Democracia y Política

Los reyes también mueren

189b62cUn sábado de septiembre encontré el tiempo y la motivación para escuchar a la Orquesta Sinfónica del Estado de Sao Paulo (OSESP) bajo la dirección del maestro brasileño Isaac Karabtchevsky, que interpretó las Gurre-Lieder del compositor austriaco Arnold Schönberg (1874-1951). Con la fuerza expresiva del autor y poeta, los versos modernistas del danés Jens Peter Jacobsen (1847-1885), traducidos al alemán por el escritor Robert Franz Arnold (1872-1938), adquieren un dramatismo wagneriano. Dicen los entendidos que además del compositor Richard Wagner, los acordes recuerdan también al compositor Gustav Mahler.

No podría determinarlo. Lo que sentí, en especial cuando los instrumentos entonaron sones de una marcha fúnebre, fue la inevitabilidad de la muerte y la angustia de los que se quedan. Esta sensación quizá me vino porque la última vez que fui a la OSESP en su compañía, mi esposa Ruth tuvo una crisis cardiaca que, días después, acabó siendo fatal. Todo el tiempo estuve recordando que en septiembre ella cumpliría 85 años.

En el poema, el rey Waldemar llora la muerte de su amada y dice: “Pero Tove está aquí y está allá; está cerca y está lejos”. Sublevándose contra los propios dioses, proclama: “Señor Dios, tus ejércitos de ángeles cantan siempre tu gloria; sin embargo, lo que necesitarías sería un ángel que te pudiera censurar. Más, ¿quién se atrevería?”.

De la angustia existencial de la muerte concreta, la de los más próximos y la propia, pasé a pensar en la muerte política para no afligirme todavía más. Grave y gran problema: ¿cómo pasar de una situación de poder a otra? Los reyes pueden abdicar y así, sin morir, renuncian al poder. Con el tiempo, penan en vida por la ausencia del poder.

Ahora hasta los papas renuncian; en la paz de Castel Gandolfo, la residencia papal de verano, deben rezar por el éxito de su sucesor. En el parlamentarismo son los diputados los que, formando una nueva mayoría, ora resucitan a un primer ministro moribundo, ora lo decapitan simbólicamente eligiendo a otro. En el presidencialismo, el electo, en teoría, debe esperar a que transcurra el tiempo hasta que el pueblo elija nuevamente a un “rey”. El anterior, de buena o mala gana, sobrevive físicamente, ya sea intentando regresar al trono, ya sea conforme con lo que haya hecho; ora ayudando al sucesor a gobernar, ora estorbándolo.

A veces, empero, no hay sucesión a la vista y el rey ya no gobierna. Cuando el presidente, en el caso de una república democrática, agrede la Constitución, todavía queda el recurso de la impugnación, que es una especie de muerte asistida. O entonces suelta voluntariamente el poder por medio de su renuncia. El tema, en la ciencia política, sin tener el dramatismo de las Gurre-Lieder, siempre es tratado con circunspección e interés. No por casualidad volvió al ruedo en algunas repúblicas presidencialistas contemporáneas la discutible institución de la revocación: La velocidad de la vida y de los medios de comunicación envejecen precozmente a los gobiernos democráticamente electos.

Estamos ante esa encrucijada. Trompetas, trompas y fagotes ya entonan el final; falta solo percusión de los címbalos para que todos sepamos que el rey murió. Este, sin embargo, conserva el poder y no encuentra a nadie, como el ángel que Waldemar quería que se atreviera ante el propio Dios, a decirle: ¡Se acabó!

Hasta ahora he hablado en forma figurada. Pero vayamos a los hechos. El pueblo no ve en el ajuste financiero las glorias futuras sino la estrechez cotidiana. Los programas y las promesas son palabras que la experiencia ha demostrado que nacen muertas por la inercia de la administración o por su incompetencia. Los políticos ya no saben cuántas más prebendas pedirle a la presidenta para cumplir lo que, en principio, ya se les pagó, pero después quieren más. Por no hablar de los mercados, que buscan refugio en el dólar aunque no se tenga todavía una crisis cambiaria a la vista.

Estamos presenciando una carrera contra el tiempo. Repito lo ya sabido y dicho: Las fuerzas dinámicas del marco brasileño vienen siendo la crisis económica y la operación Lava-jato (un sistema de lavado de dinero para mover valores de origen ilícito). Solo que el desdoblamiento de una al campo judicial no depende de la otra que, no obstante, sufre sus consecuencias. Sin embargo, los líderes políticos, empezando por la mayor de la república, parecen presenciar conformes el hundimiento del país en el hondo pozo de la crisis por la falta de confianza.

De ahí la angustia: Hay urgencia de que las decisiones políticas nos permitan enfrentarnos con los desafíos económicos y sociales. Estos son de magnitud: Los compromisos legales de financiamiento que deben ser cumplidos por el gobierno, ya sea por directivas constitucionales, por mandamientos legales o por compromisos políticos asumidos, no caben en el presupuesto y el país no quiere pagar más impuestos. Y no quiere porque no ve que de eso resulte una mejoría palpable para las cuentas públicas o para la población, dadas la continuidad del gasto, la incompetencia de la gestión y la corrupción.

La cuadratura de este círculo exige la reconstrucción de la confianza perdida. De ahí la carrera contra el tiempo. El mandato todavía dura tres años y tanto y el tiempo urge. O bien la presidenta reacciona (y se ve que no tiene la energía para tanto) o “la renuncian”. Aunque se contemple la impugnación, ésta está limitada por el transcurso de los plazos legales. ¿Habrá tiempo? ¿Cómo conciliar, siempre dentro de la Constitución, las urgencias de la economía y de la vida con la morosidad de los tiempos políticos?

No tengo una varita mágica que me lleve al futuro. Me arriesgo a decir, no obstante, que en esa pugna entre los movimientos político-partidistas y las necesidades concretas de las personas y las empresas, llegará el momento de acelerar decisiones. Tal vez un ángel perverso le aconseje a la presidenta: Entregue luego su alma al diablo, entre más hondo en el “toma aquí para dar allá” y salve su mandato.

Quizá podría conseguirlo, pero, ¿valdría la pena? ¿Y acaso eso modificaría la danza del país al borde del abismo? Cuanto antes los más responsables perciban que o actúan o serán devorados por la vorágine de la crisis, mejor.

Todavía hay tiempo. Pero es poco.

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