Los universos paralelos de Alberto y Cristina
El Presidente apostó a los apoyos de su gira europea. Y estalló la interna por el debate sobre los “presos políticos”.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner gobiernan en universos paralelos. El Presidente transitó esta semana la órbita del capitalismo consolidado en las grandes democracias del hemisferio norte. Estuvo en Berlín con Angela Merkel y en París con Emmanuel Macron, ambos con sillón en el decisivo directorio ejecutivo del Fondo Monetario Internacional. Estuvo con Pedro Sánchez en Madrid y venía de reunirse con el Papa Francisco en el Vaticano. Su ministro de Economía, Martín Guzmán, también compartió en Roma seminario económico con el Pontífice, sentado junto a la jefa del FMI, Kristalina Georgieva, y a su mentor académico, el Premio Nobel Joseph Stiglitz. En todos esos encuentros, el eje principal fue la deuda de la Argentina. La misma deuda que agigantó hace cuatro décadas la última dictadura militar y a la que ningún presidente de la democracia restaurada en 1983 pudo hallarle una solución definitiva.
El otro satélite que experimentó el universo de Alberto fue el de Donald Trump. El presidente más poderoso del planeta recibió el jueves al embajador Jorge Argüello para aceptar sus cartas credenciales. Con el pecho inflado por su victoria aplastante en la interna republicana de Iowa (97% de los votos) y por el final del juicio político en su contra que apuró el Senado de EE.UU., Trump le dedicó ocho minutos al principal diplomático de un país impredecible que debe decidir en las próximas diez semanas si vuelve o no hundirse en el conocido fango del default.
“How is Argentina?”, le preguntó Trump a Argüello con una de sus sonrisas temibles y como si no supiera la respuesta. Hizo un gesto formal de apoyo a las dificultades argentinas pero no mencionó ninguno de los puntos conflictivos de la agenda bilateral. No hacía falta. Fernández, Guzmán, el canciller Felipe Solá y Argüello los conocen perfectamente. Cuba, las crisis políticas en Bolivia y en Nicaragua, y el laberinto de la decadencia en que se ha convertido Venezuela estarán en el corazón de la campaña electoral del presidente de EE.UU. a la reelección. Allí es donde tenderán a separarse los universos paralelos de Alberto y Cristina.
La física cuántica ha profundizado durante los dos últimos siglos en las teorías de los universos paralelos, pero no es mucho todavía lo que se conoce al respecto. Lovecraft en la literatura fantástica y Strangers Things en la era de las plataformas digitales han jugado también con la idea. Y todos se ilusionan con la existencia de agujeros negros que puedan conducir de uno hacia otro universo. El gran interrogante de este tiempo podría ser: ¿hay agujeros negros que puedan conectar el universo de Alberto con el de Cristina?
En los dos meses que lleva como presidente, Fernández intenta algunas aproximaciones que le den sustento a este experimento de coalición que es el Frente de Todos. Ha modificado mágicamente su opinión sobre la responsabilidad de Cristina en el Pacto con Irán y sobre las circunstancias que rodearon la muerte del fiscal Nisman. Hubiera priorizado las políticas de seguridad del massista Diego Gorgal pero eligió las de su ministra actual, Sabina Frederic, más vinculadas al garantismo K. Y, aunque lo niegue, hubiera preferido que dirigentes como Carlos Zannini, Aníbal Fernández o Martín Sabbatella no regresaran al poder en estos tiempos.
Esos son algunos de los agujeros negros que experimenta Alberto para acercarse a la dimensión de Cristina. A veces resulta pero a veces no. Es lo que sucedió a partir del jueves mientras el Presidente emprendía el regreso de su gira europea y de sus sonrisas con el rey Felipe VI y con los argentinos que viven la diáspora de las devaluaciones crónicas. Su jefe de Gabinete, el joven Santiago Cafiero, opinó en una entrevista que no había “presos políticos” en la Argentina sino que persisten algunas “detenciones arbitrarias”. Era la misma línea conceptual para un tema sensible que días atrás había inaugurado el propio Fernández.
