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Luis García Mora: El Estado comienza a perder sentido

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Se rompen los diques del comportamiento y del orden social. De la legalidad en todos los niveles. Desde el Alto Gobierno (qué tristeza) hasta las desasistidas barriadas de Caracas y del resto de las ciudades del país.

Navegamos en un estado de confusión, de alteración. Especialmente del orden público y social, en esta mezcla informe de revolución, rebelión y revuelta. De disturbios y sublevaciones públicas y de agitación sin propósito definido.

Desde quienes siembran la confusión y se levantan contra la autoridad, pasando por el desobediente y el indócil, hasta el delincuente y el asesino. Es el presente tumultuoso y caótico mezclado con una supuesta visión cosmogónica e histórica, convertida en acto o, como decía Octavio Paz, violencia lúcida.

Como Chávez con su intento de golpe de Estado del 4 de Febrero del 92, Maduro hoy, en su deseo de realizar cambios constitucionales sin cambiar la Constitución, actúa desde los órganos del Estado. Con un grupo militar, dadas las recientes declaraciones del ciudadano ministro de la Defensa, general Padrino López que, de acuerdo con Control Ciudadano, constituyen un atentado contra el poder legítimo, como lo es la soberana Asamblea Nacional, electa mayoritariamente con el voto del poder popular.

Y más grave: en este devenir continuo de desobediencias institucionales en las que el Tribunal Supremo se alza y se alzan además la Contraloría y la Fuerza Armada y sus componentes, al oficialmente instruirles a sus jefes que desobedezcan las soberanas citaciones del Parlamento en contra de lo establecido en la Constitución y las leyes, se está dando comienzo a la sucesión de faltas que amenazan la estructura del Estado mismo.

El voto comienza a perder sentido.

Las instituciones soberanas comienzan a perder sentido.

Y a perder sentido el Estado mismo.

Los hechos dictan sus consecuencias. El bailoteo a que se está sometiendo el aparato legal constitucional manipulándolo hacia todos lados según convenga, está siendo espejeado por los diferentes sectores de la sociedad, que también comienzan a saltarse la ley a su manera.

Desde el Alto Poder se está consumando –voluntaria o involuntariamente– la ruptura de los pactos de convivencia.

Y lo peor, comienzan a no sentirse las desemejanzas entre este accionar casi delictivo –del verbo latino delinquere, que significa abandonar, apartarse del buen camino, alejarse del sendero señalado por la ley– que intenta desconocer olímpicamente la esencia constitucional democrática de nuestra soberanía como pueblo.

Con su peligrosísimo y evidente impacto simbólico y multiplicador en los diferentes estamentos de la sociedad venezolana, particularmente en las inmensas barriadas de Caracas y el resto de las zonas urbanas del país, donde hoy está campeando sin control el hambre, la miseria y la muerte, con la constante violación de la ley y la vida, por esta reciente e increíble expansión de las redes delincuenciales. Redes que están pasando a dominar nuestras propiedades y nuestra cotidianidad, dentro una espiral tan vertiginosa como la inflacionaria y donde, por ejemplo, un nuevo líder del Cementerio y El Valle en Caracas, alias “Lucifer”, es capaz de imponer un toque de queda.

Es la descomposición.

Y el espejeo es alucinante.

Según el viejo sabio sacerdote Alejandro Moreno, (con sus más de cincuenta años sumergido en Petare), los perfiles del delincuente venezolano son los mismos de los gobernantes actuales.

“No asumir ninguna responsabilidad por los propios actos; afirmar su yo sobre y contra todos los límites; lenguaje centrado en el yo; los problemas vividos siempre como el yo, nunca como de los demás; y la búsqueda del dominio y el protagonismo siempre y en todo”.

Y para convencernos sólo bastaría echarle un ojo a la memoria de aquel “Aló Presidente” mesmérico de Chávez o las agobiantes cadenas o programación continua del presidente Maduro o de Cabello, para sentir los signos evidentes de claustrofobia de un mundo centralizado en sí mismo.

La implantación por años y años del mensaje del poder como valor único, por encima de todo y de todos.

Del Estado soy yo. De un Estado-Gobierno-Partido que en la fantasía de cualquier Steven Spielberg dibujaría el personaje de un mega-pran, que crea sistemas paralelos al margen de una legítima gobernabilidad, rebelde a toda forma racional –nacional e internacional–  de control.

Un Estado que cada vez se parece más al delincuente violento. Que culpa a los demás de sus errores y desviaciones, y se relaciona campechanamente con el sector transgresor de la población.

Un Estado que se alimenta ideológicamente y materializa sus distintas acciones dentro de otras distorsiones sociales, fomentando el estilo de malvivientes fanáticos que ensalzan la violación de la propiedad privada como un logro o apedrean un canal de TV independiente o impiden, con el uso de la violencia, una marcha opositora.

Atravesamos este difícil trance sin ninguna orientación de poder sabia, madura, civilizada.

Observamos pasmados que no hay Estado, o peor, que el Estado efectivo es el que imponen los grupos criminales. Que hay dos sectores de la sociedad que nunca se han comunicado. El que, como dice el padre Moreno, representa al del cerro, y el otro, que representa al del edificio. Y que lo primero que nos viene a los ojos es la drástica disminución de la edad de estos preadolescentes victimarios y víctimas.

Está naciendo una red de pequeños ejércitos.

Un verdadero Estado debajo del Estado formal, ineficiente y vacío, que rige la conducta y la manera de vivir de las personas.

Motivado fundamentalmente por el dinero (que los amos del régimen saquean casi públicamente y lo exhiben en esta Venezuela que es percibida ya como el país más corrupto de América Latina). Y por un respeto y prestigio cimentado sobre el que más tiene, el que más roba y el que más intimida.

