Los usos de Dios
En La Guerra del fin del mundo, Mario Vargas Llosa recrea la saga cruenta y santa de la sublevación de Canudos en el Estado de Bahía, en el nordeste brasileño, dirigida por un personaje poseído religiosamente, Antonio Miguel Mendes Maciel, a quienes sus seguidores apodaban con fervor Antonio el Consejero. En nombre de Dios desató una revuelta en contra de los aspavientos secularizadores de la República que recién se instalaba, y de paso llevó a cabo una cruzada igualitaria entre los pobladores del sertón, en base a promesas de vida eterna y cilicios sangrientos que garantizaran que la mortificación de la carne y la penitencia los alejara del lodazal del más acá y les otorgara un billete para la zona VIP del más allá. En la visión delirante del líder de la revuelta –que al fin y al cabo no era más que un levantamiento justiciero en contra de los dueños de la tierra– se consideraba a sí mismo como un profeta privilegiado por una comunicación divina directa que le daba derecho a tomar la justicia en sus propias manos.
La rebelión de los Cristeros en México, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, se extendió de 1926 a 1929 y enfrentó a unas milicias de laicos, monaguillos, párrocos y otros clérigos católicos –y más de un iluminado– con el ejército mexicano, a raíz de la implementación de la llamada Ley Calles que pretendía impedir el libre culto y reducir la presencia religiosa al interior de los muros de las iglesias y los conventos. En su celo secularizador los caudillos revolucionarios llegaron a crear una Iglesia Católica Mexicana con el motivo expreso que rompiera con el Vaticano y asegurara su filiación corporativa con el Estado. Detrás de los Cristeros estaba también la mano de los terratenientes que confundían adrede el derecho a profesar la fe católica –o cualquier otra si a bien vamos– con sus privilegios que incluían, junto a la tierra que poseían, la servidumbre feudal de los campesinos que los hacían inmensamente prósperos. El pendón de la Virgen de Guadalupe fue vapuleado de todos lados y se manchó con la sangre de miles de mexicanos.
Desde los astilleros Lenin, en el puerto de Danzk, el obrero Lech Walesa, fundó un sindicato libre y lanzó una revolución contra el comunismo en Polonia que contó con la bendición de su coterráneo, Karol Józef Wojtyla, para entonces conocido como Juan Pablo II, el Papa cuyo apostolado ayudó a dinamitar el totalitarismo soviético en Europa del Este. De las puertas del astillero en Danzk partían las procesiones entre rezos, crucifijos y consignas que clamaban por libertad y democracia. Una vez logrado el objetivo, los ateos y creyentes que cohabitaban en el movimiento Solidaridad partieron aguas cada uno por su lado.
Los oficiantes del socialismo del siglo XXI han pretendido durante los últimos 15 años cubrirse con un manto de fe cristiana con el ánimo de manipular la vocación religiosa de los sectores populares. Para ello han recurrido a fomentar una «iglesia» independiente y a fustigar la Iglesia Católica, Apostólica y Romana llamando a sus prelados, entre otras cosas, «diablos con sotanas» tal como gustaba hacer su difunto fundador.
El Padre Nuestro reestructurado que una militante del chavismo recitó, es un ensayo más de quienes gobiernan para recurrir a las fuerzas divinas y tratar de tapar el mundano desastre que su impericia ha causado en el país. Es parte de la comedia que un día reclama facultades ornitológicas para hablar con las aves y otros atributos de médium para comunicarse con los fallecidos. Uno se daría por satisfecho con los dioses de sus ancestros si les otorgaran al menos una chispa de sentido común para manejar la economía como el que tienen la mayoría de sus pares en la región.
Quizás valdría la pena considerar darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios como se recomienda en Lucas 20:25, y guardar la fe religiosa para el fuero íntimo de los creyentes en su comunión con el Dios de sus creencias. El exhibicionismo desaforado de los símbolos religiosos en las manifestaciones de orden político tiene más de superstición que de espiritualidad trascendente. Fidel Castro bajó de la montaña exhibiendo un crucifijo en el pecho para luego comenzar el proceso de catequización marxista-leninista de Cuba. Los usos de Dios pueden ser muy terrenales.