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Luz, más luz

Para mostrarse inmune a los defectos del adversario hay que ser muy valiente, muy magnánimo y muy soberano

«Señor Sánchez, su actitud nunca cambiará la mía». Aquella fue, probablemente, la frase más ambiciosa del discurso de Alberto Núñez Feijóo en su investidura fallida del 26 de septiembre. De tan buena que era, al escucharla sospeché que no podría ser cierta. Para mostrarse inmune a los defectos del adversario y a la quiebra de las reglas de la contienda, hay que ser muy valiente, muy magnánimo y muy soberano. Uno debe atarse al mástil de la nave y taponarse con cera los oídos, como Ulises, para impedir que las maneras del sanchismo acaben tambaleando tus propios principios. Entiendo que no es sencillo, pero aquel aserto me recordó a la vieja querella teológica de si se puede combatir al demonio con las herramientas del demonio. Y no, no comparo a Sánchez con el diablo, apelo al símil por la imposibilidad de anular aquello que se pretende confrontar añadiéndole un poco más de su propio ingrediente.

Dicen los equilibristas que cuando tienes que caminar por un cable no puedes mirar hacia los lados. Pero a la oposición se le intuye la inquietud de un caniche en medio de la tormenta sobre la cubierta de un barco. El PP tiene que elegir si quiere ser el partido regeneracionista y solemne que hace un año presentó un programa renovador en el oratorio de San Felipe Neri, y que Núñez Feijóo replicó en su intervención, o si quiere jugar al golpe y al chapoteo fangoso. La elección de Miguel Tellado como portavoz parlamentario, estarán conmigo en que no es Castelar ni Argüelles, nos da una pista de cómo se intentará soplar y sorber. Perfil quedo para los lunes y los miércoles, elevación del tono (técnicamente perfectible) para los martes y los jueves. La mejor manera de combatir a Óscar Puente o Patxi López no pasa por encontrar ejemplares análogos entre tus filas, sino por escenificar un contraste en las maneras y en el fondo escogiendo a quien menos se les parezca: personas prudentes, exquisitas en las formas y de sintaxis precisa. A ser posible.

Pedro Sánchez (al igual que Isabel Díaz Ayuso, por cierto) sabe jugar a esto. Jamás perderá en un choque, en una polémica o en una confrontación. Tiene un talento puro para desenvolverse en un palmo de terreno y es un excelente regateador. Parece sencillo, pero nunca hay que mirar al lugar hacia el que señala ni responder a sus estímulos ya que, como el buen carterista o los delanteros menudos, juega a gobernar tu atención. El presidente busca el conflicto y elevar un muro para que la gente vea exactamente eso: una muralla y una colisión en la que él sabrá esconderse. Para confrontar a Sánchez lo único que haría falta es que se le viera a él: que se enciendan todos los focos y que nada distraiga la mirada de los españoles. Su espectáculo es en sí mismo terrible. Por eso, lo que hay que pedir, como Goethe antes de morir, es luz. Más luz.

 

 

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