Los improvisados del castrismo
Machado Ventura, ‘experto’ azucarero, visita el central América Libre, Santiago de Cuba, 2015. (GRANMA)
Desde el mismo momento del arribo de Fidel Castro al poder en 1959 se institucionalizó la práctica de premiar con cargos públicos a aquellos que habían participado en la lucha contra el régimen de Fulgencio Batista. Y, por supuesto, la mayoría de esos flamantes dirigentes desconocían la actividad que se les asignaba.
Recordemos el caso de Enrique Oltuski, designado como ministro de Comunicaciones en el primer gabinete revolucionario. Oltuski, como miembro del Movimiento 26 de Julio, había participado en la lucha clandestina colocando bombas y ejecutando otras acciones violentas. Cuando el filósofo francés Jean-Paul Sartre visitó a Cuba en 1960 le preguntó a Oltuski el porqué de su nombramiento. Según contó Sartre en su ensayo Huracán sobre el azúcar, la respuesta fue: «No sé por qué me hicieron ministro de Comunicaciones. Quizás porque estaba encargado de destruirlas durante la guerra».
¿Y qué decir del nombramiento de Haydée Santamaría al frente de la Casa de las Américas? La asaltante al cuartel Moncada apenas rebasaba la enseñanza primaria. Entonces, salvo el apoyo que solicitaba para la joven revolución cubana, es difícil imaginar qué otros temas de conversación pudo tener esa señora con los destacados intelectuales que visitaron la Casa por aquellos años.
Claro que la muestra más fehaciente de improvisación por esa época fue el nombramiento del «Che» Guevara como presidente del Banco Nacional de Cuba. Además de los perjuicios que ocasionaba a la economía la dirección de la política monetaria por una persona neófita en la actividad, la imagen del Gobierno cubano se deterioraba más allá de nuestras fronteras.
Más adelante el sector del transporte sufriría los desaciertos de los ministros-comandantes Antonio Enrique Lussón y Guillermo García Frías. El primero con el «mérito» de haber integrado el Segundo Frente Oriental Frank País junto a Raúl Castro. El segundo, un hombre experto en la cría de animales en la Sierra Maestra, era presentado tras una «revisión» de la historia como el primer campesino en unirse al Ejército Rebelde. Al principio de la revolución se decía que tal condición le correspondía a Crescencio Pérez.
En nuestros días la improvisación asume nuevos ribetes, no por ello menos perjudiciales para la economía y la sociedad. Ya no se trata de nombrar en los cargos a funcionarios totalmente desconocedores de determinada actividad. Ahora los principales dirigentes del Partido Comunista (PCC) y el Gobierno recorren el país diciéndoles a ingenieros, técnicos y especialistas cómo tienen que trabajar para que los planes salgan adelante.
El médico José Ramón Machado Ventura, segundo secretario del Comité Central del PCC, se ha convertido en un «experto» en temas agropecuarios. Un día lo vemos en la provincia de Mayabeque orientando cómo deben sembrarse los campos de papa; al siguiente está en Pinar del Río indicándole a un veguero con medio siglo de experiencia en el cultivo del tabaco qué tipo de hojas deben recogerse; después pasa a la zona de Jagüey Grande para explicarles a los especialistas en cítricos por qué se incumplieron los planes productivos; y al final va a Camagüey y les insiste a los ganaderos que si hacen lo que él dice no se muere una vaca más.
El comandante de la Revolución Ramiro Valdés no se queda atrás. En vez de mostrarles a los cadetes del Ministerio del Interior (MININT) la manera más eficaz de arrancarle una confesión a un prisionero, o el modo de organizar un aparato de contrainteligencia para mantener vigilado a todo el mundo, lo han transformado en un viajero empedernido. Las imágenes de la televisión lo muestran arengando a los mineros de Moa; enseñándoles a los obreros de cualquier fábrica cómo ahorrar combustibles; o halándoles las orejas a los constructores que no terminan en tiempo las obras.
Cada día nos vamos pareciendo más a Corea del Norte. Allí es común observar a Kim Yong-un dando orientaciones, y los que le rodean, armados de papel y lápiz, anotando al pie de la letra las indicaciones del «Líder Supremo«.