Mafalda vs. Umberto Eco
La inefable, la inconfundible, la incomparable Mafalda no sólo hace muchas preguntas, también tiene muchas respuestas, y no quisiera dejar de decir que no estoy para nada conforme con el juicio que le mereció a Umberto Eco. El eminente semiólogo italiano, cuando por primera vez se tradujeron tiras de Mafalda a su idioma, escribió un texto donde la compara con Charlie Brown y que provoca el proverbial «Vayamos por partes, como diría Jackie, la Destripadora».
«Mafalda pertenece a un país lleno de contrastes sociales que, sin embargo, quiere integrarla y hacerla feliz», dice Umberto Eco. Pero no llegan a la media docena, de casi 2 000 historietas, las pocas que muestran los contrastes sociales en el seno de la sociedad argentina de los años sesenta, y la única tentativa que hace su país para integrarla es la que hacen todos los países del mundo con sus indefensos ciudadanos a partir de los cinco años: escolarizarla.
«Mafalda resiste y rechaza todas las tentativas», dice Umberto Eco. Y no, Mafalda lo único que hace es aplicar concienzudamente lo que yo llamo la «crítica de la razón mafalda», que no pasa de ser otra cosa que un sano sentido común. A lo que sí se resiste y lo que sí rechaza es la sopa, pero esa es otra historia, como diría Rudyard Kipling.
«Mafalda vive en una relación dialéctica continua con el mundo adulto que ella no estima ni respeta, al cual se opone, ridiculiza y repudia», dice Umberto Eco. Pero Mafalda, cuando en el mundo adulto le dan la ocasión de estimarlo y respetarlo, lo estima y lo respeta. Un ejemplo de lo que digo es la preñada historieta del regreso de unas vacaciones (lo de «preñada» se lo tomo prestado a Unamuno, a quien le encantaba ese adjetivo). En dicha historieta, Mafalda no se atreve a prender la radio porque teme que durante los días que estuvieron fuera, el mundo no haya cambiado nada. La madre le dice que para eso tendrían que haberse ido de vacaciones los que lo manejan así. Mafalda se queda dos viñetas pensándolo y al fin llega a la cocina con papel y lápiz y le dice a la madre: «¿Me firmarías un autógrafo?» Es un reconocimiento en toda regla.
Mafalda reivindica «su derecho de continuar siendo una nena que no se quiere incorporar al universo adulto de los padres», dice Umberto Eco. Y no, Mafalda es cero Peter Pan. Mafalda no quiere seguir siendo siempre una nena, antes al contrario, quiere crecer e incorporarse a un universo adulto que pueda mejorar, es algo que se pone de relieve muchas veces a lo largo de sus 1 928 historietas. Pero me basta con recordar la serie de cuatro donde Miguelito está sentado, recostado contra un árbol, y al preguntarle Mafalda que qué hace, él le contesta que está esperando que la vida le dé algo. Mafalda se lo cuenta a Felipe, que no se lo cree y acude adonde se sienta Miguelito y le dice «¡Mirá que sos tonto! ¿Vos creés que todo es cuestión de sentarse a esperar para que la vida te dé algo?, ¿eeeh?», y Miguelito le responde simplemente: «Sí». Es tanto su poder de convicción que Felipe se sienta junto a él y le pregunta cuánto le parece que tendrán que esperar, ante la mirada estupefacta de Mafalda, quien piensa si no será que el mundo está lleno de Miguelitos y por eso anda como anda. Esta reflexión implica tácitamente un rechazo al escapismo y al inmovilismo, es la reflexión de alguien con un pensamiento de futuro.
«Charlie Brown seguramente leyó a los “revisionistas” de Freud y busca una armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che», dice Umberto Eco. Pero decir eso es querer extrapolarle a Mafalda sus propios parámetros por medio de un juego retórico. Además, prefiero creer que Mafalda no leyó jamás al Che, porque la verdad es que para ella, siendo ya adulta, sería un shock si se enterase de que el Che era autoritario, estaba en contra de la libertad de prensa y a favor de la pena de muerte, y era partidario de encerrar a los homosexuales en campos especiales de reeducación. No, definitivamente es mejor que Mafalda nunca leyese al Che.
«Mafalda tiene ideas confusas en materia política. No consigue entender lo que sucede en Vietnam, no sabe por qué existen pobres, desconfía del Estado pero tiene recelo de los chinos. Mafalda tiene, en cambio, una única certeza: no está satisfecha», dice Umberto Eco. Y no, Mafalda no tiene ideas confusas en materia política. Porque no consiga entender lo que sucedía en Vietnam o por qué existen pobres, porque desconfíe del Estado y recele de los chinos, no puede colegirse que sus ideas en materia política sean confusas. Al menos al desconfiar del Estado y al recelar de los chinos no andaba tan mal encaminada. Y que tiene una mirada muy lúcida cuando se enfrenta a un problema internacional, lo podemos apreciar en la historieta donde comenta lo que escucha por la radio, cuando maneja el dial buscando una emisora que valga la pena. Primero es un anuncio, y Mafalda comenta: «¡Puf! Publicidad!» Después es un programa de música clásica: «¡Puf! Música para viejos». Y finalmente oye un noticiero donde hablan del conflicto árabe-israelí: «¡Puf! ¡Tom y Jerry!» A eso le llamo yo dar en el clavo.
Y para remachar mi afirmación de que el pensamiento de Mafalda es en el fondo todo menos confuso, traigamos a cuento una de sus más citadas historietas. Escondidos detrás de un árbol, Mafalda le dice algo a Miguelito, a propósito de un policía que les da la espalda. Miguelito entiende: «Ah». Y se van. El policía se queda mirándolos, mira su porra, recuerda las palabras de Mafalda y se pregunta: «¿¿¿El palito de abollar ideologías???» No sé si mis lectores lo saben o lo recuerdan, pero durante los tétricos años de la dictadura de Videla y su canalla militar, en la Masacre de San Patricio, perpetrada en 1976, donde fueron asesinados tres sacerdotes palotinos y dos seminaristas, los asesinos pusieron sobre el cuerpo de una de las víctimas un dibujo de Quino, tomado de una de las habitaciones, y en donde Mafalda aparece señalando el bastón del policía y diciendo: «Este es el palito de abollar ideologías».
A todo esto, ustedes se estarán preguntando que por qué cuento todo esto en VASOS COMUNICANTES. Y la razón es muy sencilla: porque siendo Umberto Eco una persona bien concienzuda y con un pensamiento científico aguzado, de sus palabras sobre Mafalda tan sólo puede desprenderse una triste conclusión; y es que las traducciones de Mafalda al italiano deben ser algo de alquilar balcones. Ni siquiera puedo evitar la sospecha de que fueron «peinadas» políticamente para no convertirla en una Pippi Calzaslargas austral, una amenaza de llevar a la bancarrota el sistema educativo y el sistema de valores tradicionales. Pippi hacía su santísima voluntad y se reía de escuelas y policías en sus propias barbas, así como también del vulgo mucinipal (según ella misma diría) y espeso. En lo espiritual, fue la verdadera madre de Mafalda.
Ricardo Bada (Huelva, España, 1939), escritor residente en Alemania desde 1963. Coeditor allí de dos antologías de literatura española contemporánea, y en solitario, de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la poeta costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique).