Macri deja en la estacada a la oposición venezolana
Cuando Mauricio Macri se impuso en las elecciones del pasado noviembre y puso fin a 12 años de Kirchnerismo en Argentina, la oposición venezolana sintió su victoria como propia. Lilian Tintori celebraba junto al candidato ganador su triunfo en Buenos Aires y sus seguidores escuchaban acezantes férvidas promesas de firmeza frente a los excesos de Maduro. Macri había prometido que promovería la suspensión de Venezuela en Mercosur por sus violaciones de los derechos humanos.
Pero la beligerancia del nuevo presidente argentino ha durado lo poco que han tardado sus mensajes electorales en chocar con los intereses reales de la República Argentina. Su actual ministra de Exteriores, Susana Malcorra, es una de las candidatas a la Secretaría General de Naciones Unidas, que queda vacante este año al vencer el mandato de Ban Ki-moon; y Venezuela ocupa un asiento no permanente del Consejo de Seguridad. Conviene ganarse su apoyo, entre otras razones por su influencia en la pléyade de pequeños estados antillanos de la zona ALBA, que suman un número considerable de votos en la Asamblea General.
Son las ambiciones de Malcorra las que explican que la diplomacia argentina haya hecho bajo cuerda todo lo posible por desactivar la iniciativa de Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), para aplicar la conocida como «carta democrática» a Caracas. Maduro se ha librado del que sería un sonoro revés diplomático por las maniobras de Argentina, que fraguó a espaldas de Almagro una declaración llena de tibieza que permite al presidente venezolano seguir enrocado con el único fin de boicotear el referéndum revocatorio que demanda la oposición.
Almagro ha convertido este asunto en una batalla personal. El secretario general mantiene viva una iniciativa que tiene pocos visos de prosperar, pero que ha elevado al rango de patente de honor. Repudiado por muchos de sus compañeros de filas en la izquierda uruguaya, que lo ven como un quintacolumnista del imperialismo, su ímpetu en la secretaría general de la organización no se compadece con el de los estados miembros. Porque, como le pasa al desfogado Macri, sus gobernantes no terminan de verle las ventajas a un choque frontal con la Venezuela chavista.
Pueden descartarlo. Por mucho que se empeñe su secretario general, la OEA no va a hacer nada serio contra Nicolás Maduro. Los estados socialistas como Bolivia, Ecuador o Nicaragua mantienen su frente con Caracas; Argentina se ha apeado del carro para arrancar el de la campaña de Malcorra; la Administración Obama tampoco parece por hacer de esto un gran asunto en su último semestre y, como indica el reciente encuentro de John Kerry y la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, juega a darle crédito a la iniciativa mediadora de Unasur en la que participa el expresidente Zapatero. Brasil, por último, anda demasiado enredado en sus propias crisis como para meterse en las ajenas.
Así que a Tintori y a la caravana itinerante con que recorre el mundo sumando apoyos para el fin del chavismo le quedan todavía kilómetros por recorrer. La decepción con Macri es profunda en una oposición a veces algo ingenua. Tiene medios económicos y altavoces potentes, pero, quizá porque lleva años apartado de él, ignora cómo funcionan los resortes del poder. La lección a aprender está clara: la presión internacional puede contribuir al final del régimen, pero no lo tumbará por sí sola. Solo un estallido de ira popular o un alzamiento militar se antojan factores suficientes para desbloquear la situación.