectivamente, la memoria colectiva reposa en las obras de arte y conservarlas es una labor civilizatoria, como ha hecho Mariné durante casi un siglo de carrera. Lástima que no se atreviera Sacristán a hacer, sobre el escenario, la defensa de Carlos Vermut que sí hizo con periodistas, al pedir no confundir los errores del artista con el valor de su obra. («Errores» privados que a nadie deberían importar mientras no sean delitos, en cuyo caso solo interesan al ministerio público. Nos jugamos la democracia en esta lucha contra el tribunal de la santa inquisición).
Pienso que una sociedad artística debe ser incómoda para el poder establecido y no ingrávida. Debe ser altisonante y brava y no una inocua caja de resonancia de todos los clichés y lugares comunes. Un día antes de los Goya, dos guardias civiles habían sido arteramente asesinados en Barbate, atún y chocolate. Nadie los recordó ni homenajeó. Ni siquiera se guardó un minuto de silencio. Una sociedad complaciente con el crimen organizado acaba precipitándose en la barbarie, como pasa en México, mi país. Nadie tampoco mencionó la protesta del campo que tiene a las ciudades cercadas con sus tractores, hartos del absurdo burocrático de Bruselas y sus suicidas políticas climáticas. Más ausencia. Nadie recordó a las víctimas israelíes del 7 de octubre, el mayor ataque contra una comunidad judía desde el Holocausto y el mayor ataque terrorista contra Occidente desde el 11 de septiembre. Silencio ante más de 1.200 asesinatos, la inmensa mayoría de población civil. Ninguna feminista que grita “se acabó” ante cualquier banalidad no se indigna con lo que sabemos que hicieron los terroristas de Hamás (y la población civil que los recibió como héroes) con las mujeres que encontraron a su paso: violaciones tumultuosas, humillaciones sexuales, vejaciones físicas y mentales. Nadie pidió tampoco por el regreso de los rehenes y el fin de los ataques terroristas como condición necesaria para la paz. ¿Qué clase de doble moral es esta? ¿De verdad no merecía el felón Sánchez y sus ministros algo distinto al cortés aplauso del respetable?
No me extenderé sobre las desafortunadas palabras de mi compatriota Gael García Bernal, tan buen actor como mal gestor de sus ideas. No creo que el saber tradicional de los pueblos indígenas sea el remedio que el mundo estaba buscando contra el cambio climático. Baste saber que al menos dos civilizaciones mesoamericanas, la teotihuacana del Altiplano central y la maya del periodo clásico, desaparecieron debido al arrasamiento de los recursos disponibles, cuya huella ecológica se puede seguir hasta el presente.
«¿Debe el Estado financiar el cine y las bellas artes? Opino que sí y que no todo puede quedar en manos del ciego mecanismo del libre mercado»
Almodóvar, aunque de manera oportunista y en desigual lucha contra el fantasma de la derecha, anfitriona del evento, por cierto, trató un tema relevante. ¿Debe el Estado financiar el cine y las bellas artes? Opino que sí y que no todo puede quedar en manos del ciego mecanismo del libre mercado. Los valores espirituales no siempre ofrecen un retorno económico, pero cuestan menos de lo que aportan, aunque sea intangible. Pero la clave de la discusión se mantiene. ¿A quién se apoya? ¿Con qué criterios? ¿Quién decide? ¿Cómo se establece el justo retorno al patrocinador si hay ganancias? ¿Cómo se socializan las pérdidas? Preguntas sin respuesta en una ceremonia transmitida por la televisión pública y con Renfe, otro ente público, de único anunciante.
‘La sociedad de la nieve’, de factura perfecta, es una película comercial. Y ese es su mérito. Esa es la enseñanza de Hollywood que el cine iberoamericano ha tardado tanto en asimilar. La transgresión que toda gran obra de arte propone, y que en esta película es prístina, no es incompatible con el volumen de audiencia si se domina la técnica. No tiene que haber un divorcio entre excelencia artística y gran público. Se agradece, en este sentido, que Bayona brindara su último premio precisamente a los espectadores. ‘La sociedad de la nieve’ concita no solo la excelencia en forma sino en fondo, como cualquier clásico del celuloide, sin acudir a etiquetas. En un mundo polarizado artificialmente y de falsas víctimas, presenta a un grupo de víctimas verdaderas que se organiza para sobrevivir. El mensaje que ofrece trasciende géneros, clases sociales y creencias religiosas (son varones blancos católicos). Y, por cierto, lo entrevió Antoine de Saint-Exupéry en Tierra de los hombres cuando recoge de su amigo Guillaumet, después de ser rescatado de un accidente de avión en Los Andes, esa frase esencial del humanismo: “Lo que yo he hecho, lo juro, jamás bestia alguna lo habría hecho”.