EntrevistasPeriodismoPolítica

Lucía Méndez: «Soy una observadora de las patologías del poder»

Lucía Méndez (Palacios de Sanabria, Zamora, 1960) creció en una pequeña aldea zamorana y dice que nunca tuvo otra vocación que no fuera la del periodismo, un sueño que persiguió con tesón. Estudió en la Universidad Complutense de Madrid y tuvo a Pedro J. Ramírez como jefe y maestro, y con él se fue de Diario 16 para poner en marcha el diario El Mundo. Tres décadas después —con solo un breve periodo en las entrañas del Gobierno— sigue a bordo del mismo barco, remando contra viento y marea, convertida en referente de la crónica política y la profesión periodística. Durante algo más de dos horas, Lucía Méndez habla largo y tendido sobre su carrera, presume de independencia y no pierde la sonrisa ni rehúye ningún tema. Confiesa la periodista que, a estas alturas, si en algo es experta es «en las patologías del poder».

 

Naciste en una aldea de Zamora y siempre dices que eres periodista gracias al esfuerzo de tus padres. Quiero que recordemos eso, porque durante mucho tiempo ha habido una generación de gente que se avergonzaba de venir de los pueblos.

Creo que todos nos avergonzábamos de venir de los pueblos. Hay una evolución vital en las personas que, como yo, nacimos en, como dice el director de Lo que arde, la Edad Media, y hemos atravesado muchos siglos en solo treinta o cuarenta años. Hay un punto de vergüenza, efectivamente. Vergüenza de la ignorancia, de la miseria. Cuando uno llega a la adolescencia o a la juventud y eres la única persona de tu familia que ha llegado a la universidad, los libros te han redimido de eso que tú considerabas una vida de miseria y te avergüenzas de tus orígenes. Llegas a decir: «Yo no soy de aquí, soy una persona culta, con carrera, con trabajo, me he leído muchos libros», y en el pueblo donde yo nací, había una especie de antropología bárbara, como se refleja en las películas de las tragedias de los pueblos. Si habéis visto Lo que arde, es un poco el pueblo donde yo nací. Una aldea de Sanabria, de la montaña, que tiene más que ver con Galicia que con donde administrativamente está enclavada, que es Zamora, es decir, Castilla. Pero luego, cuando el tiempo pasa… Eso lo han escrito en bastantes libros con esto de la España vacía, que ahora es una gran inspiración para la creación literaria y cinematográfica.

La España vacía también la describió Delibes.

Claro, lo que pasa es que Delibes vivía allí, y los que escriben de esto no viven allí, normalmente. Cuando me dieron el Premio Josefina Carabias, que seguramente es lo más cerca de un Óscar que voy a estar en mi vida, en mi discurso de agradecimiento en el Congreso empecé hablando de El camino de Delibes, de Daniel el Mochuelo, cuando en ese comienzo de la novela él se va a dormir sabiendo que a la mañana siguiente va a coger el autobús y se va a ir a Valladolid a estudiar interno. Con diez años viene a recordar cómo de plácida era su vida en el pueblo, y en realidad se viene a preguntar por qué se va de allí, si allí está contento subiéndose a los árboles, con las ranas, los animales, el campo y los amigos. Y su madre y su padre le dicen exactamente lo mismo que a mí me decían los míos: «Tú a estudiar, que para ser alguien hay que estudiar», como si ellos no fueran nadie. Viene a darte una idea de qué mentalidad de abandono había en aquellos sitios. Cuando la gente habla de lo bonita que es la naturaleza, ahora que hay un regreso a ella y la cosa esta pastoral y bucólica, yo siempre digo que está muy bien, pero tendrían que haber estado conmigo cuando yo nací y crecí en aquella naturaleza, la naturaleza totalmente salvaje, la naturaleza sin más. No es lo mismo un paisaje visto por alguien que ha vivido toda la vida en una ciudad y que va allí el fin de semana a descansar que un paisaje visto por una persona que ha nacido en ese ecosistema y se ha criado allí. No obstante, cuando avanza el tiempo y te haces mayor, descubres que sí eres de allí, que las fantasías que tenías de adolescente en las que renunciabas a todo lo que habías sido eran un error. El pueblo está allí y sigues siendo de allí, aunque hayas atravesado treinta años, vivas en otro ambiente y tu forma de vida haya cambiado absolutamente. Cuando voy al pueblo, donde tengo una casa, y me entero de que, por ejemplo, en un pueblo de al lado ya no hay nadie, me da que pensar. Eres de un sitio que ya no existe. Literalmente. Cuando naciste existió, pero ahora ya no existe como tal, como lugar de vida. Y es un poco desasosegante.

¿En qué momento deja una de avergonzarse?

Creo que cuando tienes hijos. En ese momento que pasas a ser madre entiendes mejor a tu madre, y comprendes y te identificas y te vuelves a reunir con ella como cuando naciste. No es cosa de un día, pero lo que recuerdo vitalmente es que cuando tuve hijos de pronto me convertí en una madre más. Y entendí por qué mi madre me decía esas cosas, por qué me mandó fuera, por qué insistió en que no quería esa vida para mí…, y por tanto, tus padres adquieren entonces una grandeza, se hacen como una estatua.

¿Crees que hiciste lo que tus padres no pudieron hacer?

Sin duda. Eso ha sido una de las cosas que me han marcado vital y profesionalmente.

En una profesión de tanto ego como es el periodismo, ¿le ayudan esos orígenes a uno a tener los pies en la tierra?

Soy una convencida de que la evolución de las personas en lo profesional y lo personal depende siempre de dónde vengas, de cuál es tu educación y tu familia y de cómo te hayas socializado. Y que no es lo mismo tener que habértelo currado como yo, estudiando con beca, viniendo a Madrid con una economía de supervivencia, literalmente, haber tenido que aprobar para que te dieran la beca… Eso supone una mentalidad de esfuerzo personal que los que, por fortuna, lo han tenido más fácil no tienen. Este afán de superación no es el mismo en una familia pudiente con apellidos de periodistas, banqueros, empresarios o escritores que para alguien que tiene que ingresar en un mundo que no conoce y en el que no tiene ningún tipo de ayuda y donde dependes de ti misma. Y más siendo una mujer. Y sobre todo, que hay personas a las que llegar a determinado nivel profesional les cuesta menos que a otras. No creo que nos haga superiores o a los demás inferiores, simplemente es distinto. No tiene nada que ver.

Estudiaste en la Complutense. ¿Qué recuerdas de tu llegada a Madrid y cómo era la facultad en aquellos años?

Llegué a Madrid cuando ya se había aprobado la Constitución, en el momento en el que España estaba girándose hacia el PSOE en vísperas de la victoria electoral de 1982. La universidad ya no era ese lugar de protesta. La manifestación que recuerdo fue la del golpe de Estado, ya no era la España de la Transición. Ya había libertades. En esos años, la facultad todavía no tenía mucha edad, era una facultad relativamente nueva, por tanto, estaba consolidándose. Por supuesto, no tenían nada que ver los planes de estudio con los de ahora. Diría que casi todas las asignaturas han cambiado. Tuve que socializarme en la universidad porque vine a Madrid sin conocer a nadie. Como a Daniel el Mochuelo, me echaron ahí, igual que a los nueve años me echaron sola al colegio de Zamora. Naturalmente, tuve que buscarme un entorno social y personal en la facultad. Entonces había mucha más vida universitaria, las clases no eran solo una clase a la que ibas con un profesor, sino que la pandilla que tenías para salir era la de tu clase. En mi caso no tenía más remedio, pero creo que era así, había mucha más vida en las facultades: exposiciones, conferencias…, cosas así. La vida universitaria era más intensa. Pero ya no era la efervescencia política de la Transición.

