Los sorpresivos primeros movimientos de Mario Draghi para que Italia vuelva a ser una potencia europea
El nuevo primer ministro está aprovechando su sólida reputación para volver a poner a la península en el mapa diplomático global. Fue a Libia a ratificar su pasado de poder colonial y se enfrentó con el presidente turco Erdogan
Italia tiene una larga historia de gobiernos efímeros. Y otra aún más complicada de partidos y políticos trasvestidos. Pero cuando el COVID sacudió con saña a la península y el gobierno de Giuseppe Conte ya no tenía destino, el arco político decidió unirse e ir por lo seguro para formar gobierno. Apareció el “mago de las finanzas” europeo, el hombre que había salvado al Euro: Mario Draghi. Si había logrado domar la economía de la Unión Europea (UE) cómo no iba a poder con la de su propio país. Draghi entendió que salvar a Italia es también salvar al resto del continente: gobierna desde Roma con un ojo en Bruselas.
Asumió a mediados de febrero con el apoyo de los principales conglomerados del Parlamento: el respaldo de casi todo el hemiciclo: el Movimiento Cinco Estrellas (M5S), las izquierdas del Partido Demócrata (PD) y Libres e Iguales (LeU), la centrista Italia Viva (IV), la conservadora Forza Italia (FI) y la ultraderechista Liga. Y como el experimentado Draghi sabe de las riñas en las que siempre se envuelven, desechó la tradición de nombrar a los líderes de los partidos como ministros. Su equipo está formado por ocho reputados técnicos en plazas clave como Economía o la nueva cartera de Transición Ecológica y quince políticos. La fórmula parece estar funcionando. Es la misma que había implantado en sus años como presidente del Banco Central Europeo.
Un mes más tarde, se vio claramente su visión de gobernar Italia mirando también los intereses del resto del continente. Ante la incertidumbre en la que estaba envuelta la UE con las vacunas contra el Covid que se fabricaban en Europa, pero eran exportadas a otros destinos dejando a los países miembros sin suministro, ordenó que no saliera del país un cargamento con destino a Australia. Fue la alarma que despertó a los burócratas europeos. El “experimento australiano”, como lo llaman los funcionarios de Bruselas y Roma, fue un punto de inflexión, tanto para Europa como para Italia.
El 25 de marzo, cuando la CE empezó a sospechar de la existencia de 29 millones de dosis de AstraZeneca en un almacén a las afueras de Roma listas para ser exportadas fuera de la Unión, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen llamó a Draghi para pedirle ayuda. El premier envió de inmediato a la policía y desbarató la maniobra armada por el laboratorio. Y se puso de acuerdo con Macron y el español Pedro Sánchez para plantear una línea más dura sobre las exportaciones de vacunas. Los Países Bajos estaban en contra, y Alemania muy incómoda ante el fraude.
De esta manera, Draghi se convirtió en un líder inesperado de la Unión. Con su amiga, la canciller alemana Angela Merkel, dejando el cargo en septiembre, el presidente francés Emmanuel Macron ante unas duras elecciones el año que viene y la presidenta Von der Leyen, con dificultades para imponerse, Draghi pareciera estar trabajando para ocupar ese vacío.
La actitud firme del premier con las vacunas que iban a Australia, también le dieron una popularidad inédita dentro de Italia. El país vivió una crisis muy grave en la primera ola de la pandemia con los hospitales absolutamente colapsados. Ya hay 117.000 muertos. Y la vacunación es muy lenta. En el palacio Chigi, el asiento del gobierno, dicen que Draghi tuvo duras charlas telefónicas con los alemanes por el acaparamiento de vacunas. Y en una conferencia de presa reciente anunció que estaba negociando la llegada de la vacuna rusa Sputnik V. Sugirió que AstraZeneca había engañado al bloque sobre su suministro de vacunas, vendiendo a Europa las mismas dosis dos o tres veces.
