Los límites del antifujimorismo
El antifujimorismo es un movimiento social que comparte una poderosa y simple idea: que un gobierno fujimorista no debe de repetirse. El movimiento está conformado por una constelación de actores –políticos con y sin partido, líderes de opinión en redes sociales, colectivos y hasta periodistas– que de manera independiente colaboran, coordinan y difunden mensajes para mantener la memoria y desplegar campañas de movilización en reacción a la coyuntura política.
Los mejores ejemplos de su poder son las campañas contra la candidatura de Keiko Fujimori del 2011 y del 2016. En el primer caso, la “Hoja de ruta” durante la segunda vuelta fue un cambio repentino y radical en la política económica del entonces candidato Ollanta Humala. Ello evidenciaba la improvisación e incoherencia de su candidatura. Sin embargo, para los grupos que se oponían a la candidatura de la hija de Alberto Fujimori, el hecho fue reinterpretado como un símbolo de maduración democrática. Por otro lado, la inverosímil candidatura de PPK alcanzó la segunda vuelta y, con ello, se transformó súbitamente de banquero de inversión montado en vientre de alquiler electoral a paladín de los valores republicanos e institucionales.
Y es que actualmente el poder del antifujimorismo consiste, esencialmente, en convertir la profunda desconfianza política en una visión maniquea que tiene como una de sus consecuencias otorgar características impropias al candidato de apoyo circunstancial. Este gran poder es también una gran debilidad: luego de que la pasión electoral se enfría, se evidencia que el rey está desnudo y el soporte electoral difícilmente se traduce en soporte al Gobierno.
Esta visión también limita la política institucional. Los políticos antifujimoristas son incapaces de alcanzar acuerdos con políticos fujimoristas o “filofujimoristas” porque ello conllevaría a una traición moral basada en la firme creencia de que el fujimorismo siempre será autoritario. La tesis del “ADN autoritario” conlleva a una falacia ecológica: que lo que es cierto de algunos miembros del fujimorismo es cierto para todos. Así, en lugar de ver los tonos de gris, las divisiones y los intereses particulares para hacer política, los antifujimoristas solo ven a Héctor Becerril y deducen que la única solución es la confrontación.
Otro límite es que el antifujimorismo es incapaz de agregar intereses para presentar propuestas coherentes más allá de los eslóganes. Veamos uno de sus mensajes más populares: “No a Keiko”. Keiko Fujimori obtuvo el 23,5% y el 39,8% de los votos válidos en las primeras vueltas de las elecciones presidenciales del 2011 y el 2016. Tiene 42 años y lidera el partido más organizado. Potencialmente, Keiko puede continuar postulando por muchos años más. ¿Alguien sabe de qué manera democrática y sostenible se logra el “No a Keiko”? Tenemos eslóganes cuando lo que necesitamos son propuestas.
La visión maniquea y los límites de representación y articulación de intereses se han materializado durante la última crisis de gobierno. Luego del destape de las relaciones comerciales entre Odebrecht y empresas de propiedad del presidente Kuczynski, el Congreso inició un proceso de vacancia que el antifujimorismo, con poca representación en el Congreso, probablemente perdería. En lugar de someterse a una solución institucional, vimos de nuevo el mensaje maniqueo en acción: vacar al presidente se presentó como un “golpe institucional” y se introdujo una visión desmesurada del “debido proceso” que generaría un presidencialismo aun más agudo.
El antifujimorismo optó nuevamente por su única estrategia: la confrontación. Así se dispuso a negar una solución institucional a la crisis. PPK, con apoyo de los antifujimoristas, volvió a relucir sus prendas invisibles para, inmediatamente después, otorgar el indulto a Alberto Fujimori y salvar su presidencia. Como siempre nos pasa en el Perú, ahora el rey está nuevamente desnudo.