 

 

En Jot Down le hicimos una entrevista a Soledad Gallego-Díaz, la actual directora del diario El País, y dijo que para ser periodista no hacía falta estudiar Periodismo. ¿Compartes esa afirmación?

Absolutamente. Para ser periodista no hace falta estudiar Periodismo, pero sí hace falta estudiar. Los periodistas sabemos que el periodismo es un oficio que exige unos conocimientos previos de esto que se llamaba cultura general, que ahora ya no existe. Parecía una bobada, pero ahora se nota mucho que no hay. Tienes que tener unos conocimientos de historia, economía, literatura, política internacional, relaciones internacionales… Es que no puedes ser periodista sin unos conocimientos muy potentes en materia de humanidades, porque el periodismo es una profesión de humanidades.

¿Por qué dices que ahora no existe?

A la vista está. Cualquier persona sabe que la cultura general consiste en unos ciertos conocimientos básicos, unas lecturas básicas…, lo que se llamaba Reader’s Digest. Esas nociones que antes facilitaba la enseñanza pública, los institutos e incluso la universidad, ahora mismo no se facilitan. Hay un libro de un excatedrático de literatura comparada, Jordi Llovet, un hombre muy prestigioso y erudito, que se llama Adiós a la universidad, en el que cuenta su experiencia en la universidad (la dejó porque le echaron, consideraron que la cátedra de Literatura Comparada era innecesaria), y dice que los chicos pueden hacer toda una carrera de Literatura Comparada sin leerse un libro. Esto lo dice él. Y que llegan a la facultad sin saber quién es Goethe. Y algunos, ni siquiera quién es Shakespeare. Él no echa la culpa a las personas, se la echa al sistema educativo. Lo que hace en ese libro es, partiendo de su experiencia, una enmienda a la totalidad de cómo funcionan la enseñanza secundaria y la universidad.

Hay la sensación de que ese modelo de educación pública para todos es el que instauró José María Maravall, y me estás diciendo que es anterior.

Absolutamente, igual es algo disruptivo, como dicen los cursis, pero yo hablo de mi experiencia. Es inverosímil que, de donde yo nací, ahora esté hablando contigo en este hotel de la Gran Vía de Madrid. Es un viaje que casi solo se ha podido hacer en la España de los últimos cuarenta años. Bueno, Felipe González dice que en Singapur y en esos sitios también ha habido un desarrollo. Aquí hubo una reforma educativa en 1970, todavía vivía Franco. Y un ministro franquista que se llamó Villar Palasí. Esa reforma educativa, que fue la que creó la EGB, el BUP y el COU, hizo que miles de personas como yo llegaran a la universidad. Miles de personas, porque la demografía también ayudó, porque somos del baby boom de los años sesenta, el desarrollo del país creó todo eso. Pero en ese momento, finales del franquismo, el ascensor social funcionaba mejor que ahora. Y esto te lo digo yo porque esta es mi experiencia. Y porque ahora veo que la gente que nace donde yo he nacido, o que nace en las barriadas del extrarradio de las grandes ciudades o en los barrios de las ciudades pequeñas, tiene muchas más dificultades que yo para, a través de la enseñanza pública, labrarse un futuro más próspero que el de su familia. Y eso está en todos los estudios. En todas las investigaciones se habla de la relación directa que ahora mismo tiene la familia donde has nacido con tu futuro laboral y profesional. Si este hubiera sido el caso nuestro, yo sería la hermana de Benedicto, la de Lo que arde. Seguiría en aquel pueblo con las vacas.

¿Cuál fue tu primer trabajo de periodista?

La primera vez que pisé una redacción fue la en El Correo de Zamora, que fui en verano cuando aún estaba estudiando para hacer unas prácticas. Aprendí muchísimo, porque hice reportajes de ámbito local, residencias de ancianos, la droga en los barrios… En la prensa local se aprende mucho.

¿Y el primer contrato como periodista?

Me lo hicieron en la radio, en Radio Zamora de la SER, después de tener allí una beca de un año entero. Era una especie de máster pero que te pagaban, tenía una dotación. Estabas un año aprendiendo radio y luego te mandaban a alguna emisora. A mí me mandaron a Radio Bilbao, que es uno de los sitios donde más he aprendido de periodismo en mi vida.

¿En qué año fue lo de Radio Bilbao?

El verano que mataron a Yoyes, verano de 1986.

Tu primer trabajo en un periódico nacional fue en Diario 16.

Cuando la gente preguntaba cómo había llegado yo a trabajar allí, algunas personas me llamaban Cenicienta, porque llegué de una manera muy de película. Estaba en Zamora y en 1987 hubo un escándalo de corrupción, el «caso Zamora». Unos cuantos empresarios de la construcción compraron, entre comillas, a un diputado provincial del PSOE para que hiciera presidente al candidato del PP.

El tamayazo de Zamora.

El tamayazo auténtico, porque ni siquiera hubo elecciones. Llegó el día de las elecciones, iba a ganar el del PSOE, con el PSOE y el CDS para gobernar la diputación, y ese día un voto lo cambió. En Radio Zamora lo investigamos y, para mi sorpresa, la noticia, que era un notición, no salió en ningún medio nacional, en ningún periódico. Me pareció raro, así que llamé a Diario 16. A El País no llamé porque me pareció un poco… [risas] En Diario 16 contacté con la centralita, me presenté, expliqué lo que había pasado y me pusieron con el jefe de Nacional, posteriormente director adjunto de El MundoJorge Fernández, la primera persona con la que hablé, y luego con Fernando Baeta, y le expliqué lo que había pasado. Y me dijo que lo escribiera y se lo mandara. Lo escribí y se lo mandé, y al día siguiente lo publicaron en primera página. Una llamada. Y al día siguiente salió en El País. Y al día siguiente de eso recibí una llamada, y me dijo: «Soy Sagrario, la secretaria de don Juan Tomás de Salas», «¿Perdón?», «Que el señor De Salas quiere verte». El señor De Salas era el presidente del Grupo 16, ni siquiera era el director del periódico. Me citó en su despacho en García Noblejas, y yo llamé al periódico, a Diario 16, hablé con Baeta y le dije que le llamaba porque me había llamado la secretaria de Juan Tomás de Salas para citarme, y me dijo que eso era rarísimo [risas]. Pensé que quizá era una broma. Pero no lo era, vine a ver a Juan Tomás de Salas, me preguntó qué hacía en Zamora con lo bien que escribía, y que él había consultado con los abogados y lo que yo había escrito era inatacable. Me dijo que me quería trabajando en Diario 16, que ya hablaría él con Pedro J. Que cuando acabara mi contrato en la radio fuera hacia allí y me harían un contrato. Fue una especie de cuento de hadas. Y, efectivamente, fui a Diario 16 a hablar con Pedro J., que ni me miró. Ni me miró y me dijo que saliera ahí. Entonces estaban Antonio RomeroJuan Carlos Laviana y Nieves Concostrina en Madrid. Que saliera ahí y me dijeran lo que tenía que hacer. Yo, acojonada, salí a la redacción, y me puse a hacer reportajes en Madrid, que es a lo que me pusieron, con un contrato de auxiliar de redacción: el cementerio, los conciertos, la droga, bares, las huelgas, política con Leguina y Barranco… Al cabo de seis meses, cuando yo ya estaba trabajando y me había hecho mis amistades en Diario 16 y me había socializado, Pedro J. me llamó a su despacho y me dijo que en su momento él no había querido contratarme porque le parecía un disparate, que qué iba a hacer él con una de Zamora con la cantidad de necesidades que tenía el periódico, que Juan Tomás estaba loco, pero que me consideraba una gran periodista y que partir de septiembre me iba a mandar al Congreso a hacer información política con contrato fijo.

Eso habla bien de Pedro J.

Es que tengo que hablar bien, a estas alturas nunca podría hablar mal de él. Es mi jefe y quien me ha enseñado todo lo que sé, le debo agradecimiento y lealtad. Sin él no estaría aquí hablando contigo ni podría haber criado a mis hijos como los he criado ni haber tenido una vida confortable como la que tengo.

 

 

 

 

¿Cómo fue el aterrizaje de la zamorana en el Congreso?

Del pueblo al colegio de monjas, después a la facultad, después Diario 16 y después el Congreso. El día del premio conté que mi primer día en el Congreso, que debió de ser en 1988 o así, todavía estaba la sala de prensa antigua y yo llegué sin conocer a nadie. ¿Qué será de mí aquí, lejos de casa? Vi un cartel en un tablón de anuncios de la sala de prensa que decía que esperaban a Anabel [Díez] en el Txoko para comer. Pensé que cuándo iba a llegar yo a que alguien me dijera que me esperaba para comer. Ese detalle fue de esos que se te quedan grabados, pero empecé y fui aprendiendo como los niños, que te caes, te levantas, te equivocas, aciertas… En aquel entonces, había pocas periodistas allí y los políticos tenían una especie de talante paternal.

Qué graciosa, la chica, ¿no?

Era en la política y en los periódicos. De alguna manera, lo que hice en ese mundo es comportarme como un hombre, un compañero más. En el periódico y en todos sitios: decir tacos, aparentar fortaleza, no permitir que anduvieran con chistecitos o bromitas verdes…

Cuando entrevisté a la fotoperiodista Marisa Flórez, una de las más destacadas de la Transición, me dijo exactamente lo mismo.

Claro, es que es así. Es que no tenías más remedio. Primero, en un momento dado, yo era la única mujer que había en la sección de Nacional del diario. Alguna vez pudo pasar por allí otra, pero éramos minoría. En el Congreso estaban más acostumbrados, porque había una generación de mujeres periodistas de la Transición, pero eran ya muy respetadas, ya no eran mujeres que estuvieran empezando, eran gente consolidada. Y además, no te das cuenta hasta después.

Lo interiorizas.

No me he dado cuenta hasta hace dos años, cuando pasó todo esto de las mujeres, que me preguntaron y tuve que preguntarme a mí misma y analizarme en aquel momento. Recordé que, efectivamente, lo que yo hice es comportarme de manera similar a los hombres para que me respetaran, porque no encontré otra manera. Si hubiera encontrado otra manera de que me respetaran lo habría hecho, pero eran otros tiempos. Tampoco quiero ir mucho de víctima, porque no me gusta, pero esto era una realidad. Más que discriminar, la idea era que a las chicas jóvenes que llegábamos allí nos trataban como si fueran nuestros padres o nuestros tíos.

En los ochenta gobernaba el PSOE. ¿Cómo era la relación con los políticos?

Nada que ver con ahora. En aquel momento, a los políticos todavía se les respetaba por parte de los ciudadanos, los medios y los periodistas. Cuando llegué, Felipe González todavía era Dios, todavía el PSOE gobernaba con mayoría absoluta, todavía el PP no era alternativa de gobierno, y por tanto, era un Congreso completamente distinto al que hay ahora. Eso de ponerle una grabadora en la boca al presidente o al vicepresidente era como profanar el lienzo divino. Era algo que no se podía hacer porque importunabas. El Gobierno tenía un respeto reverencial por parte de la prensa y los periodistas en el Congreso. Eso de abordarlos en el pasillo…, de ninguna manera. Esto empezó un poco con el «caso Guerra», que ya le ponían el micrófono a Alfonso Guerra, pero también con cuidado, porque no era fácil. Daba un poco de miedo, de temor reverencial. Esto, en términos generales, era así.

¿Cómo fue poner el proyecto de El Mundo en marcha?

Fue muy emocionante. Solo fue posible porque había una generación de periodistas con un líder, que era Pedro J. Ramírez, y con otros líderes más pequeños, que eran todas las personas que en ese momento nos fuimos a trabajar al periódico. Yo era de los más jóvenes de la redacción. Fue un glorioso comienzo. En ese momento, no solo éramos periodistas; en ese momento, el periodismo para nosotros era la vida, no había vida fuera de él. Éramos muy jóvenes, ni siquiera teníamos la certeza de que aquello fuera a triunfar, era una aventura. De hecho, durante varios años no estuvo claro que fuera a tener viabilidad. La financiación era muy débil, y tuvimos grandes éxitos periodísticos, el primero de los cuales fue una querella que nos puso el fiscal general del Estado por una información sobre Felipe González y Alfonso Guerra, que el juez ni siquiera admitió a trámite y le costó la dimisión al fiscal general del Estado, Leopoldo Torres. Cosas como estas fueron las que nos situaron en el mercado como un periódico atrevido, disruptivo, plural, pujante, cañero, denunciador de la corrupción y los abusos del poder… Teníamos lo que ahora se llama «un relato periodístico» muy brillante y atractivo. Entre eso y que éramos jóvenes y teníamos muchas ganas y entusiasmo por que aquello funcionara…, ese fue el cóctel.

El País quedó como el periódico del Gobierno.

Del establishment, más bien, del régimen.

Hacéis una oposición muy dura y sacáis las grandes exclusivas sobre el GAL. No sé cómo se vivió aquello, porque intuyo que debió de ser muy difícil, sobre todo en el caso de Pedro J. Ramírez, cuando el ataque llegó a ser algo personal y se traspasaron líneas. Las presiones tuvieron que ser escandalosas.

Era muy complicado, sobre todo para los que hacíamos información política. De hecho, siempre me acuerdo del día que Felipe González anunció la querella contra el periódico en el pasillo del Congreso, y Felipe no hablaba casi nunca. Salió y yo me puse al final, y con el respeto reverencial que todo el mundo tenía hacia el presidente, había una expectación tremenda. Con un gesto de cabreo tremendo, dijo que había dado instrucciones al fiscal general del Estado para que presentara una querella…, y yo me iba haciendo pequeña, pequeña…, que no me vea, que no sepa que trabajo en El Mundo, por favor. Todavía no me conocían mucho. Luego, mis compañeros y yo tuvimos grandes tensiones y grandes debates y enfados por parte de los ministros y los dirigentes del PSOE en los pasillos. Era un nivel de tensión muy grande, pero éramos jóvenes, y además, estábamos imbuidos de un espíritu de denuncia, que era lo que nos mantenía vivos y los que nos permitía seguir trabajando, a pesar de que el PSOE tenía una gran hostilidad. Pero siempre me recuerda Rosa Conde, cuando la veo, que yo venga a preguntar. Y Rubalcaba también lo decía. Creo que, bajo la dirección de Pedro J., la idea que teníamos era crecernos siempre en el combate, nunca desfallecer. Y aunque era incómodo, también él, siempre, con esa capacidad para abarcarlo todo que le caracteriza, nos decía que le echáramos la culpa a él. Que, si tenía que hablar mal de él con la fuente, lo hiciera.

 

 

Se difundió un vídeo de contenido sexual del director de El Mundo. Entre los condenados estuvo el exgobernador civil de Guipúzcoa, José Ramón Goñi Tirapu.

