Luis Castro Leiva: un magisterio justo
En un excelente artículo publicado en El Diario de Caracas el 23 de marzo de 1992, a pocos días del fracasado golpe militar del 4 de febrero, titulado “Bolivarianos, Robinsonianos, Zamoranos”, Luis Castro Leiva, brillante intelectual y pensador criollo (Caracas, 1943 – Chicago, 1999), quien como pocos se dio cuenta de dónde venía y qué consecuencias traería la peste chavista, señala que el bolivarianismo es un fenómeno de “saturación cultural”. Dicha saturación “hace del mito la sustancia del valor moral de las acciones y pasiones políticas.” Desde siempre, la racionalidad no ha sido una característica de los escarceos que sobre Bolívar, sus hechos y sus pensamientos, se han producido en una historia nacional enferma de incomprensión –Castro Leiva habla de “pornografía cívica”- y que ha producido asimismo más supuestos salvadores de la patria que estadistas.
Sobre lo que era el chavismo, el daño antropológico, económico, y social que causaría, Castro Leiva escribió brillantes artículos. Todo ello lo reafirmaría en un extraordinario discurso en el Congreso Nacional, el 23 de enero de 1998.
Los aspirantes a salvadores como Chávez piensan que ellos actúan como lo hubiera hecho Bolívar – no el real, sino el Bolívar hecho de fantasía y cartón piedra- de haber estado en la misma circunstancia. Son intérpretes de un guión mítico prescrito por la deformación de la figura y de la gesta del Libertador.
Otra consecuencia que apunta Castro Leiva: “todo bolivarianismo nada en el mismo credo, a saber, un sentimentalismo ético. Consiste esto en hacer de la moral un affaire de coeur fundamental: lo bueno, lo malo, derivan su validez del poder de la afectividad de nuestras conciencias. De allí que se encarne en la Patria y en su Padre, en el valor del patriotismo, en una guerrera, no hay ni siquiera un paso, es inevitable. Por ello, la condición necesaria para toda decisión política fundamental es un “entusiasmo patriótico.”
Es decir: “moralismo simple, puro, letal. La voluntad general en manos de un mito popular.”
En dicho artículo que, repito, fuera escrito en 1992, apenas poco más de un mes después de “la batalla del Museo Militar”, del “por ahora”, del arrobamiento ciego y suicida de millones de compatriotas ante quien era pura y simplemente un traidor a la patria, Castro Leiva hizo una predicción que la historia probó cierta: “Por eso puedo vaticinar que los Comandantes pasarán poco tiempo en prisión.”
Y es que el indulto a los chavistas no se dio por razones de Estado, pragmáticas, o racionales (baste recordar los argumentos esgrimidos para justificar la libertad de los conspiradores de febrero 1992): “el indulto siempre ha sido una convención moral para esta cultura sentimental: la clemencia es de rigor. Son parte fundamental de la tragicomedia de esta republiqueta de puras razones sentimentales.”
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Hoy, al sentimentalismo se une una ignorancia altiva y vulgar. Si visitamos ese mundo raro de las redes sociales, el asunto no parece tener remedio, porque se nota enseguida la creciente vigencia de una espontaneidad inculta, de un autoritarismo caníbal. Lo inmediato y lo fragmentario, suscrito por minorías autorreferentes y de lenguaje agresivo, prevalece en las redes sobre lo estratégico y lo ético. Y ello vale tanto para analizar lo criollo como para lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, participantes en una desenfrenada carrera para ver quién simplifica más la realidad y quién produce el insulto más certero. Son ciudadanos que no se respetan como ciudadanos.
Se busca –consciente o inconscientemente- retroalimentar un voluntarismo antidemocrático que, en el caso venezolano, no tendría problema en sustituir el chavismo por un liderazgo fuerte, autoritario, pero “de buenas intenciones”. Algo así como que “nos equivocamos con Chávez, pero esta vez sí vamos a elegir al hombre fuerte que necesitamos, el que nos va a salvar”.
Un breve extracto de los artículos de Castro Leiva en los noventa, más que nunca vigentes, quizá sirvan nuevamente de guía a todos, a los ciudadanos y a los liderazgos de todo tipo:
“La lealtad o la adhesión a la libertad no es sólo un acto de fe, implica otro de conocimiento. Amar a la república, como pensamos algunos, presupone la posibilidad de alguna relación con la práctica de la virtud pública”.
El Diario de Caracas, 16 de marzo de 1992.
Repitamos esto ya destacado arriba:
“Todo bolivarianismo nada en el mismo credo, a saber en el sentimentalismo ético. Consiste esto en hacer de la moral un affaire de coeur fundamental: lo bueno, lo malo, derivan su validez del poder de la afectividad de nuestras conciencias. De allí que se encarne en la Patria y su Padre, en el valor del patriotismo, en una guerrera, no hay ni siquiera un paso: es inevitable. Colocados en semejante estado de amor moral, compelidos por la corrupción, el golpe [del 4 de febrero de 1992] se revela ira santa. Moralmente simple, puro, letal; la voluntad general en manos de un mito popular. Por eso puedo vaticinar que los Comandantes pasarán poco tiempo en prisión”.
El Diario de Caracas, 23 de marzo de 1992.
“Solo una comprensible hipocresía y el descaro de una mentalidad aventurera pueden justificar que alguien asuma que porque la política es indigna hay que barrer con la Constitución que más ha durado en nuestra historia [la de 1961] para instalar en su lugar las tiendas de campaña mentales de una Constituyente. Solo los audaces aspiran a semejante arrogancia”.
El Universal, 13 de febrero de 1998.
[Ante lo afirmado por Chávez en una entrevista]:
“Es verdad, Comandante Chávez, usted es un “gerente humanista de la violencia”, nada más, nada menos. (…) Perdonará usted que le diga que usted no sabe pensar y que lo que piensa no vale la pena pensarse aunque la fuerza la tenga de su lado, hoy, después, siempre. Usted no tiene relación con la razón”.
El Universal, 20 de febrero de 1998.
“Tal vez el miedo más intolerable en moral y política sea no atreverse a pensar en democracia”.
El Universal, 20 de noviembre de 1998.
Cuánta razón tenía Castro Leiva, ¿no va siendo hora de que dejemos los venezolanos de pensar y soñar en caudillos y demagogos, y nos atrevamos a pensar en pedagogos, en maestros, en verdaderos demócratas? ¿Que pensemos más –y lo admiremos- en José María Vargas y menos en los tantos Pedro Carujo de nuestra historia? Recordemos siempre el cruce de palabras entre Vargas, presidente civil, hecho prisionero el 8 de julio de 1835 por Carujo, militar alzado: “El mundo es de los valientes, Dr. Vargas”, afirma el uniformado; «el mundo es del hombre justo», le contestó el presidente, médico, científico y rector de la universidad de Caracas.