El primero en cruzarlo fue Julio De Vido. Poderoso ministro de Planificación y el único que sobrevivió a las gestiones completas de Néstor y Cristina. Primero se despachó con dos tuits contra Cafiero (“¡cuánto déficit de formación política!”, lo provocó) y, en el mismo hilo, le pegó a Argüello, quien acababa de ser recibido por Trump. “¿Esa es la instrucción que recibió en la Casa Blanca?”, preguntó para arrojar sal en las heridas. De Vido, procesado en varias causas por corrupción en la obra pública y condenado por la tragedia de Once, es uno de los dirigentes a los que el kirchnerismo incluye en el listado reivindicatorio de “presos políticos”.
En la misma trinchera que abrió De Vido se metieron la histórica dirigente de Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), Nora Cortiñas, y el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, quien le recordó al nieto que su abuelo, Antonio Cafiero, había sido preso político de la dictadura militar. Los sectores más duros del kirchnerismo se arriesgan al sacrilegio de igualar la situación de los dirigentes políticos detenidos durante los años en los que regía el terrorismo de estado a los casos de De Vido, el del ex vicepresidente Amado Boudou o el de la activista Milagro Sala, condenados todos por casos de fraude al Estado o por corrupción lisa y llana. La intención es clara: crear un escenario propicio para presionar por la liberación de uno o de todos ellos.
Claro que la discusión en el circo beat de las redes sociales pasó a mayores cuando la que se involucró fue la ministra de Igualdad y Género, Elizabeth Gómez Alcorta. Formada en la escuela legal del CELS y defensora hasta hace unos meses de Milagro Sala, la funcionaria salió públicamente a atacar a Cafiero, que es su jefe directo en la burocracia del Gobierno. El viernes, apenas llegado de París, Alberto Fernández dispuso un operativo de enfriamiento para ponerle un límite a la batalla interna e inesperada. “Que entienda que cuando le pega a Santiago me está pegando a mí”, se fastidió el Presidente. El encargado de expresar el malestar fue Felipe Solá, quien cruzó a Gómez Alcorta con una frase elegante para el estilo áspero del Canciller. “Lo de la ministra hace ruido”, avisó. Algunas horas después, De Vido interrumpió la siesta del sábado para recordarle a Solá que los asesinatos de los piqueteros Kosteki y Santillán fueron durante su mandato como gobernador. No hay vacaciones de verano para la interna del peronismo.
La exageración de los “presos políticos” del kirchnerismo es otro de los agujeros negros que separan el universo de Alberto y el de Cristina. El primero en transitarla había sido el ministro del Interior, Eduardo De Pedro. Hijo de desaparecidos, opinó hace dos semanas en forma diferente a la que lo hizo el Presidente. “Wado”, como lo llaman, constituye junto a Máximo Kirchner la dupla política que interconecta los dos universos paralelos del peronismo. La actitud que ellos dos asuman para casos como éstos en el futuro definirá buena parte del éxito o del fracaso del Frente de Todos.
El miércoles será un día importante para el Gobierno. El ministro Guzmán comenzará a mostrar en el Congreso la ecuación fiscal con la que se pretende respaldar el plan para renegociar la deuda con el FMI y con los acreedores privados. Por eso, eran indispensables los pequeños gestos recogidos en Europa y en Estados Unidos para fortalecer la estrategia oficial. Pero las cosas no son fáciles en el universo de Alberto. Los caprichos financieros y erráticos de Axel Kicillof. Las definiciones económicas de Cristina, pidiendo una quita en la deuda al presentar su libro delante de Miguel Díaz-Canel, el presidente del régimen que gobierna Cuba desde hace seis décadas. Y la sorpresiva contienda del fin de semana por el estatus de los “presos políticos”. Mensajes inconfundibles desde el universo de la vicepresidenta que anticipan las dificultades que tendrá el Presidente si intenta jugar para siempre al equilibrista.