Correcto. Pedro J. es la única persona del mundo, que yo conozca, que es capaz de sobrevivir a una muerte civil. Y capaz de resucitar del más allá. Y capaz de plantar cara al enemigo, a pesar de estar semimuerto desde un punto de vista civil. Y a pesar de saber que tiene todos los ojos puestos en él, a pesar de saber que todo el mundo ha visto las imágenes de su intimidad. A pesar de todo, fue al juzgado y buscó la justicia en los tribunales, con un coste personal tan grande que durante el juicio tuvo que ver las imágenes del vídeo. Y él lo hizo y consiguió que condenaran a los autores. Cualquier otra persona se habría metido en la cama o se habría ido a Panamá. Pero él es así de fuerte. Es una persona muy segura de sí misma y, además, con una gran labor profesional detrás y una gran autoestima. Es muy difícil que acaben con su autoestima, porque tiene el liderazgo profesional, ha creado periodistas y figuras que ahora mismo son muy famosas. Hace menos de una semana se ha muerto David Gistau, pero te puedo citar a muchísima gente que ahora está en la élite del periodismo, en la aristocracia del periodismo español, a las que Pedro J. dio visibilidad y convirtió en figuras del periodismo. El Mundo era una redacción hace siete años en la que había periodistas, una redacción brillante y potente, en la que había todos los perfiles de periodista y que hacía dos productos: El Mundo en papel y elmundo.es. Ahora, esa misma redacción, las mismas personas, que nos han ido abandonando en sucesivos ERE que ha habido en los últimos seis años, hace cinco productos: El Mundo en papel, elmundo.es, El IndependienteEl Español y OK Diario. Todos esos medios han salido de la redacción de El Mundo. Y en otros sitios, como en El Confidencial, por ejemplo, o en El País, hay personas ocupando puestos de mucha visibilidad y relevancia que han salido de la redacción de El Mundo. Subdirectores, directores adjuntos… Eso quiere decir que la redacción de El Mundo ha sido una cantera impresionante de periodistas, y quien lideraba esa redacción, creó y gestionó el periódico de forma personal durante veinticinco años fue Pedro J. Esto es un hecho.

¿Cómo alguien abandona un proyecto tan atractivo para irse a la secretaría de Estado de Comunicación?

Yo también me lo pregunto.

En 1996 te enrolaste en aquella aventura, durante el primer gobierno de José María Aznar.

A mí lo que me llevó a aceptar e irme a la secretaría de Estado y trabajar en el gabinete de comunicación del gobierno del PP presidido por José María Aznar, que todavía no era…, o sea, fue el comienzo de Aznar, era otro Aznar. Lo que me llevó a aceptar ese puesto fue, estrictamente y en exclusiva, la curiosidad periodística de saber cómo funcionaba el poder por dentro, qué pasaba en las entrañas de la bestia. Esto lo he interiorizado luego. Cuando me lo ofrecieron, me pareció una oportunidad para conocer por dentro un mundo que yo conocía desde fuera. Tampoco me disgustaba conocer el Gobierno, la administración. Era un mundo desconocido para mí. Pero me di cuenta bastante pronto de que aquel no era mi sitio. Soy muy periodista, y nunca he querido dejar de serlo, con mis propios criterios. Tampoco es que me haya ido mal, la verdad. He conseguido de alguna manera defender mi criterio y mi autonomía. Aquel no es un puesto para alguien como yo, y simplemente estuve dos años y me volví al periódico. Es muy sencillo de explicar: me fui allí creyendo que las cosas eran de una manera distinta, y por tanto, entendí que mi vocación periodística era mucho más potente que las ganas de trabajar en la propaganda política del Gobierno.

Aprendí muchas cosas sin las cuales yo no sería lo que soy ni hubiera tenido la capacidad de analizar la política de determinada manera, porque me fui de allí con unos conocimientos personales y profesionales que mis compañeros periodistas no tienen. Esto me ayudó para mi profesión periodística y, por supuesto, para entender la política. Todavía me sigue ayudando. Las personas que me comentan mi trabajo y cuando me dan los premios hablan de la forma distinta en la que yo analizo la política. También me explayo en la personalidad de los políticos, intento entenderles, comprender por qué hacen lo que hacen, no soy excesivamente doctrinaria en el sentido de que me puedo situar en la piel de casi todos para entenderles, y eso lo aprendí allí. Y también aprendí allí cómo se toman las decisiones y cómo funciona el poder. En realidad, básicamente, desde que Pedro J. me puso a hacer política, tanto fuera del periódico como en el propio periódico, que también es un ecosistema del poder, soy una observadora de las patologías del poder. Desde mi puesto de periodista, en la política y en el periodismo. Esto se me da bien.

¿Cómo era trabajar con Miguel Ángel Rodríguez?

Estamos hablando de otras personas, no de los de ahora. Yo he conocido a muchas personas que han ido entrando y saliendo de mi vida profesional y personal y que han ido abandonando el mundo; yo estoy en el mismo sitio y los demás se han ido moviendo. Miguel Ángel Rodríguez fue la persona que, como jefe de prensa de Aznar, le acompañó, y digamos que fue el Iván Redondo del viaje al centro de Aznar. Ahora todos somos otra cosa, pero en aquel momento, Miguel Ángel Rodríguez era incluso más poderoso que Iván Redondo, porque Aznar tenía una confianza absoluta en él, y porque él tenía una relación con los periodistas muy buena, con toda una generación de periodistas que hicimos información del PP de 1990 a 1996. Esos periodistas te dirán que era una persona que cuidaba de la imagen de Aznar, que modernizó la imagen de la derecha, iluminó los escenarios del partido, cambió el tapete verde de las ruedas de prensa de Alianza Popular y de Fraga por una mesa moderna… En aquel momento, era muy joven y brillante, para bien y también para mal. Al mismo tiempo que tenía muchas ideas buenas, pues alguna no era tan buena. Lo mismo que les pasa ahora a los gurús.

De alguna manera, fue un precursor de lo que se llama «crear un relato», hacer un liderazgo, convertir a una persona como Aznar —que, al fin y al cabo, no era alguien muy sociable, carismático ni simpático— en una persona respetada, votada, que ganara las elecciones frente a un monstruo de carisma como era Felipe González. La diferencia política era muy grande. Aznar tuvo que hacer un gran esfuerzo, porque Felipe González ha sido el presidente más grande que ha tenido este país en los últimos cuarenta años, así que combatirle era muy difícil, y con Aznar, que no era precisamente un dechado de carisma, aún más difícil. Y Miguel Ángel Rodríguez lo consiguió, hizo ver a una persona seria, austera y fiable de tal manera que ganó las elecciones dos veces, en 1996 y en 2000. Luego, una vez en el Gobierno, pues distintos avatares que serían muy prolijos de contar hicieron que Miguel Ángel Rodríguez tuviera que irse de la portavocía del Gobierno, porque él era la persona para los tiempos de guerra, pero quizá no era la persona para los tiempos de paz. Quizá no todo el mundo vale para lo mismo. No es lo mismo estar en la oposición que en el Gobierno. Hubo dificultad de encaje y tuvo que dejarlo, dicho lo cual, si me preguntan por mi experiencia en la Moncloa, digo que bien. Me di cuenta y me volví al periódico, estuve dos años sin escribir con mi nombre, hice una travesía del desierto cuando volví, o sea, que a mí no me importó, porque quería ser periodista y tenía mi periódico.

Dices que el Aznar de 1996 era uno distinto al de ahora.

Te voy a decir lo que yo conocí. A lo mejor es un poco naif para la gente de ahora, pero tengo que ser honesta conmigo misma. El Aznar de aquella época no era todavía un líder político, en el sentido de que los ciudadanos aún no le respetaban como tal, más bien se lo tomaban un poco a cachondeo. Era una persona honrada, austera, no era muy simpático, no hablaba mucho, pero era fiable, leal. Y serio, con un estilo castellano muy reconcentrado. Era amante de su familia, muy familiar, bastante respetuoso con la vida y la moralidad de los demás, y con una idea obsesiva en su trayectoria política, que es hacer del Partido Popular un partido de centro, y reunificar el centro-derecha. José María Aznar no hablaba nunca en sus discursos de la derecha, era centrista-liberal, de centroderecha. Es más, en el discurso del congreso de Sevilla, Aznar dijo dos cosas: no podemos trabajar para España sin ensanchar nuestra base social hacia el centro y hay que descentralizar y dar competencias a las autonomías. Está en las hemerotecas, de verdad. Si es mentira que alguien me lo diga, yo estaba allí.

