Los partidos, en lucha libre
Todo lo que mueve a los hombres tiene que pasar por sus cabezas, pero algunas cosas que pasan son estupideces, supersticiones. «Oh, faraón, en Geometría no hay atajos reales», dijo Euclides; y, más tarde, Voltaire comentó que toda secta es un error: «En la Geometría no existen sectas».
Sin embargo, en religión y en política siempre hubo sectas. Los contribuyentes, además de pagar impuestos, necesitan creer en algo y no siempre lo que creen es sensato y cierto: a veces es absurdo o incierto. Muchos de ellos siguen votando a formaciones desacreditadas por la corrupción y siguen creyendo que los partidos son imprescindibles para la democracia; y lo son, incluso cuando se transforman en organizaciones piramidales, sin democracia interna, que se financian con dinero negro. La gente cada vez va menos a misa y cada vez desconfía más de los partidos, pero siguen creyendo, no sólo en lo que no ven, sino en lo que ven. Dice Ortega que toda conducta depende de cuál sea nuestro sistema de creencias: «Mientras que las ideas las pensamos, somos las creencias». Las ideologías son un conjunto de creencias que se devoran unas a las otras por dogmatismo o por rivalidad comercial.
Últimamente, los partidos no llegan a acuerdos en nada, ni en los Presupuestos ni en la manera de aplicar el artículo 155 contra la rebelión en Cataluña ni sobre la inmersión lingüística. Ni siquiera hay un poco de consenso sobre el himno de Marta Sánchez. A Mariano Rajoy le ha gustado, Toni Cantó lo ha retuiteado, los del PSOE y los de Podemos han declarado solemnemente que les interesan más los españoles y las españolas. Eso de las canciones patrióticas e ideológicas debe de ser muy importante, porque Pío Baroja pensaba que el Himno de Riego -ramplón, callejero y saltarín- no era el idóneo para la Segunda República y se dolía de que él mismo había fracasado en el empeño de escribir un texto para La Internacionalmejor que el que ya tenía.
A mí me apasionan los debates parlamentarios o televisivos donde los políticos se despedazan con retórica de combate, en una lucha libre teatral y feroz. Era gratis escuchar cómo Mariano Rajoy llamaba tonto solemne y chisgarabís a Zapatero, o Pedro Sánchez le decía indecente a Rajoy, o Albert Rivera calificaba de capullo o gilipollas a Pablo Iglesias, o éste acusaba a Rivera de no haber leído a Azaña. Todas esas riñas tan entretenidas han contribuido al descrédito de la política.
Nadie ha hecho tanto contra el sistema de partidos como los propios partidos. Su márketing de odio y su empate técnico en las encuestas -con dos siglas convertidas en cuatro- van a hacer imposible formar mayorías de gobierno, como se está comprobando en Cataluña.