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Los partidos y las coaliciones

1475242672_587203_1475242782_noticia_normal_recorte1El PSOE es de sus militantes, no de sus votantes, que siguen libres de toda disciplina

Clement Attlee, el primer ministro británico laborista, recibió a sus diputados tras la gran victoria de 1945 con tres consejos, tal y como recordaba esta semana la revista Prospect: no hablen entre sí en los pasillos del Parlamento (quería que hablaran solo en su sala de reuniones, en voz alta); no vayan a comer a restaurantes caros o de moda y nunca, nunca, hablen con William Aitken (propietario del Evening Standard, un periódico de tarde, muy popular). Claro que Attlee, que era un político muy experimentado, les prometió también: “Yo soy un hombre raro. Me cuesta mucho llevar una conversación, pero si alguno de ustedes me viene a ver, sepan que les recibiré y que hablaré de sus problemas con ustedes”.

Attlee sabía perfectamente que las relaciones internas dentro de un partido son un elemento fundamental de su éxito y forzó siempre su raro carácter para pasar horas, pacientemente, con diputados que no le interesaban lo más mínimo. En fin, el Gobierno de Clement Attlee tuvo mucho éxito y sus diputados le siguieron con disciplina y afecto. Claro que contó también “con la economía de Keynes, la política social de Beveridge, el creador del Servicio Nacional de Salud, y la prosa de George Orwell”, escribe Tristam Hunt. Es decir, que no basta con dar conversación a los tuyos: hace falta también tener algunas ideas que poner en práctica cuando se llega al poder.

A Attlee nunca se le pasó por la cabeza que su partido fuera de sus votantes, una idea que ahora se maneja con gran soltura, sobre todo en el sector crítico del PSOE, pero que tiene algunos problemas de fondo, porque los votantes son, por definición, electores, es decir que eligen en cada ocasión a quien apoyan. ¿Cómo van a ser los propietarios de esa organización? El problema, entonces, será saber si un partido político es una organización real o una mera idea que existe en la mente de sus seguidores. ¿Es eso lo que creen quienes se oponen hoy en el PSOE a convocar a la militancia?

Según la ya antigua definición del profesor Anthony Downs, de la Universidad de Stanford, un partido político (en un país democrático) es “un equipo de gente que persigue el control del aparato del gobierno a través de unas elecciones debidamente constituidas”. Es decir, un partido es un grupo de personas que tiene un objetivo y se asume que son racionales y democráticos en su manera de proceder para alcanzarlo. Es evidente que también desempeñan otras funciones políticas e incluso psicológicas, pero lo fundamental es lo otro: controlar el aparato del Estado a través de unos medios aceptados por todos.

Lo que parece que no es un partido es una coalición de votantes, un concepto que está fuera de la idea de organización. Las coaliciones de votantes son más bien construcciones mentales, que usan los políticos para relacionarse con los ciudadanos, dándoles una categoría atractiva. La idea se habría ido extendiendo al mismo ritmo que las encuestas y sondeos de opinión, pero la realidad sigue siendo que los electores van y vienen en cada convocatoria: se puede intentar averiguar qué piensan, qué quieren e intentar satisfacer sus necesidades, pero es difícil que se les pueda atribuir la condición de propietarios de un partido político, que sigue siendo una organización con un objetivo y con “acuerdos conscientes y explícitos” entre sus miembros.

Claro que también es posible que la propia idea del partido europeo, concebido como una organización, esté a punto de desaparecer. Quizás pase a ser otra cosa, pero, de momento, el PSOE es de sus militantes, no de sus votantes, que siguen libres de toda disciplina y capaces de elegir entre partidos.

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