Cultura y Artes

Macky Arenas: La nostalgia, buena consejera

“Sobre todo durante un exilio forzado”.

Las agencias internacionales de noticias han hecho circular notas que describen cómo los venezolanos en Quito (Ecuador) se las arreglan para manejar la nostalgia. Es bien sabido que el pueblo venezolano, por haber disfrutado de bonanza económica y estabilidad política por generaciones, es dado a permanecer en la patria y poco inclinado a emigrar. Ahora, ciertos deportes que los venezolanos practican, los mantiene unidos, también fuera del país, al tiempo que los ayudan a sobrellevar lo que conocemos como “nostalgia”. No es una tristeza cualquiera, sino una pesadumbre que se lleva en el alma. En España algunos le dicen morriña y en Portugal, saudade.

El pasado no sólo es un país extraño, sino que es uno del cual todos estamos, de alguna manera, exiliados. Y al igual que en todos los exilios, a veces añoramos volver. Ese anhelo se llama nostalgia. La nostalgia evoca un sentido especial de tiempo o lugar. Todos conocemos esa sensación: una dulce tristeza por lo que ya no está, que aparece en tonalidades invariablemente sepia; otras, como un paisaje brumoso.

El término “nostalgia” fue acuñado por médicos suizos a finales del siglo XVII, para describir la sensación de añoranza por el hogar que sentían los soldados. En exceso, puede convertirse en una sensación empalagosa pero, tal vez, la nostalgia cumpla una función más allá de la mera sentimentalidad.

Si algo cumple la función de unir a los venezolanos es la música y el deporte. Uno de esos deportes es el béisbol, el más emblemático, aunque es básicamente caribeño y poco conocido en otros países de América del sur. Pero hay una variante, el softbol (pelota suave), que también se juega con bate y pelota e, igualmente, apenas vigente en Perú y Chile. Este deporte, que volverá a ser olímpico en los juegos de Tokyo-2020, se practica en el Pacífico ecuatoriano, pero para los quiteños es inusual.

Menos físico que el béisbol, este deporte parece ajustarse mejor a los 2.800 metros de altura de Quito. Los lanzamientos son más lentos y fáciles de descifrar para el bateador. En el softbol la bola viaja por debajo de la cadera. En el béisbol, por encima del hombro.

Sin canchas para jugar en Quito, donde el fútbol es el rey, dibujaron con pintura blanca un diamante en el parque Bicentenario, en lo que antes era el aeropuerto de la ciudad.

Y convirtieron un terreno de césped mezclado con grava rodeado de árboles, en su cancha. “Es como si estuvieras jugando en tu país, en Venezuela”, sostiene Oliver Prada, coordinador deportivo de la Liga de Softbol de Pichincha, cuya capital es Quito.

Y conforme la diáspora creció hasta llegar a unos 60.000 en Ecuador, según datos de la embajada venezolana, lograron armar una liga de 16 equipos con 450 jugadores, entre aficionados y algún que otro ex-profesional.

Empujados a emigrar por la fuerte crisis económica y de seguridad que atraviesa Venezuela, en los ratos libres se entregan al deporte y eso les hace más llevadera la ausencia de la patria. Embutidos en ajustados pantalones blancos y camisas en las que resaltan los nombres de los equipos Matatanes, Gavilanes o Embajadores, los venezolanos colorean el panorama.

Con los ojos puestos sobre el bateador, Larry Escalona lanza una bola rápida ante la atenta mirada de las bases y los jardineros.

El caso de este hombre de 47 años, alto y de tez morena, es especial. Durante 19 años jugó en la selección venezolana de béisbol, y al retirarse montó una distribuidora de artículos de ferretería.

“Es duro porque tienes tu vida en Venezuela, tu casa, tu carro y empezar a los 47 años de cero en otro país es difícil”, más aún con una familia numerosa, admite. Es muy fácil sentir nostalgia.

Una serie de estudios realizados por el psicólogo Constantine Sedikides sugiere que la nostalgia puede actuar como un recurso al cual recurrimos para conectarnos con otras personas o eventos, para poder avanzar con menos miedo y objetivos más claros.

Y es compartiendo aquello que se aprecia en común como se avanza con menos temores. En Quito juegan softbol, en Estados Unidos béisbol, en España se reúnen en casas y cocinan juntos, en Panamá comparten el calor casi insoportable de un país alegre como el nuestro, en Chile suben el volumen a una nación silenciosa y de costumbres más conservadoras y en Colombia organizan bailantas de ballenato.

Si algo hay en común, en todas partes, es la actividad para recolectar insumos como alimentos y medicinas que faltan en Venezuela. Ello constituye un cotidiano punto de encuentro para comentar la situación del país. Eso consuela, alivia, atenúa y calma la ansiedad de tantos venezolanos por estar lejos de la patria y de los suyos.

La nostalgia es, después de todo, buena consejera. Ella inspira y mantiene la amalgama de la camaradería y la hermandad en el exilio.

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