Luis Almagro: Los 1.000 días de preso político de Leopoldo en Venezuela
López encarna el ejemplo de quién ha elegido anteponer la libertad de su país a la propia
Ser preso político es probablemente una de las más grandes miserias a las que se intenta someter a una persona, una familia, o a una familia más grande, un país. Empero, es algo que llena de dignidad al que lo es y que envilece al que comete la injusticia o es cómplice de la misma, injusticia que transforma en indigno al indiferente o al que mira para el costado.
Cada preso político en Venezuela me ha dolido. Aquel que en un momento u otro se le ha negado tratamiento medico; quienes están presos porque tuitearon, o porque operaron drones en una manifestación, a los que fueron torturados; los que no tienen acusación, o si la tienen es por crímenes inexistentes; incluso a los que arriesgaron su vida para lograr salir del país y para quienes la persecución política es permanente y los sigue adonde quiera que vayan.
Entre todos ellos hay un nombre más, tan común como llamarse Leopoldo López y tan extraordinario a la vez como para representarlos a todos. Su crimen fue sacar la gente a la calle y hablarles, expresarles en realidad eso que ya sentían y sabían. En ningún otro caso se invirtió tanto para estigmatizarlo como criminal, cuántas misiones para acusarlo y denunciarlo sin fundamentos, cuánto contenido en medios de comunicación, cuánta presión, cuánta tortura para arrancar confesiones que lo involucraran en cualquier cosa, cuánto despliegue internacional tratando de cambiar las dinámicas acusatorias y transformarlo en lo que no es. Cuánta evidencia falsa para sentenciarlo.
Los 1.000 días de prisión de Leopoldo López le duelen a todo un continente. Significan que el Hemisferio aún no está libre de la arbitrariedad y la persecución política, que las luchas de nuestros próceres y libertadores no están completas.
Los 1.000 días Implican, además, que los esfuerzos y el acumulado histórico de nuestros países en favor de la democracia no han superado aún los reflejos dictatoriales de quienes pretenden aferrarse al poder aún en contra de la marea popular que los rechaza.
La tragedia de Venezuela hoy por hoy tiene muchos momentos de grandeza encarnados en personas anónimas: las madres y los padres que realizan esfuerzos descomunales para obtener alimentos para sus hijos en medio de la dolorosa escasez, el sacrificio de los enfermos para sobreponerse a los problemas físicos sin contar con medicinas, las historias desgarradoras de quienes debieron partir al exilio.
Pero lamentablemente los momentos de grandeza pública han sido muy escasos. Uno de los pocos, es el de Leopoldo López. Desde su encarcelamiento indecente, en medio de la soledad, la privación y el maltrato, nos da un ejemplo de que la perspectiva humana vale muy poco si sólo se concentra en la dimensión egoísta y que el sacrificio personal vale cuando se trata de luchar por la patria, por la libertad y por los valores democráticos que a todos deberían unirnos.
El rabino y profeta Hillel anunció: «Si no me ocupo de mí, ¿quién lo hará? Y si sólo me ocupo de mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuando?«. Leopoldo López encarna el ejemplo de quién ha elegido no ocuparse sólo de sí mismo, sino anteponer la libertad de su país a la propia.
Ante la urgente necesidad de restablecer los derechos y la democracia en esa nación corresponde al Gobierno, a la clase política, al pueblo venezolano y a los países de la región responder la última de las preguntas: ¿si no es ahora, cuándo? Es hora de liberar ya a Leopoldo.
Luis Almagro es el Secretario General de la OEA. Twitter: @Almagro_OEA2015