Los hijos de los comunistas
LA HABANA, Cuba.- Ya se hace curioso ver cómo los hijos de los líderes comunistas no sólo no siguen el camino ideológico de sus padres, sino que por último, los traicionan.
Un ejemplo cercano para los cubanos son los descendientes de Fidel Castro. Con excepción de Alina, su hija natural, con una brillante carrera como periodista en Estados Unidos, el resto de los vástagos, casi una docena, ni se sabe lo que representan en el seno de la sociedad cubana. Con Raúl ocurre igual. Hace poco su hija Mariela negó que aspirara a la camarilla gobernante de su país.
Con Carlos Marx, aquel viejito judío que se empeñó en demostrar que una sociedad sin clases, sin comercio privado y sin libertad, era la sociedad perfecta, ocurrió igual. Sus hijas y su hijo oculto y renegado jamás sintieron el deseo de ser como él.
Otro ejemplo a recordar fueron los hijos de José Stalin. Posiblemente el caso más triste de todos los que conocemos fue su hijo mayor, Yakov Stalin, hijo de, Ekaterina Svanidze, la primera mujer del dictador, cuando trabajaba como costurera del ejército zarista. Yakov no fue querido por su padre. Según este, carecía de carácter y de valor.
Yakov se unió al Ejército Rojo, durante la invasión de Alemania contra los rusos, formó parte de los combates como teniente de artillería y durante la batalla de Smolensko, cayó prisionero de los alemanes y fue enviado al campo de concentración Schenhausen.
Cuando Hitler tuvo información de que el hijo de Stalin era uno de los miles de concentrados rusos, ordenó que fuera trasladado a un destacamento especial para altos oficiales británicos, donde se gozaba de mejor trato y de algunos privilegios, algo que Yakov había desconocido en los años anteriores.
Las autoridades alemanas propusieron a Stalin cambiar su hijo por el mariscal Von Paulus, apresado durante la batalla de Stalingrado. El dictador comunista demostró sus malos sentimientos cuando se negó rotundamente, alegando que “jamás cambiaría un mariscal por un simple teniente”. Para él, su hijo había sido un cobarde al dejarse coger prisionero.
Yakov se suicidó al poco tiempo. Se lanzó contra las alambradas del Campo de Concentración y fue acribillado a balazos por los custodios alemanes.
Vasili, otro de sus hermanos e hijo de la segunda mujer de Stalin, murió alcoholizado en 1962 y Svetlana, su hermana más pequeña y la preferida de Stalin, abandonó la Unión Soviética en 1967, al pedir refugio político en la embajada estadounidense de la India. Más tarde se casó con un norteamericano, William W. Peters, con quien tuvo una hija y dejó de llamarse Svetlana, para asumir el apellido de su esposo y cambiar su nombre por el de Lana.
La vida de Svetlana, contada por ella misma en su libro autobiográfico 20 cartas a un amigo, escrita en 1963, revela el confuso y anormal mundo familiar del comunista georgiano.
Confiesa que vivió toda su vida “intentando escapar de la sombra de su padre como su prisionera”, de olvidar su “ cariño exuberante cuando me abrazaba y me molestaba su olor intenso a tabaco y su bigote que me hincaba.”
“Era un hombre muy simple, muy rudo, muy cruel. Quería que yo fuera educada bajo los patrones del marxismo.”
A los 16 años comienza a sentir un abismo entre ella y su padre. Su madre Nadia se suicida y Svetlana adolescente, se enamora de un escritor cuarentón. Enterado Stalin del romance, estalla de furia, acusa al novio de espía británico y ordena que lo envíen a un campo de concentración en la Siberia, donde permaneció durante cinco años.
Al morir Stalin, en 1953, lo primero que hizo Svetlana fue suprimir su apellido paterno y usar Alliluyeva, el de su madre. Más tarde, ya en el exilio, adoptó el de su esposo norteamericano, hasta morir.
En 1984, solicita al gobierno soviético su regreso a Moscú, sobre todo para estar con sus hijos mayores y recobrar la ciudadanía. A los dos años se da cuenta de su error y pide permiso al Kremlin para regresar a Estados Unidos. Fue el mismo Mijaíl Gorbachov quien accedió a su última petición. ¨No pude adaptarme a vivir en un país comunista¨, le aclaró y jamás regresó a su país natal.
Vivió en un pequeño apartamento de Wisconsin, Estados Unidos, hasta morir en 2011, a los 85 años, donde, como dijo a un periodista: “Fui muy feliz”.