Por tanto, yo no tengo que hablar de la diferencia que hay, si te cuento esto, todo el mundo va a saber cuál es la diferencia con este Aznar. Además, en el caso de Aznar, entiendo a la persona, no entiendo al político ni lo comparto. Él salió del Gobierno con 192 muertos en atentados, y yo sé, porque yo estaba en el Gobierno, que los presidentes del Gobierno y los ministros de Interior de alguna manera siempre se consideran un poco responsables de las muertes de los atentados. Cuando le dan la bandera a la viuda, a la madre o al padre, los miran y se sienten interpelados. Por tanto, desde el punto de vista personal, la salida del Gobierno de Aznar —por supuesto, no voy a orillar sus errores, están en la historia, eso no hace falta ni glosarlo— fue muy traumática, personal y emocionalmente muy difícil de asumir, muy complicada. Luego, además, sus planes no salieron como él esperaba, porque él esperaba que el PP ganara las elecciones, que su sucesor se hiciera cargo…, y eso no sucedió. Además, se convirtió en una especie de personaje trágico que sufre y se le nota. Es una persona que se presenta ante los ciudadanos siempre con cara de sufrimiento, de tragedia.

 

 

¿Fue mejor presidente que expresidente?

Por favor, sin lugar a duda. Las opiniones personales casi nunca las doy como tal, hay que opinar a propósito de cuáles son los grandes consensos de la sociedad española, y es una evidencia para todo el mundo, incluso para su propio partido, que José María Aznar fue un muy buen presidente en los primeros años, pero que, en los últimos años de su mandato, básicamente cometió un error: intentar doblar el pulso de la sociedad española. Cuando hay un día, un domingo, en que millones de personas en todas las ciudades de España dicen: «No a la guerra», hay que tener muchas narices para, estando tu sociedad, el ochenta y cinco por ciento de tu población, en contra de una cosa, seguir adelante.

Dices que eres una observadora de las patologías del poder. ¿Qué patología tiene Aznar? ¿Le pudo más la foto de las Azores que lo que le decía la calle?

Le pasaban muchas cosas. Una de ellas fue que creyó que un país se puede gobernar sin su gente, sin sus ciudadanos. Y eso es un error. Se ha demostrado históricamente en cuarenta años. Intentar echar un pulso a la población española… te lo ganan siempre, no puedes hacerlo. En segundo lugar, creyó, y sigue creyendo, que tenía más ambición que su propio país. Si tú piensas eso, ahí está el error: querer cambiar el lugar de España en el mundo con la oposición de tu población y creer que tú estás en lo cierto y que tu población, todos, están equivocados. Es un error, porque eres un político y te debes a tu país, no puedes ir en contra de lo que la inmensa mayoría de tu país quiere. Es un error gravísimo. Y eso lo pagó caro. Ese error es lo que más caro pagó Aznar.

¿Más que la gestión entre el 11 y el 14 de marzo de 2004?

Por supuesto. Es que, a ver, cuando la gente dice que lo que tenía que haber hecho Aznar es reunir a los partidos, buscar el consenso… ya. La cuestión es que él no podía hacer eso, porque no estaba en la disposición mental y personal de hacerlo. La opinión de sus ciudadanos le daba lo mismo, él ya había cruzado esa línea, con lo cual, la propuesta de que hiciera otra cosa es absurda: él no podía, no tenía la disposición política, personal, ni las capacidades mentales para hacer eso. Él estaba en otra cosa, con lo cual es inútil, nunca hubiera podido hacerlo. Jamás hubiera podido gestionar bien eso. Su deriva se lo impedía, por tanto, le pedían algo que él no podía dar. Él tenía que hacer lo que hizo porque no podía hacer otra cosa. ¿Qué iba a hacer? Según su trayectoria… Estamos hablando de una persona que eligió a su sucesor al estilo coreano. Piqué decía que no entendía cómo un partido político serio, de gente madura, está permitiendo a Aznar hacer una sucesión coreano-mexicana. Ni siquiera le atribuía toda la responsabilidad a Aznar. Si su partido le permitía comportarse como si él fuera el dueño del partido… No es que eligiera a dedo, es que, por supuesto que eligió a dedo, lo hizo sin consultar con nadie, y tuvo a tres personas durante un año pendientes de su dedo. ¿Tú crees que esa persona, con esa mentalidad, cuando le llega lo que le llegó, que fue bestial, tiene capacidad para reaccionar de una manera que quede bien? No la tiene.

Se creía un líder supremo con cierta impunidad.

Claro, a eso me refiero. Tenía una visión sobre sí mismo y su poder que le impedía totalmente reaccionar a ese atentado con sentido de Estado.

¿Se equivocó eligiendo a Rajoy como sucesor y se arrepintió?

Se está arrepintiendo todavía. Se arrepintió de elegir a Rajoy en la campaña electoral de las elecciones de 2004.

¿Por qué?

Porque vio que Rajoy no contaba con él, que a rey muerto rey puesto. Desde ese mismo momento en el que le mandaron a hacer campaña, creo que a Tomelloso —te hablo incluso antes del 11-M—, se dio cuenta de que lo que él pensaba que iba a ser Rajoy no lo era. Y, naturalmente, empezó a protestar ya en ese momento, les echó la bronca durante toda la campaña.

¿Zapatero fue siempre el presidente sorpresa? Parece que ganó el 35º Congreso del PSOE por sorpresa y llegó a La Moncloa por las circunstancias.

Opinar sobre esto… Creo que los atentados terroristas… Los terroristas actúan donde pueden y cuando pueden, pero la victoria de Zapatero estaba cantada desde el momento en que hubo los atentados, porque un país en el que el ochenta y cinco por ciento está en contra de una guerra y viene la guerra a la puerta de casa… ¿a quién van a responsabilizar? Dos y dos son cuatro: daba igual lo que hiciera el PSOE, que se hubieran manifestado o no, como dice el PP. Da igual, aunque no hubiera habido concentraciones a la puerta de Génova habría ganado Zapatero igual, porque la población española estaba en contra de una guerra, y además de ver que habían traído la guerra a nuestro país, resulta que su gobierno le había mentido. Y ahora ya no, pero entonces la mentira se castigaba. La gente interpretó que le habían mentido. Y daba igual que la intención fuera mentir o no lo fuera, la intención moral que tuviera ese gobierno para hacer lo que hizo es lo de menos: si el ochenta por ciento cree que mintió, es que mintió, políticamente es así. Esas dos cosas, la guerra y la mentira… Lo sorprendente es que el PSOE no sacara mayoría absoluta. De hecho, si te fijas en esos tres días, Zapatero ni siquiera salió. Salió Rubalcaba.

Zapatero gana. ¿Pasará a los libros de historia por ejecutar el mayor ajuste presupuestario de la democracia, o por haber hecho cosas como legalizar el matrimonio homosexual?