Y para mitigar las pérdidas de la pequeña y mediana industria presentó un plan de ayuda que alcanza a los 40.000 millones de euros, una suma que los economistas coinciden en que acelerará decididamente el crecimiento. Para la recuperación Italia también contará con los 209.000 millones de euros que recibirá entre préstamos y subvenciones del Fondo de Recuperación de la Unión Europea. La Confindustria, la central empresaria, predice que el país volverá a tener una economía floreciente a finales del 2022. Su centro de estudios prevé una “gradual recuperación” del producto interior bruto (PIB) de Italia desde la segunda mitad de este año, por lo que fija en un aumento del 4,1 en 2021 y del 4,2% en el ejercicio siguiente.
El desplome de la economía italiana fue “más fuerte y su recuperación más lenta de lo esperado”, dice otro informe de la UE. La razón fundamental de esta “debilidad” es que uno de los sectores más afectados por la crisis sanitaria fue el turístico, que equivale a un 13% del PIB del país. También se desplomaron las exportaciones en otro 13%, aunque Confindustria dice que en este año el país exportará un 11,4% más y en 2022 tendrá otro aumento del 6,8%. Draghi estuvo detrás de todas las medidas que se tomaron para dar el empujón económico.
El premier también se ocupó de la política exterior. Su primer destino fue Libia, la problemática ex colonia italiana, que es fundamental para las necesidades energéticas de Italia y para los esfuerzos por frenar la inmigración ilegal desde África. Y hasta se enfrentó con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, por la recepción que le había dado en Ankara a la presidenta Von der Leyen, considerada discriminatoria por haberla sentado en un sofá alejado, en un rango menor al suyo y del presidente del Consejo Europeo, el belga Charles Michel. “Con estos dictadores -llamémosles por su nombre- hay que ser franco a la hora de expresar la diversidad de opiniones y visiones de la sociedad”, dijo Draghi. “Las declaraciones del primer ministro italiano son de una indecencia y vulgaridad totales”, declaró Erdogan indignado. La imagen positiva del premier aumentó tanto en Italia como en el resto de Europa, de acuerdo a dos encuestas.
El ex banquero se muestra muy reacio a estar pendiente de la opinión pública. Erigió a su alrededor un muro infranqueable para tener las manos libres para gobernar. El enigmático premier no quiere que el ruido mediático lo distraiga de su misión. “Draghi no quiere perder tiempo con polémicas, como sucedía en los años pasados, y así tener más libertad para gobernar”, explicó el politólogo Lorenzo Castellani de la universidad Luiss Guido Carli de Roma. Y recuerda que “la sobreexposición comunicativa pasó factura a locuaces mandatarios” como fueron Conte y su antecesor, Matteo Renzi, que gobernó entre el 2014 y el 2016.
En la era de TikTok y de Twitch, Draghi –así como cinco de sus nuevos ministros– ni siquiera tiene Twitter. Sus comunicados o intervenciones no se transmiten en directo a través de una cuenta personal, sino en las oficiales de Palacio Chigi. Conte sacaba rédito político de sus discursos como primer ministro en las redes y se llevó a su legión de seguidores a la campaña para convertirse en el nuevo líder del Movimiento 5 Estrellas. Su sucesor, que no aspira a ningún cargo político en el futuro –más allá de las sospechas de que puede ser el próximo presidente de la República, una figura todavía más silenciosa–, no necesita ganar popularidad en las redes sociales. Según un estudio de Osservatorio Digitale, todos los ministros del gabinete de Conte sumaban más de 13,7 millones de seguidores en Facebook, Twitter e Instagram. Los de Draghi no alcanzan los 7 millones.
Con ese discreto estilo más cercano al de un consiglieri del Vaticano que a un político, Draghi se dispone a sacar a Italia de la grave crisis a la que la empujó la pandemia y convertirse en un “intocable” al estilo del recordado viejo zorro de Giulio Andreotti. Claro que el país ya no es el mismo. La Democracia Cristiana y el Partido Socialista, que daban cierta estabilidad, desaparecieron hace tiempo. Y hasta ahora no hubo quien pudiera domar a la nueva política.