Los tanqueros fantasmas de Sergei Basov
La historia de cómo surgieron los observatorios satelitales del movimiento de los tanqueros en aguas del planeta puede resultar fascinante a quien hurgue siquiera un poco en ella.
Es un cuento muy propio de lo que Fareed Zakaria ha llamado “mundo posamericano” y está hecho, entre otros elementos, de infatigables periodistas de investigación y de compañías navieras muy hechas a despistar a las agencias estadounidenses y europeas encargadas de la observancia de las sanciones económicas contra Gobiernos tiránicos y forajidos.
El cuento es tributario de un relato muy largo y caudaloso, la prolongación en el siglo XXI de la guerra mundial por el recurso petrolero que comenzó en un manadero de brea de Titusville, Pensilvania, hacia 1859.
Los personajes, lugares y sucesos de esa historia de tanqueros y detectives satelitales claman desde hace tiempo por escritores de la talla de Eric Ambler, David Chase o Pérez-Reverte que den forma, no diré ya a un novelística, sino a toda una familia de series para plataforma de streaming. Con sagas escindibles en spinoffs, secuelas y precuelas. El capítulo de hoy trata de un hombre de negocios ruso, el señor Sergei Basov, y del Otoman, un tanquero categoría VLCC (Very Large Crude Carrier), es decir, un tanquero jumbo.
Un reportaje de Reuters dio cuenta, la semana pasada, de que en agosto de este año el Otoman fondeó ante una terminal petrolera del oriente de Venezuela para cargar más de un millón ochocientos mil barriles de crudo pesado. En el reportaje no figura la bandera del buque pero quizá no sea una omisión porque la virtud mayor del Otoman es ser, precisamente, un tanquero fantasma.
La única identificación que figura en el manifiesto aduanal en poder de Petróleos de Venezuela (PDVSA) es un número corrientemente asignado por la Organización Marítima Internacional. De acuerdo a la base de datos de la OMI ( organismo de Naciones Unidas que vela por la seguridad del comercio naviero), el número de que hablo corresponde a otro tanquero, el Rubyni.
El Rubyni fue botado al agua, muy probablemente desde un astillero israelí, hace más de veinte años. Hacia al final de su carrera, el Rubyni navegaba bajo bandera de Comoros.
Para irnos entendiendo, Comoros es un país insular del Océano Índico, situado entre Madagascar y Mozambique. Hace dos años el Rubyni fue desguazado por completo en un astillero de Bangladesh muy utilizado para estos fines por armadores iraníes. El Tubyni desapareció pero alguien se apoderó del número de la IMO que ahora “identifica” al Otoman.
No sabría yo decirle dónde en el mundo estará el Otoman en este preciso momento pero es más que probable que se dirija a alguna gigantesca refinería de la isla de Dayushan, en China. Forma parte de la treintena o más de tanqueros con identificación descaminadora fletados por compañías como la Wanneng Munay, una casa importadora cuya dirección, tal como figura en la base de datos de PDVSA, es Stremyanni pereúlok, 31/1, en Moscú. Una humorada, sin duda, porque allí lo que funciona es el Consulado General de España en la capital rusa. A los del consulado no les ha hecho esto ninguna gracia.
La Wanneng, al igual que otra media docena de novísimas empresas con poca o nula experiencia en el negocio petrolero, aparece vinculada a un grupo sombrilla cuyo fundador y vicepresidente ejecutivo es el señor Sergei Basov. Sergei solo es titular del 1% del paquete accionario, el resto pertence a una empresa resitrada en Dubay. ¿La dirección? Otra humorada: una oficina desierta en la Zona Franca de Dubai.
Casualmente, una colega de Basov es venezolana y se llama Betsy Desirée, como villana de telenovela de Radio Caracas TV. Betsy ha estado vinculada a capitales turcos muy activos en el negocio de las controvertidas cajas de alimentos subsidiados por la dictadura de Maduro. El cometido de Betsy y Sergei es hacer llegar crudo venezolano a sus compradores asiáticos.
La probada destreza iraní para armar tanqueros fantasmas, borrar toda traza de registro de origen, navegar “en la oscuridad” desconectando a conveniencia los transpondedores de las naves, el cambio de banderas o el transbordo de carga de un tanquero a otro en altamar, etcétera, es la transferencia de know how de mayor valor en la relación entre Venezuela e Irán.
Gracias a ello, Venezuela ha podido afrontar la deserción de Rusia como comercializadora de su crudo una vez que las sanciones gringas entraron en vigor.
A pesar de la calamidad que entrañan la pandemia y el estrechamiento de las sanciones estadounidenses, PDVSA vio en septiembre pasado saltar las cifras de exportaciones hasta los 700.000 barriles diarios. En su peor momento, las exportaciones de Venezuela llegaron durante meses a estar por debajo de los 400.000 barriles diarios, un nivel más propio de los años 40 del siglo pasado.
Sin embargo, los falsos emprendimientos de Sergei y Betsy Desirée, junto con los tejemanejes de los tanqueros fantasmas iraníes y a otras muchas astucias de eximport, lograron que, entre abril y octubre de este año, PDVSA exportase 25 millones de barriles de crudo por un valor calculado en 540 millones de dólares.
¿Significa esto que las sanciones son insuficientes, por no decir inútiles? No lo sé. Significan solo 540 millones de dólares verdes en manos de Maduro mientras en el municipio de La Concepción, cerca de Maracaibo, la gente humilde perfora los oleoductos, o recoge crudo directamente de los manaderos naturales, para malamente destilar crudo en serpentines artesanales dispuestos en los patios traseros de sus rancherías.
Así obtienen un líquido volátil que, sin aditivos estabilizadores, ya ha ocasionado graves accidentes domésticos y dañado irremediablemente los motores del transporte público. Los guasones lo han bautizado “Maduro Cero Octanos”.