Macron en su laberinto: obligado a cohabitar con fuerzas antagónicas
El presidente de la República encara un escenario extremadamente complicado con todos los frentes
Elegido presidente por vez primera en 2017 y reelegido en 2022, Emmanuel Macron ha ido descendiendo en la escala de la estima nacional e internacional a un nivel vertiginoso: pasando de Júpiter a Ícaro, ha terminado por ser una suerte de Nerón narcisista, que amenaza el futuro de la seguridad y la construcción política de Europa. Tras su decisión de convocar elecciones legislativas anticipadas, y con la segunda y decisiva vuelta, como presidente se encuentra hoy en la situación más incómoda de la historia de la V República.
El triunfo histórico del Nuevo Frente Popular (NFP), que agrupa a todos los partidos de izquierda, La Francia Insumisa (LFI, extrema izquierda), el Partido Socialista, el Partido Comunista Francés y los Verdes, obliga a Macron a cohabitar con unas fuerzas que han defendido posiciones antagónicas contra su presidencia.
El primer Macron, hasta poco antes del fin de su primer mandato presidencial, se inscribía en la magna tradición nacional del reformismo desde arriba, que encarnaron Luis XIV, Napoleón, Charles de Gaulle y Valery Giscard d’Estaing. Fue el Macron jupiterino, con proyectos nacionales, europeos y trasatlánticos ambiciosos y polémicos.
Dos años cortos antes de que Vladímir Putin iniciara su guerra de ocupación contra Ucrania, Macron había declarado que la OTAN se encontraba en estado de «muerte cerebral». Sin la OTAN, las tropas rusas estarían hoy en Kiev amenazando al resto de Europa.
Una ambición excepcional
Reelegido presidente gracias, en cierta medida, a una parte del electorado de las izquierdas que impidieron el triunfo de Marine Le Pen en 2022, Macron continuó su vuelo de Ícaro hacia el olimpo de las grandes ideas continentales, con un nuevo discurso en La Sorbona, la más antigua de las universidades parisinas, en el que propuso construir la «soberanía industrial y militar de Europa». Ambición excepcional, que no recibió al apoyo de los grandes aliados europeos, comenzando por Alemania.
Mientras, en el frente nacional, ante la sublevación popular de los chalecos amarillos –2018 y 2019– y la gran crisis mundial del coronavirus –2020 y 2021–, Macron reaccionó con ambición, incrementando de manera espectacular el déficit y la deuda del Estado en la gran tradición de un Estado providencia cuyos últimos presupuestos equilibrados datan de 1978, siendo presidente Valery Giscard d’Estaing. El incremento del gasto, la deuda y los impuestos coincidió con el retroceso del poder adquisitivo de los agricultores pobres y buena parte de la Francia profunda y popular, de obreros con poca formación, viviendo un rosario de crisis con angustia creciente.
La reelección de Macron, dos años atrás, en la presidencia de la República llegó con una Asamblea Nacional muy difícil de gobernar: los macronistas solo tenían una mayoría frágil, al tiempo que Agrupación Nacional (extrema derecha), el partido de Marine Le Pen, iba reafirmándose como primera fuerza política, con más votos y escaños que todas las izquierdas juntas.
Retroceso de Macron
Tras las recientes elecciones europeas, que dieron una gran victoria a Le Pen y los suyos, Emmanuel Macron cometió el más catastrófico de los errores políticos de su carrera: convocar elecciones legislativas anticipadas, con resultados doblemente desastrosos. Francia sigue dividida en tres grandes bloques, extrema derecha, izquierdas y macronismo. Júpiter e Ícaro han devenido en Nerón, pegando fuego a Francia.
Mientras que el macronismo ha retrocedido, en el seno del Nuevo Frente Popular (NFP) sus miembros no siempre se entienden entre ellos y mal pueden entenderse con el presidente. Pero han ganado las elecciones, y tendrá que cohabitar con ellos.
¿Qué puede hacer Macron en esa Francia que él ha contribuido a convertir en un campo de minas incendiarias? ¿Dimitir? Sería una nueva y más grave catástrofe. ¿Resistir e intentar oponerse al nuevo Gobierno de la izquierda? Esa solución «realista» parece llamada a convertir las instituciones en un campo de batalla permanente.
De entrada, comienza ahora a librarse la guerra de la representación internacional. Del próximo martes, 9 de julio, al jueves 11 de julio, se celebra en Washington una cumbre importante de la OTAN. Según la constitución de la V República, el presidente (Macron) ejerce el mando supremo de los ejércitos, pero su primer ministro controla los presupuestos y la gestión práctica de todas las políticas nacionales. La palabra internacional de Francia, de momento, ha quedado hipotecada, víctima de la confusión y la incertidumbre.
Con el escenario político actual, tras los resultados electorales, el jefe del Estado solo puede esperar sangre, sudor y lágrimas. Podrá negarse a firmar decisiones, pero el nuevo Gobierno podrá recurrir a los decretos, que, a su vez, podrán recibir recursos de anti constitucionalidad. Ese rosario de crisis y enfrentamientos puede prologarse indefinidamente. Y Macron no podrá disolver la Asamblea Nacional antes de un año.
Haciéndose eco de ese horizonte de crisis, con ramificaciones europeas y trasatlánticas, el semanario ‘Die Zeit’, portavoz de la ‘intelligentsia’ alemana más influyente, afirmaba que el narcisismo peligroso de Joe Biden y Macron se ha convertido en una amenaza para dos grandes democracias: EE. UU., Europa y Francia.
que Vladímir Putin iniciara su guerra de ocupación contra Ucrania, Macron había declarado que la OTAN se encontraba en estado de «muerte cerebral». Sin la OTAN, las tropas rusas estarían hoy en Kiev amenazando al resto de Europa.