«Manual de Escritura» de Andrés Hoyos
El año pasado publicó Andrés Hoyos un libro titulado Manual de Escritura, por cuya portada uno se sentiría tentado a pensar que su autor es partidario de aquel axioma según el cual “la letra con sangre entra”, pero nada de eso. Su libro es un manual de sencilla lectura y todavía más sencilla asimilación, para todos quienes quieran mejorar su escritura.
A título personal debo decir que escribo y publico desde octubre de 1954 y sin necesidad de recurrir ni a la falsa ni a la honesta modestia creo que no lo hago tan mal. Razón de más para añadir –nobleza obliga– que leyendo este libro, y al cabo de los años mil, he aprendido bastantes cosas que no sabía, así como también he visto refrendadas algunas que había descubierto por mi cuenta y no sabía que, quizás parejo en ello al burro de la fábula, toqué la flauta por casualidad.
Es en verdad un libro valioso por lo amenamente escrito que está y por cómo conduce al lector por el laberinto del idioma, que es de suyo una selva prácticamente inextricable. Pero el machete de explorador de Andrés Hoyos supo algún día abrirse camino a través della, y ahora nos hace acompañar su sendero de guerra en son de paz.
Confieso además que el libro me ganó casi desde el vamos al encontrar esta frase en la página 12: «Cuando alguien escribe, el lado racional de la mente participa y tiene que participar, pero si el corazón no se involucra, la comunicación obtenida será limitada». Esa sola frase me definía de manera casi gráfica la obra de un amigo mío de otros tiempos, un incansable escritor que no deja de publicar cada año un libro, a veces dos, pero no ha logrado con ni un solo de ellos tocar la cuerda sensible del corazón de sus lectores. Y eso que escribe impecablemente bien y es de un ingenio como pocos. Pero ¡ay amigo! si el corazón no está en la pelea, son penas de amor perdidas.
Sentada, pues, la base de un acuerdo básico en torno a lo que debe ser la escritura, la lectura de este libro de Andrés Hoyos se me hizo fácil. No obstante, ello no quiere decir que aceptase a pie juntillas todo lo que nos dice. O que no hallase materia de crítica y susceptible de refutación sin lugar a dudas. Por ejemplo, dice Hoyos: «Vaya que es divertido saber que la poesía romántica en español se montó sobre el hecho de que Luna es un sustantivo femenino, mientras que en alemán Mond es masculino. La de dolores de cabeza que deben haber padecido los traductores al alemán para lograr una versión de la frase “señora Luna”». Y sin saberlo, Hoyos ha descubierto la simple solución que encontraron los trujamanes tedescos para feminizar su masculino Mond, y fue que llamaron a nuestro satélite Frau Luna [=literalmente “señora Luna” o “doña Luna”].
En otro momento se refiere a que si la intención es que un adjetivo califique a varios sustantivos, se usa el plural masculino, y lo hace poniendo ejemplos donde va en primer lugar un sustantivo masculino y en segundo el femenino («Su destino dependía del Estado y de la nación vecinos»), ejemplos que son correctos; pero, ya que en la página siguiente nos vuelve a decir que conviene confiar en el oído, hubiese preferido que recomendara en esos casos escribir siempre primero el sustantivo femenino y de segundas el masculino, con lo cual la frase no pierde en exactitud pero gana en eufonía: «Su destino dependía de la nación y del Estado vecinos». Mi experiencia de 45 años en la radio me dice que sí, que nos fiemos siempre más del oído, y la frase «María tenía el cuerpo y la cara gordos» es gramaticalmente correcta, pero rechina en el oído.
Por otro lado, afirma Hoyos que hay usos aparentemente redundantes que son corrientes a este lado del océano (a su lado, no al mío) y me siento en condiciones de asegurarle que en España es un vicio tan común como pueda serlo en Latinoamérica. El número de los españoles que suben arriba y bajan abajo, y que salen afuera y entran adentro, etc. etc. etc., si no es infinito le andará muy cerca.
Más adelante pone Hoyos en guardia a sus lectores contra el lenguaje pomposo y aduce un ejemplo que lo confirmaría… si no fuese que se trata de una transcripción a prosa de los ocho versos de dos cuartetas que, probablemente, sean el comienzo de un soneto (no logré rastrearlo en Google). Y las normas de la poesía no son en modo alguno las de la prosa, aunque también me incline en la poesía por la ausencia del lenguaje pomposo, abigarrado, laberíntico. ¡Pero no por eso renuncio a Góngora ni a Lezama Lima!
No me convence tampoco la diferencia que hace Hoyos entre escuchar y oír. «Escuchar significa oír con atención», dice él. Pero pienso que si la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana dictó como uno de sus mandamientos el de «oír misa entera los domingos y días de guardar», es más o menos evidente que colocaba el oír por encima del escuchar.
And last but not least es una expresión que nunca fue tan bien empleada en este caso como yo lo estoy haciendo ahora, inmodestia aparente que se justifica con lo que voy a señalar de últimas: Hoyos también nos pone en guardia acerca del uso de neologismos que no son necesarios, y aduce el caso de “Eventualmente Ofrece un matiz dubitativo al más asertivo finalmente”… sin darse cuenta de que al hacerlo es posible que se esté orientando por el inglés, donde eventual significa eventualmente (algo que es incierto o casual que suceda, como en español) mientras eventually significa finalmente, por fin.
[El traductor español de The Vivisector, novela de Patrick White, el australiano Premio Nobel 1973, incurrió en uno de los errores más metafísicos que recuerda la historia de la trujamanería al idioma castellano, al decir de un personaje que «Eventualmente, murió». ¡Nadie le explicó nunca que uno se muere siempre de una manera ineluctable! O a lo mejor (o a lo peor) es que nadie le enseñó la diferencia entre eventual y eventually, y se dejó guiar por aquél fantasma al que los traductores le temen como al mismo diablo: por el “falso amigo”].
Todo lo que antecede, en materia de reparos, quiero que se interprete sólo como testimonio de la atenta lectura que amerita este libro de Andrés Hoyos, a quien me toca felicitarle por su empeño. Y agradecerle como español que le abra los ojos a tanto ignorante que se burla de mis paisanos porque dicen “ir a por”, cuando se trata en verdad, y él nos lo confirma, no sólo de una expresión correcta sino harto más potente que “ir por”.
Para terminar sólo una cosa más, y es que eché de menos el que Hoyos no cerrase su libro con las sabias palabras de mi tocayo Ricardo Palma, celebrado autor de las Tradiciones Peruanas, quien nos dejó una muestra de su propio Manual de Escritura al aconsejarle a los alevines de poetas cómo debe escribirse la Poesía :
–¿Es arte del demonio o brujería
esto de escribir versos? –le decía,
no sé si a Calderón o a Garcilaso
un mozo más sin jugo que el bagazo.
–Enséñame, maestro, a hacer siquiera
una oda chapucera.
–Es preciso no estar en sus cabales
para que un hombre aspire a ser poeta,
pero, en fin, es sencilla la receta.
Forme usted líneas de medidas iguales,
luego en fila las junta,
poniendo consonantes en la punta.
–¿Y en el medio? –¿En el medio? ¡Ese es el cuento!
Hay que poner talento.
__________________________________________________________________
NOTA FINAL : Una lectura atenta de mi texto, antes de subirlo al blog, me dice que he usado al menos tres veces, conjugada, la expresión “poner un ejemplo [o] en guardia”. Quede en claro para mis lectores que no sean gallinas, que allí donde dije “pone un ejemplo” debí decir “coloca un ejemplo”, y donde dije “pone en guardia” debí decir “coloca en guardia”. Vale.