Los restos de Bolaños
Cuando Cayetana terminó de hablar, los restos de Bolaños ya chapoteaban en un charco de bilis y adrenalina usada
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Bolaños
Cuando despertó, Bolaños aún estaba allí. Cayetana Álvarez de Toledo lo miró con una mirada nueva, diferente a la de otras veces, como si, de alguna manera, estuviera creciendo en ella una compasión espontánea e imprevista y todos los presentes fuéramos a convertirnos en testigos de la epifanía. Pero conviene no confundir compasión y condescendencia. La condescendencia implica soberbia; la compasión, empatía. Parecen términos similares, pero son opuestos. Y esto no recordaba a la palmadita en el hombro de un cínico sino más bien a la mirada de un Santa Coloma que, del fondo de su casta, saca la nobleza y, en lugar de seccionarte la yugular, te secciona las previsiones. Así que tras escuchar cómo Bolaños volvía a hacer referencia a su familia y a su linaje, respondió: «Mire, señor Bolaños, entre usted y yo hay una diferencia esencial: yo a usted no lo odio; usted a mí, sí. Yo puedo odiar lo que usted hace, pero usted odia lo que yo soy. Referencias a mi apellido, a mi origen argentino y a mi familia, de la que usted no sabe nada. Ni mil asesores le han servido para saber quiénes fueron mis padres: una chica argentina y un francés liberal y valiente que se alistó contra el nazismo. Usted odia por identidad, como un totalitario. No debate, demoniza. En realidad, la ruina de la conversación pública es consecuencia de una decisión política». Cogió entonces carrerilla para ceñirse a algunos temas de actualidad que ustedes pueden imaginarse para terminar: «Los españoles no nos odiamos como sus socios odian a España ni como ustedes nos odian a nosotros. Somos los hijos y los padres de la paz civil».
Cuando Cayetana terminó de hablar, los restos de Bolaños ya chapoteaban en un charco de bilis y adrenalina usada. Una nube gris se situó encima de él, como en esas tormentas de Turner que parecen tragarse el horizonte y que apenas dejan ver, al fondo, la silueta del náufrago. Mucho hablamos del estado físico del presidente, pero el de Bolaños no es mejor: desprende oscuridad. Podía haber dicho: «Valoro esa referencia a la paz civil y al reencuentro. Y, por supuesto, aprovecho para dejar claro que mi rivalidad con usted se ciñe a lo estrictamente político y que no tengo nada contra su familia, a la que respeto. Y como además usted está aquí representando al pueblo español, mi respeto es doble. Pero permítame que difiera con usted en varios puntos, que son los siguientes». Pero como algunos, para polarizar, serían capaces de escupir tras un discurso del mismísimo Gandhi, en lugar de hacer eso o de coger la escalera para subir del nivel en el que está al nivel en el que debería estar, optó por montar en el ascensor y bajar al sótano del Congreso, ahí, junto al retrato de Alarico I que hizo Esquivel, cerquita de la caja fuerte del antiguo Banco Exterior de España y más cerca aún de las alcantarillas de Madrid, para ridiculizar la «enternecedora intervención» de la diputada y acusarla de querer vivir en una España «sin derechos sociales» en la que «los de siempre mandaban y los humildes obedecían». «Pero ¿cómo vamos a tener las mismas oportunidades usted y yo si yo soy un humilde ministro socialista?», dijo. Justo a su lado, Marlaska revisaba su manicura y se miraba las uñas con la media sonrisa de quien estuviera mirando a la vez un revolver y un padrastro, mientras Bolaños seguía echando espumarajos por una boca levemente torcida a la derecha y con la sombra de la barba inundándolo todo de gris: «Usted representa a la ultraderecha y es la referencia de lo peor del Partido Popular del pasado, de lo peor del Partido Popular del presente y, si el señor Feijóo no lo remedia, de lo peor del Partido Popular del futuro. Por lo tanto, no nos haga intervenciones enternecedoras, señora Álvarez de Toledo que sabemos muy bien lo que es usted».
Dio igual. Solo fuimos capaces de oír los chapoteos del «humilde ministro» y de descubrir cómo aparecían una serie de burbujitas en la superficie, resultado, supongo, del esnórquel bajo el fango. También se habló de Gaza.