Los reyes desnudos
Me pregunta una amiga el porqué de la conducta de los países latinoamericanos –más exactamente, sus gobiernos- frente a la crisis venezolana.
Realmente, comienzo a explicarle, la cosa viene de lejos, y no es solamente con el caso venezolano; algo parecido sucedió en la manera en que se manejó en la OEA las situaciones de Paraguay y de Honduras. Es evidente, y ha sido anunciado y denunciado una y otra vez por los medios, que la antigua defensa de valores democráticos y éticos por parte de una parte de la clase política, la lucha por ellos (que a los ojos de la ciudadanía era un claro criterio diferenciador a la hora de votar, frente a los que no compartían tales valores), ha dado paso a lo que podría llamarse una “postura funcionalista”, que ha reemplazado, casi en su totalidad, a la vieja y achacosa ideología y, peor aun, a la mencionada ética centrada en valores.
Un lugar donde tal epidemia ha cundido sin frenos es el partido político. Un actor de la política del siglo XXI a la hora de exculparse por los errores cometidos, nunca posee un real propósito de enmienda, solo una muy desarrollada cultura de la excusa, del chivo expiatorio, de la defensa del compañero, hoy convertido en cómplice de triquiñuelas dentro y fuera de la casa partidista.
Practican una ética sin consecuencias: todo puede explicarse, justificarse e incluso olvidarse. Y ¡cuidado con juzgar, con emitir juicios de valor! Ello es un crimen contra lo políticamente correcto.
La descentralización, entre tantas bondades que merecen una resuelta defensa, trajo a los países iberoamericanos que la han ensayado (sin entender que era necesario acompañarla con un claro fortalecimiento institucional y controles horizontales adecuados), la posibilidad de que se pueda hacer rebatiña del erario público sin necesidad de ser partido de gobierno a nivel nacional. Lo local también sirve para dar de comer a los secuaces. Allí está el caso español, donde nadie puede abrir la boca para tirarle piedras al vecino porque sus casas tienen agujeros de todo tipo en sus techos.
La pérdida de visión ideológica y valorativa no es un mero problema operacional u organizacional. Va de fondo contra la identidad misma del partido, y de los valores que afirma defender. Se pierde autenticidad, que “es la suma de todo lo que a partir de su origen es legado, desde su duración material hasta su testificación histórica” (Walter Benjamin.) Al tambalearse la autenticidad, ocurre un proceso de destrucción de toda auctoritas. Y de allí a poseer una legitimidad de cartón piedra, a lo chavista, hay poco por recorrer.
Con ello se elimina, asimismo, toda herencia histórica, toda referencia a la tradición –algo que predijo, con gran preocupación y angustia, Hannah Arendt- y el nivel discursivo se transforma en manipulación pura.
Los políticos siglo XXI, verdaderos reyes desnudos que carecen de espina dorsal ética, se han convertido en personajes dignos de “La Granja Animal”, la extraordinaria obra de George Orwell contra el estalinismo. Por lo demás, creen que pueden engañar a la ciudadanía una y otra vez, y ganar elecciones con la misma cansona melodía que ya nadie tararea. Y la peste ha invadido todas las esferas partidistas: conservadores, liberales, socialistas, socialdemócratas, democristianos. Nadie se salva, todos sufren bajo una grave intemperie moral.
Por eso, le explico a mi amiga, no es de extrañar la conducta de los presidentes latinoamericanos –demócratas solo de conveniencia- frente al caso venezolano (y el cubano también, que les encanta ir a La Habana a tomarse una foto, todos sonrientes, con los tiranos Castro); ¿no escogió acaso Santos a La Habana como terreno de negociación de lo que él llama “Proceso de Paz” y que, como atinadamente recuerda Marta Lucía Ramírez, “a lo sumo es un proceso para la incorporación de las Farc a la política colombiana”?
Para irnos a tierras norteñas, un ejemplo perfecto de rey desnudo es el actual líder republicano en la Cámara de Representantes (y candidato a vicepresidente hace cuatro años), Paul Ryan. En lugar de aprovechar la dorada oportunidad de encabezar un proceso regenerativo del partido, ha terminado apoyando a Trump, luego de un hamletianamente tortuoso camino de dudas y vacilaciones.
¿Es acaso sorprendente entonces, que los payasos se hayan dado cuenta de que el circo ya no tiene dueño, ni domadores, ni grandes gimnastas, y busquen apoderarse del coroto? Así han aparecido los Le Pen, Iglesias, Chávez, Kirchner, Morales, Correa, el austriaco Norbert Hofer, etc., y más recientemente el empresario Trump. Los une la antipolítica y el desprecio por toda institucionalidad democrática.
Querido lector: desconfíe del político que permanentemente va citando, una y otra vez, a sus padres fundadores (los usa como un paraguas contra el mal tiempo político, y los cita con la sinceridad de un vendedor de pócimas cura-todo del lejano Oeste): cada nuevo recuerdo o mención es una renovada puñalada trapera a la dignidad.