Sobre el miedo.

La Policía Nacional Bolivariana atraviesa una crisis estructural. Asesinan a tiros y posteriormente queman al jefe de la Brigada Motorizada de Policaracas.

Asesinan a un PNB junto a su esposa y luego los queman frente a sus hijas. Las autoridades sostienen que la familia fue secuestrada en El Paraíso, cerca de la Cota 905.

Masacre: Diez muertos deja guerra entre bandas en El Valle.

150 hombres de tres grupos llegaron para acabar con la banda de “Franklin, El Menor”.

ADENDA

Toda nuestra historia ha estado signada por la visión pesimista que nuestras élites tienen del pueblo venezolano. Y ese pesimismo ha sido radical hasta en El Libertador Simón Bolívar.

Para él el venezolano no está incapacitado sino estructuralmente inhabilitado para la modernidad. No puede ser moderno. En consecuencia, lo que está planteando es cambiarlo o eliminarlo.

Un pensamiento que ayudó a crear una modernidad “compasiva”, de herencia hispana y católica, que intentó incorporar al venezolano al estilo de Copei, junto a otra visión “comprensiva” al estilo de AD.

Y el cambio que llega con la “modernidad” de la izquierda cabalgando sobre Chávez quiere “transformar” (no incorporar) al venezolano, para buscar ese “hombre nuevo” ¿hegeliano?, en un proceso que obliga a la eliminación de lo anterior para producir, como dice Alexander Campos, “algo nuevo en la síntesis de los contrarios, donde no quede ni lo nuevo ni lo viejo”.

Por eso quienes llegaron con Chávez quisieron acabar con todo para producir algo.

Y hoy, para quienes aún sobreviven alrededor del presidente Maduro (imagino a Jaua, Jorge Rodríguez, etcétera), su revolución es sin duda un pensamiento, una cosmovisión o “visión del mundo” o Weltanschauung. Y por eso la confrontación es tan importante como respuesta. Que es la raíz pesimista del problema.

No los van a convencer con el diálogo.

Como élite ellos también ven al venezolano desde una modernidad antigua. Nunca se han considerado parte del pueblo venezolano, sino otra cosa. Y además destinados a dirigir esto a un destino mucho mejor “para él”.

De manera que el problema es que la izquierda que entra al Gobierno con Chávez no plantea la incorporación del pueblo a un proyecto de modernización, porque estructuralmente el proyecto no puede ser moderno. El “nosotros” para ellos es el lumpen.

Pero no pueden realizar su proyecto sin una noción de pueblo.

Y en este sentido, me dicen que para Rigoberto Lanz, uno de sus ideólogos, en el pueblo se concentraba “todo lo que nosotros debemos eliminar para ser modernos, todos los vicios que ustedes están alabando”.

Y como quien valoró esa posición asistencialista comprensiva del pueblo fue AD, por ello Chávez jamás le perdonó –ni los que sobreviven con Maduro– haber colocado al pueblo en posición de Gobierno, haberle dado valor.

Dos coincidencias entre Gobierno y oposición: el menosprecio del pueblo. De ahí la desconexión ante la crisis.

¿Y qué ha pasado? Que en este momento ese 76.5 de pobreza se ha dado cuenta de que el chavismo los consideró una simple excusa, un comodín. No su razón de ser.

Que la palabra pueblo sirve a los transgresores como la gran justificación que los hace impermeables a la justicia.

El pueblo como escudo entre la Justicia y el ladrón. Más el otro escudo, muy resbaloso e inasible, al que se recurrió en los barrios y las cárceles: el malandraje. Ese enemigo a quien temen los ciudadanos y que está comenzando a jugar un papel muy extraño.

Se dice que hace dos años aquí rompieron el pacto con ese “pranato” nacional y aquel está formando hoy un Estado por su cuenta. De ahí la feria de pandillas, equipadas con el armamento más sofisticado en calles, avenidas y territorios. Con masacres sucesivas. Una verdadera guerra urbana que se solapa en la mirada de las autoridades.

Como por ejemplo en El Valle. Según la periodista Angélica Lugo, los graffitis marcan el territorio en la parte baja del sector Cerro Grande del barrio 19 de Abril. Incluso los funcionarios de Policaracas y de la Policía Nacional respetan las áreas delimitadas por la banda Carro Loco, que mantiene cercados a los vecinos de la zona.

Se dice que estamos en plena formación del GGV (Gran Grupo Violento) que ya tiene un eje que domina el gran Centro Norte Costero desde Anzoátegui hasta Puerto Cabello, conformado por 3 grandes grupos: 1) El de “Lucifer”, que domina el eje desde El Cementerio hasta Coche, 2) El “tren (imagen que significa la agrupación de varios vagones) de Aragua y Carabobo”, cuyo límite jurisdiccional es Tejerías. Y 3) “La hermandad del Picure” (la cabeza que ha imaginado todo esto), desde el Norte del Estado Guárico hasta Ocumare del Tuy. Organización criminal que, según, maneja una nómina de más de 100 millones de bolívares semanales.

Imagine el trabajo delincuencial necesario para mantener esos volúmenes.

Y ¿quién les dio el germen (militar, ideológico) para empezar esto?

Las “Zonas de Paz”.

Como en una novela de James Ellroy, “Lucifer”, gran unificador de las “mega bandas” de El Valle, Cota 905 y El Cementerio, está pagando en dólares por policía muerto.

El Estado no existe ni en el papel.

Y el gobierno hace que el voto comience a perder sentido. Que las instituciones electas, que el estado mismo comience a perder sentido.

Los hechos dictan sus consecuencias.

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