Por las dos cosas, pero creo que Zapatero salió del Gobierno en una situación muy compleja. Por cierto, todos salen de la Moncloa mal. Es una maldición. Primero, porque casi todos están dos legislaturas, y ocho años de gobierno… a los siete ya están desatados y, además, porque la Moncloa es un poco como la corte de un rey, te lo digo yo, que he estado allí. Yo soy capaz de entender a los expresidentes, hay que ser un eremita o un loco para no creerse presidente. Es casi imposible. A ti te ponen de presidente y te crees que lo eres, te crees todopoderoso, cada uno a su manera. Zapatero salió fatal de la Moncloa en unas circunstancias de desprestigio inmensas, porque la crisis económica que nos ha golpeado no ha sido solo una crisis, ha sido casi una guerra. Consecuencias sociales, económicas… son bestiales. Y ya se vio que la salida de la crisis era la que era, es decir, no la de Tsipras ni la de Podemos, sino la de los organismos europeos, y Zapatero lo apuntó en su libro, en El dilema: no tuvo más remedio que rendirse. Le pasó un poco como a la Administración norteamericana de Bush cuando la Reserva Federal le dijo a Nancy Pelosi que, si no se intervienen los bancos y se inyectan 700 000 millones de dólares en la economía americana, mañana América no amanece. A Zapatero le dijeron lo mismo: recorte o reforma de la Constitución, o España no amanece. Eso, para el presidente más de izquierdas que ha tenido este país, fue un desprestigio muy grande. El 15-M le salió a él…

¿Zapatero es más de izquierdas que Sánchez?

Por supuesto que sí, naturalmente. Sánchez ahora es de izquierdas, pero cuando era joven… digamos que es una persona versátil, como ahora se lleva. Sí, Zapatero es mucho más de izquierdas que cualquiera del PSOE. Rubalcaba siempre decía que tenían que esperar a que los ciudadanos les perdonen lo que hicieron en la crisis. Y yo creo que, con el paso del tiempo, lo que se recuerda de Zapatero ya no es tanto eso como los derechos sociales. Es verdad que el futuro le ha dado la razón. Su agenda es la que ahora recorre el mundo: el feminismo, los derechos LGTBI… esa agenda era la de Zapatero. Y ahora se ha ampliado a otros sectores. Fíjate en el PP, que acepta el matrimonio gay y la ley del aborto y todo lo demás. En el fondo, el futuro le ha dado la razón a Zapatero.

¿Rajoy queda como el hombre que no hacía nada, pero en realidad era el mayor estratega que ha pasado por la Moncloa?

Sobre estos grandes conceptos de un genio de los tiempos soy bastante escéptica, porque la política casi nunca —y es una de las enseñanzas que recibí cuando estuve dentro— es una estrategia marcada por un líder que te lleva. Mao Tse-Tung y la Larga Marcha… Son las circunstancias, las personalidades…, y en los últimos años, la política ha perdido muchísima autonomía de decisión, porque las decisiones importantes se toman en otros sitios que no son el despacho del Gobierno. ¿O me dices que la política económica del Gobierno de España depende del Gobierno de España? Pues no, lo sabemos desde Zapatero y Rajoy. Cuando Rajoy presentó los recortes producidos por la nacionalización de Bankia y la crisis severa que teníamos, dijo que no se podía permitir el lujo de gobernar como él quería.

En su libro de memorias, Una España mejor (Plaza & Janés), dice todo el rato que siempre tuvo que elegir entre lo malo y lo peor.

Es que es verdad. A ver qué pasa con este gobierno.

¿Rajoy ha cauterizado la herida que le dejó la moción de censura?

Creo que, en lo personal sí, en lo político no. De hecho, la situación del Partido Popular bebe directamente de esa moción de censura. Lo ha superado en lo personal, pero no el Partido Popular, porque esa moción de censura resucitó al PSOE como partido de gobierno. Y hundió al PP como alternativa de gobierno.

 

 

En Fuego y cenizas (Taurus) Ignatieff dice que para los políticos es muy importante saber interpretar el momento de la fortuna. Sánchez la tiene.

La tuvo en 2014, cuando fue elegido por primera vez secretario general. Mi crónica de ese año, de ese día en el periódico, fue una glosa de Fuego y cenizas a propósito de esto. Esa fue la primera fortuna para Sánchez. Pero es verdad que solo con eso no hubiera llegado a donde está. Para llegar a donde está, además de la fortuna, le hizo falta el sufrimiento, el dolor.

La caída.

Es que él no cayó, le mataron, le apuñalaron, le masacraron con encarnizamiento. Y él salió de ahí después de pasar una época de depresión absoluta. Ese sufrimiento le explica más que la fortuna. Para explicar a Pedro Sánchez hay que analizar más esa época de sufrimiento, dolor y trauma que la fortuna y la alegría. Todo el mundo sabe que, además, del sufrimiento se aprende, y de la felicidad, poco. El sufrimiento te esculpe como persona, te hace la vasija. La felicidad, menos, tiene menos capacidad. Y la suerte tiene menos capacidad de madurarte como persona para poder aguantar todo lo que te venga en la vida. El primer Pedro Sánchez no tiene nada que ver con el segundo, son dos personas.

O con el tercero, porque hace seis meses no quería un gobierno de coalición.

Pero es que todo tiene que ver con eso. Cuando uno ha estado al borde de la muerte, hay cosas que no tienen importancia. Cuando te pasa algo muy gordo y has salido de ello, un rasguño no te preocupa. Creo que a Pedro Sánchez le pasa lo mismo. Y es un error por su parte. A Pedro le insultaron tanto en aquella época, que ya no le importa que le insulten. O le importa menos que a otros. A algunas personas les importa mucho el qué dirán; a Pedro Sánchez le importa poco, porque a él ya le dijeron de todo cuando estaba compitiendo con Susana Díaz. Le dijeron que no era del partido, que llevaba coleta, que estaba vendido a Pablo Iglesias, que iba a romper España… bueno, lo mismo que ahora [risas]. Digamos que ha desarrollado una capacidad de pasar de todo. Es tan notorio que ha incumplido su palabra y que dijo una cosa y luego ha hecho otra que da un poco de corte.

Te he leído mucho sobre que la nueva política es en realidad muy vieja. ¿Cómo te tomaste que Pablo Iglesias utilizara una conversación privada contigo como argumento político?

A mi edad, y con los tiros que llevo pegados, francamente… Todo el mundo sabe que la buena prensa que tengo es en parte porque intento entender la mente de cada político y no rehúyo. Trabajo en El Mundo, que tiene una línea editorial determinada, pero yo hablo con todos los políticos. Es verdad que, cuando nacieron los nuevos partidos —no me duelen prendas reconocerlo, porque creo que una de las peores cosas del periodismo español es la falta de autocrítica—, me pareció que los dos partidos nuevos eran un soplo de aire fresco y que este sistema estaba muy carcomido por una forma de actuación política del PSOE y del PP que no había tenido en cuenta más que sus propias posiciones de poder y no las necesidades del país, y por tanto, saludé la renovación de la política. Intenté entender tanto a Pablo Iglesias como a Albert Rivera. A este último ya renuncio a entenderlo, porque lo que ha hecho… Entiendo casi todo, pero lo que ha hecho Rivera, no, me declaro incapaz de aplicar un análisis político al personaje de Albert Rivera. Pero, en el caso de Pablo Iglesias, intenté entenderlo, y tenía una relación con él como la que tengo con todos. Hablo con Pedro Sánchez, con Pablo Casado…, con todos. Es mi trabajo. Para escribir, necesito entender y que me expliquen por qué y cómo. Lo recibí con bastante optimismo, y me parecía que cumplían un papel, hasta que pasó el tiempo y demostraron que no eran dignos de los millones de votos que recibieron, que no supieron gestionar esa confianza millonaria que lograron en la sociedad española, que muy pronto se empezaron a convertir en pequeños dictadorzuelos del partido político que hicieron a su imagen y semejanza tirando por la borda cualquier tipo de crítica, autocrítica, debate, discusión… Les importaba más su aparato de poder que el país.

