Los tres diamantes: Alejandro, César y Napoleón
La historia del hombre a la que nos acostumbraron los historiadores está bien sesgada. Basta abrir una enciclopedia para darse cuenta del amplio despliegue dado a los que han manejado el poder, en detrimento de aquellos a quienes debemos los aportes culturales. Para los historiadores, parece que los únicos personajes importantes han sido los gobernantes y militares, aun aquellos que en su paso por la tierra sólo dejaron ruina, dolor y desolación. Le siguen en importancia, pero lejos, los escritores, artistas y músicos, y han olvidado de forma imperdonable a los grandes creadores en el campo científico y tecnológico. Como si se tratara de figuras secundarias, a pesar de que a ellos debemos todos los asombrosos avances de la medicina, los medios de transporte y comunicación, la energía eléctrica, la electrónica…
Alejandro Magno
En particular, existe un verdadero culto alrededor de los tres diamantes: Alejandro, César y Napoleón. El trío más peligroso que jamás haya existido, elevados a la categoría de grandes héroes por historiadores, novelistas, poetas, dramaturgos, pintores, directores de cine. Y, ¿cuál fue el mérito de sus acciones de guerra? Resultar vencedores en casi todas las campañas conquistadoras que emprendieron, arrasar pueblos enteros, matar seres humanos por cientos de miles, dejar viudas y huérfanos sin número, todo este sacrificio para mayor gloria de sus nombres. El saldo de muertos propios y ajenos hace palidecer el total de personas asesinadas por ladrones, sicópatas asesinos en serie, fanáticos religiosos y políticos, terroristas y otros elementos asociales.
Cuentan los historiadores que Alejandro arrasó Tebas y esclavizó a los treinta mil habitantes capturados. Más tarde se dirigió a Persépolis y después de robar los tesoros reales, quemó la ciudad y acabó con el antiguo imperio persa. No satisfecho, se dirigió a India y también conquistó un inmenso territorio. Por fortuna, una severa hambruna sufrida por su ejército lo devolvió a Babilonia en la primavera del 323 a.C., y allí la malaria salvó al mundo de tan peligroso sujeto. De lo contrario, en su imperio no se habría puesto el sol, porque el poder es droga que crea adicción. Alejandro, autoproclamado hijo de Amón-Ra en Egipto, aspiró a ser también reconocido como rey-dios por los griegos, y a tal efecto ordenó a las ciudades griegas incluirlo entre los dioses de sus panteones.
Julio César
Julio César siguió el mal ejemplo de Alejandro: su vasto imperio comprendió las Galias, Germania, Bretaña, Hispania y el norte de África, Egipto incluido. De este último sitio se robó todos los tesoros antiguos que pudo transportar a Roma. Agradecemos al puñal Tu quoque Brute, Fili mi la oportuna desaparición de este otro gran asesino en paralelo. Imitando a Alejandro, se hizo consagrar en Egipto hijo de Amón. Instalado en Roma, César propaló él mismo su origen divino (la gloria endiosa) y creó un clero especial para celebrar el culto a César, dios vivo.
Napoleón siguió el mal ejemplo de Alejandro y César, enaltecidos hasta la histeria por los historiadores, y trató de superarlos. Si no es por Wellington, habría acabado con todos les enfants de la patrie, por que nada satisfacía el afán de gloria del enano emperador, con delirio de grandeza. El culto a su memoria comenzó en vida, divulgando él mismo sus victorias. Para alimentar su inmenso ego, impulsó la celebración de ceremonias en las que aparecía como el artífice de la época más gloriosa de Francia. Le jour de glorie est arrivé, le enseñaron a cantar al pueblo. Como premio eterno por todas las víctimas que causó, fue enterrado con grandes honores en los Inválidos, donde sus restos descansan en un lujoso mausoleo de granito rojo y reciben el homenaje diario de franceses y turistas.
Napoleón Bonaparte
El mal ejemplo se propagó hasta el siglo XX y así, Hitler, una de las peores alimañas que este mundo ha engendrado, quiso emular a los tres diamantes. Después de 40 millones de muertos y una Europa semidestruida, los aliados despertaron al psicópata de su sueño de hacerse coronar rey del mundo.
En un mundo civilizado, todavía lejano, es imperativo sacar de las enciclopedias a tantos reyezuelos y dictadores de opereta, a todos los conquistadores, sanguinarios y destructores, y a todos los que han promovido guerras religiosas. Alejandro, César y Napoleón, las tres “joyas”, pasarán a ser lo que fueron: destructores criminales de guerra, individuos peligrosos para la especie. Deberemos reunirlos en un solo grupo, al lado de otros asesinos en paralelo como Asurbanipal, Tiberio, Nerón, Calígula, Atila, Torquemada, el Papa Inocencio III, Pizarro, Iván el Terrible, Stalin, Truman, Amín Dadá, Pol Pot, Pinochet y George Bush Junior, entre otros, y señalarlos como enemigos de la humanidad.
Definitivamente, es necesario cambiar por completo los valores humanos y establecer nuevas jerarquías. En un mundo civilizado, la historia de los hombres tiene que contarse de una manera muy distinta.
Con la autorización de Legis.