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Macron o el tercer populismo

El populismo de Macron violenta al pueblo tratándolo de idiota

Llevar a cabo una reforma de las pensiones a través de un decreto-ley es una aberración, se mire por donde se mire. Por mucha razón de fondo que pueda tener Macron, en democracia las formas son básicas. Es más, son la democracia misma. No son una adenda que se usa cuando se puede, sino su base, su esencia, aquello que nos libra del salvajismo. Pensar lo contrario es pensar con la lógica de un golpista catalán, un podemita o un fascista: como tenemos razón, nos pasamos las formas por el forro. Los demócratas no podemos dar a entender que las instituciones son piedras en el camino u obstáculos que nos impiden hacer lo que técnicamente hay que hacer ni tampoco sacarnos de la manga instrumentos con tufillo totalitario cuando nos venga bien.

Porque, más allá de otras consideraciones, Macron no es el sujeto de soberanía. La soberanía reside en el pueblo francés y si no te ha dado la mayoría necesaria para llevar a cabo las reformas que planteas, habrá que lucharlas, negociarlas, hacer pedagogía o esperar a otro momento. Pero no se puede luchar contra los populismos con otro populismo. Frente a Mélenchon y Le Pen, surge el populismo de Macron, que violenta al pueblo tratándolo de idiota. Viene a decir Macron que como el pueblo es tonto y no sabe lo que le conviene, ya está él para guiarlos, como una Marianne tecnócrata que cambia bandera por calculadora. Pues posiblemente el pueblo francés esté equivocado, pero ningunear al Legislativo es peligroso. Y, en cualquier caso, si el problema es ese, lo resuelve mejor el comunismo: como el pueblo no sabe, ya venimos nosotros, ‘El Partido’ para decirles lo que tienen que hacer. Y no tienen ni que votar.

El comunista desprecia profundamente al pueblo. Pero se supone que Macron, no. Por eso, actuar como actúa es no haber entendido el concepto de soberanía. Por muy equivocado que pueda estar el pueblo, es quien marca el ritmo y hay que aceptar que eventualmente puede equivocarse y, aún así, el sistema sigue siendo válido. Ver la democracia como algo instrumental es no ser demócrata. Pero, además, resulta que no hacer caso al pueblo no solo no es garantía de nada -Macron también puede equivocarse- sino que, además, trae riesgos mayores, como el de la tiranía. Y la tiranía del presidente -presidencialismo- es mucho más peligrosa que la tiranía de la mayoría.

Si la derecha es sensata, el populismo se desactiva. Si la derecha actúa como Macron, termina por alentar, legitimar y dar alas a las revoluciones, al rencor y al déficit de representatividad germen del populismo. Cabe recordar que si Macron duerme en el Elíseo es, fundamentalmente, porque los jubilados le votaron. Enfadarles no parece lo más inteligente. Pero, más allá de cortoplacismos, liderar es llevar a la gente por donde no quiere ir. Solo se trata de entender que, en una democracia liberal, eso se hace buscando mayorías. Si empezamos a aceptar que el fin puede justificar los medios, no habremos vencido al populismo. Nos habremos convertido en él.

 

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