En estos años, he sufrido una decepción con estas personas. Igual fue una ingenuidad, pero hay muchos votantes que confiaron en ellos y les han defraudado. Podemos está en el gobierno, pero ha perdido la mitad de los votos y escaños. Y de Rivera y Ciudadanos ya no voy a hablar. No puedo juzgarles de forma distinta que por lo que hacen. No juzgo a las personas ni a los partidos por lo que son o por su ideología, sino por su actuación, y por si son capaces de hacer frente a las expectativas que la ciudadanía ha puesto en ellos. Y a las pruebas me remito, no han sido capaces de variar el sistema político español como prometieron ni una pizca. No han introducido ningún tipo de regeneración ni han hecho nada en la práctica. No han servido para nada, cero. Si no hubiera estado cuando nacieron…, pero no me lo pueden negar. Igual que Pablo Iglesias no me puede negar cómo era antes y cómo es ahora. Ha cambiado mucho. El incidente me preocupó relativamente, porque creo que intentó utilizar una conversación a su favor. Bueno, vale, barre para casa, genial. Por fortuna, la gente me conoce y no tengo que demostrar nada ni disculparme. Entiendo que en las reglas del juego de nuestra profesión está hablar con los políticos en confianza y hablar de los niños y de la vida, y las reglas de la política no hacen que eso tenga que ser incorporado. Yo no voy a las tertulias de la radio o en mis columnas o crónicas diciendo cómo se comporta Pablo Iglesias en su casa. Hay unas reglas, o eso creo. Ahora a lo mejor ya no, pero yo las cumplo porque son mis reglas, y mientras esté aquí, las cumpliré. Y si no se corresponden con las reglas del periodismo de ahora, me da igual.

¿Cómo viviste la salida de Pedro J. de la dirección de El Mundo?

Pues muy mal. El Mundo perdió un líder y, como en todas las grandes personalidades, la sucesión de ese liderazgo ha sido muy difícil. Y lo sigue siendo. La prueba es que hayamos tenido tantos directores en pocos años. Suceder a Pedro J. es complicado, porque tenía una personalidad brutal y era un periódico de autor, claramente. Y ahora tenemos que sobrevivir con 170 periodistas menos y sin el director ni parte del staff que se ha ido yendo también. No solo hemos perdido al director, sino también a varios staffs y a 170 periodistas en los últimos seis años. Y eso tiene consecuencias. La marcha del director fue muy traumática para nosotros. La prueba de que no fue buena idea, ni para él ni para nosotros, es que por separado somos menos listos. Cuando éramos una redacción que estaba junta, dirigida por Pedro J., éramos más listos que ahora que él está haciendo una cosa y nosotros otra. Somos menos capaces profesionalmente.

¿Has leído El director, de David Jiménez?

No, ni pienso hacerlo. Creo que está escrito por una persona que ha violentado todas las obligaciones morales que un director tiene hacia su redacción, que son muchas, independientemente de tus intereses personales, tus egos, tu individualidad o tu interés en hacerte famoso. Antes que todo eso, y por encima de todo eso, están tus compañeros y tus subordinados, a los que no puedes someter a escarnio, ponerles motes, nombrecitos y presentarlos en un libro como si fuéramos una pandilla de sumisos esclavos morales del capital y de no sé qué sistema. Antes te tienes que cortar una mano. Me parece una inmoralidad. No es mi forma de entender ni la vida ni el periodismo ni el periódico ni la responsabilidad que uno tiene cuando uno es director de El Mundo. Es muy difícil entender que un periodista que está en la realidad no sepa que los periódicos son empresas, no son ONG ni la fundación Vicente Ferrer de la India. Son empresas que, en este momento, tienen una situación financiera muy compleja, que hacen periodismo de la mejor manera que pueden y cuyos trabajadores hacen lo que pueden todos los días. Pensar que tú vas a ser nombrado director por parte de una empresa del mundo capitalista occidental y que vas a poder llegar ahí y que nadie te presione y tus empresarios vayan a ser Gandhi… es que esto no es posible. ¿De qué guindo nos hemos caído? Me parece increíble tener que explicar esto. Pues claro que tenemos presiones, pero es que tenemos la obligación de vencerlas. No somos libres, claro que no lo somos. Nadie es libre, colega. Nadie. Tienes que intentar ser libre en el mayor porcentaje que te sea posible. Y jugar con las cartas que tienes, no puedes usar otra baraja. Y mucho menos puedes irte de un periódico y contar en un libro las conversaciones que tus periodistas han tenido contigo en tu despacho. ¿Nos grabamos? Me parece un comportamiento francamente despreciable desde el punto de vista ético y moral. ¿O es que no sabemos lo que hay? Nosotros peleamos, Pedro J. peleaba, todos peleamos, pero él…

No has leído el libro, pero…

Sí, sé de qué va.

Te llama «La digna». ¿Qué te parece tu mote?

No me parece mal, la verdad. Sé que a mí no me trata mal, porque me lo han dicho, pero no hablo de mí. Solo hablo de mí en una entrevista porque me las estás haciendo, pero tengo una mentalidad de redacción, de colectivo. Me importo mucho menos que mis compañeros. Estoy en El Mundo en parte porque mis compañeros quieren que esté, por lo que no puedo fallarles. Nunca jamás. Lo último en la vida sería fallarles. Puedo pelearme con un jefe, pero no fallarles a ellos. Cuando le nombraron director le apoyé y dije a mis compañeros que teníamos que darle una oportunidad, porque me parecía que tenía un perfil adecuado y limpio de adherencias. Hasta que descubrí que era el director equivocado y no servía. No tenía las cualidades necesarias para dirigir El Mundo, de ninguna manera. Él firmó la lista del peor ERE, y se llevó más de un millón de euros de indemnización. No estamos para dar lecciones en esta profesión. Ni yo ni tú ni nadie. Él tampoco. Pero que me llamen «La digna»… pues la dignidad es una cosa un poquito de la familia, eso de pobres pero honrados. Pobres pero dignos. Pues, bueno, no me molesta, pero me parece muy grosero y barato. No creo que tener dignidad sea malo o algo de lo que avergonzarse.

Pedro García Cuartango tuvo que asumir la dirección tras la destitución de David Jiménez. ¿Le tocó el papel más difícil?

Sin duda. Pedro García Cuartango es una persona excepcional, un periodista buenísimo, una persona brillante, culta y sabia. Y tuvo la mala suerte de tener que hacerse cargo de una transición muy complicada, porque la realidad es que la empresa editora del periódico… David Jiménez no era solo un director, era una apuesta estratégica de la compañía para llevar El Mundo al siglo XXI. Una apuesta que fracasó en toda regla, y la empresa editora se quedó un poco en shock porque había fracasado su gran apuesta estratégica: una persona joven, había estado en Harvard…, razón por la que yo siempre digo que esto de Harvard hay que relativizarlo mucho. Me dieron un premio en El Progreso de Lugo el año pasado que agradecí mucho a ese periódico de provincias muy digno y satisfecho de su propia existencia como periódico de provincias, orgulloso de sí mismo, y dije: «Más Lugo y menos Harvard». Me pasa en el caso de David y en el de más personas. Una persona de esas características era lo que la empresa consideraba que tenía que ser director para renovar el periódico, y fracasó, por lo que en ese momento hubo que echar mano de alguien de la casa, de uno de los nuestros. Y ese era Pedro García Cuartango. Las circunstancias hicieron que estuviera más tiempo del que iba a estar, porque era una solución provisional, pero fue un director con el que el periódico era muy reconocible, porque era uno de los nuestros y era una continuidad de la etapa de Pedro J., pero luego cambió el periódico con una OPA y pasaron muchas cosas, además de la propia profesionalidad. La gente se olvida de que hay una empresa detrás que tiene sus propias circunstancias. Por decir algo concreto, el consejero delegado que despidió a Pedro J. fue despedido seis meses después. Ha habido muchas cosas que explican mucho de lo que ha pasado y el cambio de director.

Tú y Pedro García Cuartango liderasteis una sección de Opinión muy reconocible. ¿Qué te parece la actual, con Jorge Bustos al frente?

