Dicen que ahora va la vencida, que si Estados Unidos y la Unión Europea están en el mismo carro, los melones de Caracas se acomodarán en el camino y la democracia volverá a Venezuela. El optimismo de los defensores de esta nueva ronda de ‘diálogo’ peca de un exceso de fe chocante con la realidad.
El régimen bolivariano recupera, una vez más, un balón de oxígeno, tamaño globo terráqueo, para atornillar la dictadura al trono del poder. Ganar tiempo, otra vez, es su objetivo. Los de las palabras desgastadas (obras son amores…) se reúnen en el México de López Obrador con Noruega de la mano. El cementerio está lleno de bien intencionados.
La simulación es el arte de lo posible frente a escenarios que parecen imposibles. En eso consiste esta nueva ‘ronda’, borracha, que se pierde en el laberinto de papel rojo (por ideas y por sangre derramada) que sostienen Maduro, Diosdado Cabello y los suyos. Enemigos íntimos en el cartel de la droga y el contrabando en que se transformó Venezuela hace años, ambos compiten en la carrera al poder absoluto. Que parezca que todo cambia para que nada cambie. El gatopardismo, lo único eterno, lucha contra reloj mientras le crecen aliados en un barrio sudamericano sembrado de falsas ideas revolucionarias.
Perú sufre el resultado del último experimento en las urnas y Venezuela saca provecho. Pedro Castillo da el portazo al grupo de Lima y se apunta al de Contacto Internacional, el que insiste en el ‘diálogo’ con la dictadura. Otra alegría para los herederos de Hugo Chávez y un desastre en Lima donde la bolsa se desploma y el sol se extingue y se cae, como el peso de Buenos Aires.
Los herederos de Chávez suman amigos y sueñan con conquistar Chile y Colombia. Mientras, en La Paz, la revancha contra Jeanine Añez no da tregua pero Luis Arce –también lo hizo Evo Morales– no juega con las cosas de comer y la economía, pese al Covid, se trata con guante de baby alpaca. Ahí, el ‘diálogo’ no es cosa de ensoñaciones.