Macky Arenas: ¿Cómo se vive en Venezuela la visita del Papa a Colombia?
La delegación de obispos que viaja a Colombia también representa al pueblo que sufre, lucha y espera en Venezuela
Apenas a tres días de la llegada del Papa a la capital colombiana, su primer punto de encuentro en esta visita apostólica de cinco días, el jolgorio de los colombianos contrasta con la poca repercusión que se observa en los medios venezolanos y los distintos ambientes del país. Varios pueden ser los factores que inciden en esta ambivalente escasa expectativa.
En primer lugar, los tremendos problemas que enfrenta la sociedad venezolana a todo nivel. Los sectores políticos, económicos, mediáticos y aún el liderazgo religioso está imbuido en una cantidad tal de urgencias y emergencias que afectan a la población, que demandan toda la atención y colocan en primer plano las perentorias necesidades de la gente.
Hay un caos en pleno desarrollo en esta nación. Poca cabeza queda para seguir palmo a palmo, como seguramente habría ocurrido en otras circunstancias, lo que ocurra en el vecino país.
Otra realidad viven los venezolanos que se han residenciado en Colombia o que han pasado la frontera y permanecen allí. Comprensiblemente, ellos sí se han contagiado del lógico entusiasmo por la visita del Santo Padre y la vivirán con intensidad, encomendando el destino de Venezuela a la “Reina de Colombia”, la Virgen de Chiquinquirá, una devoción también muy extendida en Venezuela.
Por otra parte, los canales colombianos ya no están en nuestras pantallas para transmitir la antesala -desde el fervor y la animación con que se viven los preparativos en el sitio- reseñando y comentando en vivo y directo todos los eventos que están teniendo lugar para recibir al Santo Padre.
No obstante, los canales venezolanos se las arreglan para obtener el material que alimente los operativos de cobertura a distancia, a fin de permitir que el público venezolano cuente con el preciso seguimiento de toda la agenda papal. Es de esperar que ese esfuerzo contribuya a incrementar el interés por la gira, los encuentros, las ceremonias y los distintos traslados del pontífice por cuatro ciudades colombianas.
Sentimientos encontrados embargan a los venezolanos. Por un lado, hay una “sana envidia” flotando en el ambiente. Venezuela, mayoritariamente católica, deseaba fervientemente una visita papal, sobre todo en estos tiempos de angustia y desesperanza.
No obstante, las condiciones políticas no ofrecen la oportunidad y el escenario más adecuado para ello. Adicionalmente hay que reconocer una realidad: la de una atmósfera difusa, pero extendida, de indiferencia, hostilidad e incluso rechazo a lo que se ha percibido, entendido o esperado de los gestos, mensajes y acciones del Vaticano y más concretamente del Papa.
Por una parte, el gobierno de Maduro ha mantenido un comportamiento errático, incongruente y hasta rocambolesco en sus relaciones con la Iglesia. Tan pronto visitan Roma llevando regalos como intentan la fallida, pero sinuosa estrategia de enfrentar al Papa o al Vaticano con el episcopado venezolano.
Ciertos llamados al diálogo no tan diligentes u ofertas de buenos oficios bien intencionados, pero no bien coordinados o algunas exigencias tardías –por ejemplo, ante la convocatoria a la ANC- han contribuido a ello.
De todos modos, el Papa ha sido reiteradamente claro e insistente sobre Venezuela, despejando cualquier opacidad que las malas artes rieguen sobre el tablero: habla por boca de los obispos venezolanos.
Lo dijo lapidariamente en Roma al finalizar una reunión con la directiva de la Conferencia Episcopal Venezolana. Punto. Igualmente, hay que mencionar la carta que el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, envió a Maduro tiempo atrás, a través de la cual la Santa Sede había fijado ya los puntos de agenda sin el cabal cumplimiento de los cuales no hay vuelta sobre el tema.
En dos palabras: la doble cara gubernamental no les funciona con la Iglesia ni con el grueso de una población que ha entendido mejor que sus líderes hasta dónde llega la perversión del régimen.
Pero, tristemente, hay factores de oposición que han mordido el anzuelo y torpemente se han enrolado en los planes oficialistas haciéndose eco de críticas superficiales, interesadas o injustas al Papa Francisco por acciones u omisiones, en realidad responsabilidad de la propia dirigencia opositora.
Una muy conveniente manera de esquivar el bulto aparentando, con el elogio al episcopado local, un reconocimiento a “la parte de la Iglesia que comprende y comparte el drama venezolano”.
En idéntica “trampajaula” han caído analistas de todo pelaje que van desde enemigos confesos de la Iglesia y sempiternos adversarios ideológicos cuyos intereses inconfesables interpela la doctrina católica, hasta oportunistas que surfean la ola en el mar de las ventajas. Los hay de muy poca monta y también ciertas “lumbreras” continentales del periodismo y las letras, cuyo pedestal ha derribado a machetazos su banal incursión en el análisis de la crisis venezolana.
Crear expectativas falsas o desmesuradas acerca de lo que el Papa haga o deje de hacer, diga o deje de decir en Colombia sobre Venezuela, no solo enreda el panorama, sino que revela, por paradójico que parezca, una sospechosa coincidencia con los objetivos del régimen del cual todo un país intenta liberarse.
Los venezolanos, dada la cercanía geográfica, pueden, podemos y hasta debemos estar esperando una palabra o referencia sobre nuestro país. Más allá de que ella ocurra o no, y con qué modalidad, los cardenales y obispos venezolanos que parten este martes para acompañar al Santo Padre representan al pueblo católico en primer término, pero también, con delegación moral y cívica, al pueblo todo que sufre, lucha y espera de este lado de la frontera.