No es un secreto para nadie que tengo mis discrepancias con la línea editorial del periódico, pero es una apuesta estratégica y no me corresponde a mí, yo no puedo decidir cuál es la línea editorial del diario. Llevo treinta años en ese periódico y tres en Diario 16, sé cuáles son las reglas del juego de un periódico y cuál es el puesto que ocupa cada persona. Por fortuna para mí, Pedro J. me enseñó a ser libre, y todos los directores que han venido después me han permitido serlo en el sentido de que escribo lo que quiero. Podré equivocarme o acertar, pero soy yo la que lo hace. Estuve haciendo editoriales a las órdenes de Pedro J., escribiendo su opinión y no la mía, profesionalmente es un trabajo que había que hacer y no me sentí nada mal, hacía mi trabajo. En un periódico cada uno hace su papel. Y en este caso, tengo un papel y la opinión depende del director. Cuando estaba Pedro J., era su opinión, cuando estaba Pedro García Cuartango, dirigía la opinión, cuando estaba David Jiménez, un poco menos, porque nunca se preocupó mucho de la Opinión, y cuando estaba Casimiro, la dirigía él. Y las personas que están en la sección de Opinión tienen que hacer caso al director, porque es una sección que dirige de forma personal el director. Por tanto, los demás podemos estar o no de acuerdo, periodísticamente nos puede parecer bien o mal, pero es una opinión personal. Un periódico es un sitio donde cada uno cumple un papel, y el de los periodistas de El Mundo no es el de decidir la línea editorial. Qué le vamos a hacer.

¿Al columnismo español le sobra yoísmo?

Sabes que sí. Es una pregunta retórica. El columnismo español vive inmerso en una burbuja. Las redes sociales como Twitter han convertido eso en patológico, prácticamente es una enfermedad. Esa red social es una cámara en la que es mucho peor la alabanza que la crítica, en el sentido de que la alabanza atonta mucho. Los columnistas, que son un poco la aristocracia de la profesión, en este momento son personas que se creen que el mundo y el país gira en torno a lo que ellos escriben. Además como están todo el día echándose faroles, eso de «el gran» o «la gran»… fatal. Hay que ser un eremita o un loco para no creérselo. Cuando te dicen «la gran» tres veces, te lo crees. Eso completado con lo que le pasa al resto de la humanidad, que tiene adicción a la dopamina de las redes, que te hace dependiente de los elogios y que cambia tu visión sobre ti mismo y los demás. Pero está muy estudiado, así que no me voy a extender mucho. La particularidad de esta época es que antes había unos periodistas famosos: Pedro J., Cebrián…, y los demás éramos tropa del ejército. Había unos generales un poquito más famosos, y ya. Pero, ahora, cualquier periodista se cree que su opinión es importante. Así que cualquier periodista, y muchísimo más la aristocracia del columnismo, se considera en la obligación de opinar cada diez minutos sobre todo lo que pasa, supongo que porque entienden que al resto de la humanidad les importa lo que ellos piensen. Y no solo opinar cada diez minutos, sino que viven ahí. No viven en su casa, viven en Twitter. Además, se ponen a pelearse. ¿Perdón? Se pelean entre ellos y con los políticos. Si tú, periodista, te peleas públicamente con un político, ¿cómo puedes pretender que los ciudadanos te distingan de los políticos? ¿Cómo la persona que pasa por la calle puede distinguirme de Teodoro García Egea si yo públicamente estoy debatiendo políticamente con Teodoro García Egea o con Adriana Lastra? Eso es el fin del respeto y la credibilidad de los periodistas. Me sorprende mucho que eso no sea una línea de debate en la profesión, porque es algo obvio.

Todavía hay gente que confunde el periodismo con el activismo.

No es que lo confunda, es que hay mucha gente que en lugar de periodista es activista. Siendo periodistas se convierten en activistas. ¿Cómo definir a un periodista que se pone a dar lecciones a un político? ¿Si no es activista, de qué otra forma se le puede definir? Los periodistas no estamos para entrar en confrontación con los políticos.

Y otros solo escriben en defensa de un partido político.

Si discutes con un político, estás convirtiéndote en el representante de otro partido político. Si quieres eso, preséntate a diputado y súbete a la tribuna. Pero utilizar los medios como si fuera la tribuna del Congreso… si no se llama activismo que lo llamen de otra manera. Si te estás confrontando con una persona de un partido, ¿lo haces en nombre de otro partido, en nombre del medio o en nombre del partido que votas?

Los periodistas que hacen eso ¿no manchan a su medio?

Me parece obvio que sí, pero es un comportamiento bastante amplio. Es posible que mi posición sea de un puritanismo trasnochado, porque veo que es una práctica habitual y a mí me parece el abecé del periodismo. Así que quizá soy yo la que está equivocada y esas reglas del juego en las que creo ya no existen. Un periodista tiene que ser responsable con el medio en el que trabaja y ser leal y velar por el prestigio de ese medio. Es su trabajo. Conforme pasan los años, creo más en la responsabilidad individual de cada uno. Los periodistas tenemos que hacer valer nuestra responsabilidad individual. Es más difícil, seguramente no todo el mundo podrá hacerlo, yo no voy a dar lecciones de eso, porque a mí siempre me han dejado ser yo y he tenido mucha suerte, porque no he tenido nunca que violentar demasiado mis principios y mis reglas de vida, pero creo que tenemos que hacer un examen de conciencia.

¿Lucía Méndez tiene algún referente periodístico?

Pedro J. Pero no en todo. Por ejemplo, en el 11-M estuve en contra desde dentro. Lo batallé y me gané mi libertad, pero me permitió discrepar. Hay muchos periodistas, desde Iñaki Gabilondo hasta Sol Gallego, Raúl del Pozo… Tengo claro cuáles son los grandes periodistas de este país, los que nos han traído hasta aquí y nos han enseñado, al menos a mí.

¿Nunca te han ofrecido dirigir el periódico?

No. Negativo.

¿Lo aceptarías?

No lo sé.

¿Te lo habrían ofrecido de no haber sido mujer?

No tiene tanto que ver con ser mujer sino con una determinada manera de concebir el periodismo. Siempre le dije a Pedro J. que para ser director había que tener instinto asesino, y a mí me falta. Él siempre me decía que el instinto asesino te lo da el despacho. Pero yo creo que no. Lo mejor que me pasa es que sí tengo cargo porque tengo respeto. Para mí es mucho más importante tener el respeto y la consideración de mis compañeros que tener cargo. Es más satisfactorio. Y tengo el respeto de mis compañeros del periódico. Mucho respeto. Un respeto que me pesa para bien y para superarme, comportarme, dar ejemplo, no rendirme.

Pero no sabes si aceptarías el cargo.

No te puedo decir que sí, porque no lo sé. Aparte, no creo que nunca me lo vayan a ofrecer. Me conformo con que mucha gente crea que puedo ser directora de El Mundo. Pero ¿de dónde vengo yo? He sido mucho más de lo que jamás en la vida pude imaginar. Lo único que siento es que mi padre y mi madre no lo puedan ver. ¿Cómo podía imaginar que tú me ibas a entrevistar? ¿O que mis compañeros me iban a considerar un referente? ¿O que me iban a dar un premio del Congreso? ¿O que la gente por la calle me felicite por lo que escribo? Lo de ser directora ya me parece hasta marciano. Nunca he tenido esa ambición, porque me gusta ser periodista y escribir, no pido casi nada más. Salgo de mi casa y voy con el respeto de mis compañeros encima de los hombros, no me hace falta un cargo, porque ya tengo uno moral, que es lo mejor que se puede decir. Bueno, en el fondo esto que te digo es un poco de soberbia [risas].

 

 

 

Botón volver arriba